miércoles, 22 de mayo de 2019

Las jornadas sabatinas de baloncesto

Escribe:
Luis A. Castro Gavelán
Fotos: Javier Sullivan

El baloncesto es uno de los deportes que entusiasma y se practica en Monsefú. Desde 1927, año en que nació el glorioso White Star, los monsefuanos sabemos prepararnos para la alta competencia y también ejercitarnos para tener mente sana y cuerpo con buena salud.

         El recordado White Star. A la derecha, la “tía Colomba” dando inicio a un encuentro de baloncesto.

Curiosamente la presencia de foráneos identificados con Monsefú tienen que ver con esos períodos de formación y crecimiento de la práctica del baloncesto. Mr. Wendor y Mr. Henry, miembros de una misión evangélica son quienes formaron jugadores como los hermanos Raffo Niquén, Miguel Chereque, David Arraguí, Antonio Boggio, entre otros, quienes llegaron a participar en concursos nacionales paseando la indumentaria guinda y la estrella blanca que identificaba a los White Star.

A inicios de los años 80 otro grupo de religiosos, los hermanos cristianos, alentaron la práctica del baloncesto en la recordada cancha del colegio “San Carlos”. Inolvidables sábados de la mano de Diego Gloss, el Hno.Eduardo, Javier Sullivan, el apoyo incondicional de la recordada tía Colomba Vasallo y de otros héroes anónimos permitieron la aparición de tantos equipos. Fueron apasionantes momentos, desde las tres de la tarde se iniciaban las actividades, a veces vehementes, a veces apasionadas, que culminaban al entrar la noche, en medio de la oscuridad. A medio bañar los ardorosos jugadores continuaban sus actividades: unos participando de la misa de ocho; otros sentados en las veredas de la calle Manuel María Izaga bebiendo moderadamente vino de la tía Cachay. Otros, aún más relajados, la seguían en alguna fiesta sabatina, de esas que nunca faltaron.

De izquierda a derecha. La desaparecida Colomba Vasallo, Diego Gloss,Javier Sullivan y otros dos religiosos.

Alrededor de cinco a seis años seguidos se organizaron sendos campeonatos de baloncesto y el extinto Fidelito González, vigilante de la escuela, era quien facilitaba las instalaciones deportivas e incluso preparaba la cancha como un fanático más. Javier Sullivan hacía de árbitro. Javier tenía amigos en casi todos los equipos y luchaba por ser imparcial, vivía con pasión las jugadas y a veces se olvidaba de su función de referí para aplaudir alguna “canasta” bien lograda.
Los equipos se formaban muchas veces por el grado de amistad de los jugadores, otras veces representando al colegio de sus amores y por qué no, a nombre de su barrio o institución que creaban. Fueron sábados emocionantes, enfervorizados y llenos de fogosidad. La juventud de esos tiempos completaba así su rutina semanal: de lunes a viernes estudiando en el colegio; los sábados practicaba el baloncesto y acudía a misa; los domingos los jóvenes completaban sus tareas escolares, pasaban tiempos con sus familiares o amigos. En realidad llevaban una vida heterogénea y entretenida.

En esta crónica quiero destacar una mención especial,hacer un reconocimiento superlativo. Los hermanos Cristianos no solo ayudaron al fortalecimiento de nuestras creencias religiosas, sino que también impulsaron la práctica del baloncesto, karate y otros deportes. Y algo mejor aún, alentaron a los monsefuanos a ser mejores personas en todos los ámbitos, impulsando su superación y a estar mejor preparados para la vida. Por eso había una sana envidia de los pobladores vecinos, reconocían que estábamos unos pasos adelante. Los jóvenes monsefuanos de esos tiempos concebían la idea de superación, tenían una arraigada autoestima gracias a esos valores que promovían los hermanos Cristianos.
Aquellos sábados fueron imperecederos, fueron competencias deportivas ligadas al mejor aprendizaje de supervivencia. Aprendíamos a manejarnos con códigos, a estructurar nuestra vida personal entre lo físico, lo psicológico y los valores socio-culturales.

Me despido con una frase de un ganador, del nadador norteamericano Michael Phelps, medallista olímpico que siempre alienta a “no poner un límite a nada. Cuanto más sueñas, más lejos llegas”. (LGC).

lunes, 6 de mayo de 2019

Dos comadres en apuros

Escribe: Luis A. Castro Gavelán

Con la colaboración de: Jacinto "Chito" Custodio y Angela Cabrejos

Paula López nació para ser inmortal. Parió a un alcalde, varios médicos, ingenieros, profesores, de sus entrañas salieron una pléyade de hijos comprometidos con la grandeza de Monsefú. Doña Angelita Capuñay viuda de Barco está haciendo historia. Ahora reside en Lima y el próximo 30 de mayo cumplirá 102 años. Ambas, la extinta Paula López y la longeva Angelita fueron primas hermanas, confidentes, amigas hasta los tuétanos y comadres de algún corte de pelo, pero comadres al fin, que exhalaban confianza y respeto.
Las primas y comadres Angela Capuñay y Paula López.

Y como siempre ocurre con personas que tienen cosas en común, ambas se frecuentaban, exhibían un supino estado de ánimo que les permitió reír y gozar, ser consecuentes con episodios tristes, así como concurrir a eventos sociales de diversa índole.
Paula era un tanto introvertida, parsimoniosa y estaba casada con Jacinto Custodio. La vi algunas veces con su cansino caminar llevando el almuerzo a su marido que despachaba en un puesto de abarrotes del mercado central. Angelita Capuñay era de carácter disímil a su prima y comadre; siempre juguetona, con una sonrisa jovial, bromista y de buen talante.
Cuando eran solteras y llenas de ilusiones confidenciaban de sus pretendientes. Al casarse dialogaban de sus experiencias en sus hogares y cuando adultas siguieron juntas. Fueron amigas del alma, inseparables comadres, madres de familia, mujeres modelo como aquellas que existen en Monsefú, en el Perú y en el globo terráqueo. Cuando doña Paula tenía 74 primaveras y su comadre Angelita un año más, tuvieron una experiencia tragicómica que paso a compartir.

Cierto día dejó de existir una comadre de doña Paula, la monsefuana Bertha Gonzáles, quien por razones personales vivía en la provincia de Ferreñafe, a unos 40 kilómetros de la “Ciudad de las Flores”. De inmediato le comunicó a su prima Angelita y ambas acordaron ir al velatorio. Parece que, por las indisposiciones de la vejez y sus ocupaciones hogareñas, ellas habían dejado de verse algo más de una semana y entonces existía el “material” perfecto para compartir durante el viaje (llámese vivencias, experiencias, rajes, anécdotas, chismes, etc., etc.)
Tomaron el autobús de Monsefú a Chiclayo para luego hacer la conexión hacia Ferreñafe. Las ancianas de pelo blanquecino y arraigadas arrugas en sus rostros llegaron al terminal de vehículos, en medio del caos y el generalizado bullicio de los denominados “llamadores”, esos que se ganan el pan del día llenando de pasajeros los buses y microbuses.
A Pucalá, Pucalá.
Ya sale, sale a Tumán.
Vamos a Ferreñafe, hay asientos, hay asientos.
Pomalca, Pomalca…

Las ancianas, tomadas de brazo por los “llamadores”, fueron ubicadas en un asiento doble. Un tanto incómodas, pero listas al fin para ir a su destino final. Entretenidas en la conversación llegaron a su destino media hora después. Bajaron en el paradero final y empezaron a buscar la calle Real. Preguntaron a un transeúnte la ubicación de la citada arteria y éste les respondió muy resuelto. “Calle Real, calle Real, no, por aquí no hay ninguna calle Real”.

Ligeramente incrédulas ambas intercambiaron miradas, pero retomaron el entusiasmo cuando vieron a un hombre de camisa negra que llevaba una corona de flores. De inmediato Angelita, la más extrovertida, lo abordó:
-Oiga, ¿No me da razón del sepelio de una señora Gonzáles que vivía en la calle Real? Entre el bullicio de los carros el hombre las miró y les dijo: “Sí, sí voy al sepelio”. La escueta respuesta del transeúnte las animó e incluso Angelita se atrevió a comentar con su verbo mordaz, o dicho de manera popular: “sin anestesia y sin pelos en la lengua”.
- “Y el otro baboso que no sabía dónde estaba la calle Real. Vamos a seguir al hombre de negro”, dijo resuelta Angelita Capuñay.
Doña Paula celebró el comentario de su prima y agregó entre risas. “Tal vez no sabía, pero lo bueno que ya estamos en camino”. Así arribaron a una precaria vivienda, con algunos hombres y mujeres sentados y parados afuera. Saludaron al ingresar a casa y como buenas cristianas se hicieron la señal de la cruz.
Nuestro personaje, Paula López, al lado de sus diez hijos y su esposo Jacinto Custodio.

Vieron a varias personas, pero ninguna de ellas era conocida. Mientras Angelita fue hacia el ataúd de la muertita, doña Paula puso la corona en un lugar de la sala. “Familia Custodio López”, rezaba la tarjeta que acompañaba a la pieza floral que llevó Paula López. Angelita se persignó ante la difunta, hizo algunas oraciones, pero su rostro se fue llenando de expresiones escépticas al desconocer las facciones de la extinta comadre Bertha.
“No sé, qué cambiada está tu comadre, está muy rara”, dijo susurrando al oído de doña Paula, quien se acercó al ataúd para cerciorarse personalmente.
Angelita Barco no se quedó tranquila y preguntó a una mujer ahí sentada. “Disculpe, no han venido unos familiares de Monsefú para despedirse de la difunta”. De inmediato recibió una respuesta que la dejó fría.
-No señora, que yo sepa, no tenía amistades de Monsefú.
-Qué raro, ella era de Monsefú y por su familia sé que ella vino a vivir a Ferreñafe.
- No, yo soy su sobrina. Mi tía era de Tumán, aquí nació y murió mi querida tía.
- ¿Qué… no estamos en Ferreñafe?
-No señora, está confundida, estamos en Tumán

De prisa, Angelita fue hacia su prima Paula que en esos momentos oraba con devoción. “Paula, vámonos hermana, nos hemos equivocado de muertita”. Tapándose la boca para evitar la risa continuó con su relato casi al oído de su prima. “No estamos en Ferreñafe, el desgraciado nos ha traído a Tumán, vámonos antes que pasemos vergüenza”.
Doña Paula giró la cabeza desconcertada y al ver a su comadre Angelita intentando cubrir su boca para evitar reírse, imitó la acción y estuvo a punto de soltar una carcajada. A paso ligero, entre tropiezos, salieron del lugar. Siempre con la mano sobre sus bocas abandonaron raudamente el lugar, mientras la gente comentaba que las ancianas estaban muy afligidas, con una “melancolía al borde del quebranto”, muy atribuladas por la muertita.
Pero la verdad es que ellas cubrían sus rostros, aguantando con mucho esfuerzo la risa, el jolgorio que significaba aquella graciosa vivencia. De pronto Angelita recordó la corona de flores que dejaron cerca de la difunta y quiso recuperarla, pero doña Paula, muy decidida, la tomó del brazo y le expresó:
-Vámonos comadre, qué vergüenza, olvídate de la corona de flores y no paremos hasta llegar a Monsefú.
Angelita, a pocos días de cumplir 102 años.

Las comadres prometieron no contar esa anécdota, pero como dice la recordada política y activista americana Helen Keller, “mientras los recuerdos de amigos queridos vivan en nuestros corazones, debo decir que la vida es buena”. Por eso les transmito esta divertida y jocosa anécdota. (LCG)
Doña Angelita Capuñay en una foto del recuerdo al celebrar su primer siglo de vida. Está rodeada de sus hijos Graciela, Antero, Eugenia y Angela.

lunes, 22 de abril de 2019

El “Día del idioma” y los 123 años del maestro Federico


Escribe:
Luis A. Castro Gavelán

El 23 de abril es de mucha significación. El mundo entero celebra el “Día del idioma español” y Monsefú, además de hacer suya esa efeméride, también recuerda el nacimiento uno de sus más insignes maestros, don Federico Castro Pisfil. Como nieto de este inolvidable educador aplaudo y comparto esta extraña y feliz coincidencia. Si estuviera vivo, el fundador de la escuela “Sabogal” y de la actual escuela pública 11029 cumpliría nada menos que123 años.

Al cumplir 50 años de fundación la escuela "Sabogal", el maestro Federico Castro recibió el homenaje de muchos de sus ex-alumnos.

Feliz concomitancia digo yo. Mientras el Instituto Cervantes conmemora el “Día de la lengua castellana” y rinde tributo a Miguel de Cervantes Saavedra, autor de “Don Quijote de la mancha”; la Unesco también recuerda a Cervantes, el fallecimiento del dramaturgo William Shakespeare y la muerte del historiador y escritor el Inca Garcilaso de la Vega. Y aunque en Monsefú no hay actividades festivas, estoy seguro que miles de paisanos guardan en su corazón al profesor Federico Castro, el querido abuelo que siempre influyó en la vida profesional que sigo afianzando.

Cuando en mi niñez iba al campo los fines de semana, acompañando a mi famoso abuelo, empecé a pergeñar lo vital que resulta la educación en los seres humanos. La educación es el proceso de transmitir habilidades y valores para provocar efectos intelectuales y afectivos en las personas. Y quienes se dedican a fomentar la capacidad intelectual en los seres humanos, merecen el máximo de los reconocimientos. El ex presidente de Sudáfrica Nelson Mandela decía que “la educación es el arma más poderosa que podemos usar para cambiar al mundo; y respecto a la importancia del docente, el senador norteamericano Joe Manchin resume su influencia con cándida emoción “Cada niño debería tener en sus vidas un adulto que se preocupe por ellos. Y no siempre es un padre biológico o un miembro de la familia. Puede ser un amigo o un vecino, pero con mayor frecuencia es un maestro”.

Fundador de la escuela “Sabogal” un primero de julio de 1918, también tuvo la responsabilidad de patrocinar el nacimiento de la escuela 2209 (actualmente centro educativo 11029), a la que dirigió por más de 12 años. Fueron 44 años y 6 meses de proficua labor pedagógica y muchos de sus alumnos aún con vida recuerdan la frase que acuñó para estimularlos: “Hay que estudiar mucho para un futuro mejor, hay que luchar y trabajar sin desmayo para sentirnos realizados”.

En su libro “Pinceladas históricas de Monsefú”, mi extinto padre Luis Castro Capuñay resume con orgullo al también fundador de los “Boys Scout” en Monsefú: “El nombre de mi padre, el maestro Federico Castro Pisfil, vive en el recuerdo y perdurará en la memoria desinteresada de tantas familias, de tantos profesionales y hombres de bien que él formó desde la infancia y en los que sembró huellas de responsabilidad y disciplina, amor a los valores espirituales, el respeto a la familia y a la majestad de su suelo natal”.
El maestro Federico Castro nació un 23 de abril de 1896. Sus padres fueron don Luis Castro Chumioque y doña Mercedes Pisfil Ballena. Se casó con Rosa Capuñay, con quien tuvo 6 mujeres y 2 varones. De su numerosa familia sólo está con vida mi madrina, doña Blandina Castro, quien aún rebosante de vida cumplirá 95 años el próximo 2 de Junio.

Blandina Castro, acompañada de su hija Gricelda y del autor de esta crónica.

Maestro, periodista (fundador del semanario “La razón”), político fundador del Partido Aprista en Monsefú y, un gran consejero social, falleció el 10 de junio de 1984 cuando tenía 88 años. Desde 1988 una calle de la ciudad lleva su nombre, gracias a las gestiones del entonces alcalde Víctor Custodio López. Corresponde a la actual autoridad edilicia hacer lo que otros burgomaestres no cumplieron, cambiar las placas. No más calle Tacna. En memoria de este educador de profesionales como el doctor Miguel Custodio Pisfil, el poeta Alfredo José Delgado Bravo, el doctor Francisco Farro, el odontólogo y político Miguel Angel Bartra, el ingeniero Angel Pejerrey, entre otros, debemos completar la iniciativa de “Vitucho” Custodio.

El maestro Federico Castro acompañado del entonces alcalde Miguel A. Bartra, del doctor Miguel Custodio y otros ex-alumnos.

Tengo un sano orgullo por mi abuelo y por mi padre, dos pedagogos que dejaron su herencia, rica en disciplina y apego por el mundo del saber. Al abuelo Federico lo pongo al lado de otro grande, don Oscar Torrez Asurza. El abuelo Federico decía que su éxito fue posible por el binomio que formó con los padres de familia, quienes siempre confiaron en su labor. Aún recuerdo sus clases de historia, sus conversaciones sobre la forma de aprender las matemáticas, su amor por Monsefú y sus ganas de influir en las mentes de los jóvenes monsefuanos, etenanos y lambayecanos en general. Fueron entretenidas charlas donde demostró su extraordinaria capacidad para explicar los conceptos y teorías. También recordamos la “importancia” de la famosa “palmeta”.

Hoy 23 de abril, el abuelo Federico sigue en mi memoria. Solía ser estricto y exigente en las aulas, pero reconocía que jamás se podía orientar al estudiante si no conocíamos su día a día.

En estos días en que es todo un reto brindar una educación de calidad, hay dos elementos que están revolucionando la educación en Europa. En la escuela Rinkeby de Suecia, su director Börje Ehrstrand reconoce el éxito de su modelo educativo gracias al trabajo compartido con los padres de familia y su afán por ganarse la confianza de los educandos impregnado de tolerancia y frecuente estímulo. Al respecto, Mario Varga Llosa dice que la escuela debe ser la institución espejo de cómo debería ser la sociedad humana.
Me despido con una frase del demócrata norteamericano Brad Henry, que recapitula la labor del abuelo: “Un buen maestro puede crear esperanza, encender la imaginación e inspirar amor por el aprendizaje”. Y el abuelo Federico lo hizo, de eso no tengo dudas. Transmitía sus conocimientos con pasión, sentía lo que hacía porque la enseñanza fue su mejor virtud (LCG).

lunes, 15 de abril de 2019

Las parteras de ayer, las madrinas eternas


Escribe:
Luis A. Castro Gavelán
Era la época en que los ginecólogos y las obstetras escaseaban. El doctor Manuel Senmache se multiplicaba, apenas tenía tiempo para atender casos ginecológicos de rutina y asistir algunos partos. Entonces cuando los gestos y gemidos de una mujer embarazada avisaban que estaba a punto de parir, la confusión reinaba entre los familiares. Se escuchaban clásicos gritos como: que venga la comadre Victoria Giles ... por favor, busquen a las hermanas Santa Cruz… traigan a doña Rosita Saldaña.
Y de las manos de estas obstetras sin título, sin saberes médicos, pero con habilidades especiales para cuidar la gestación y el parto, cientos de monsefuanos aún respiramos, seguimos vivitos y coleando. Les decían parteras o comadronas, o como quiera usted llamarlas, pero estas mujeres tienen un lugar asegurado en nuestros corazones.


Nuestras tradicionales comadronas acudían a las viviendas de sus pacientes, estaban disponibles las 24 horas del día y dispuestas a jugar un papel importante en la atención y cuidados de las mujeres en los momentos del parto; idóneas para preservar la vida humana y aunque usted no lo crea, preparadas para recibir simplemente las gracias, llevar a sus casas algunas frutas, verduras o animalitos del corral, o tal vez con mayor suerte alguna compensación económica. Ellas brindaban un importante servicio comunitario de salud.
Casi el 80 por ciento de los hombres y mujeres monsefuanos que actualmente tienen entre 35 y 70 años llegaron a este mundo de la mano de una partera como consecuencia de la inaccesibilidad a los servicios de salud y porque nuestras madres confiaban en su labor. Ellas sabían acomodar al bebé y ubicarlo en una posición carente de riesgos, sabían cómo ayudar a la madre dar a luz en un parto vaginal normal. Su paciencia y sus manos hábiles evitaban lesiones o desgarros, sabían cortar el cordón umbilical.

La aparición de las parteras no es un tema aislado, es una práctica ancestral, ellas aparecieron para acompañar a otra mujer a punto de parir. Existen referencias en la Biblia de la presencia de estas mujeres entre los griegos, romanos, hebreos, egipcios e indios. Son mujeres respetadas por su oficio, autodidactas, empíricas, que tuvieron un proceso de aprendizaje informal a raíz de alguna experiencia propia o de algún hecho fortuito que las forzó a atender un parto. Finalmente, los años de práctica las graduaron para asumir retos obstétricos.

En nuestra América, los dos mejores representantes del boom de la literatura hispana, el extinto Gabriel García Márquez y nuestro laureado Mario Vargas Llosa también mencionan a las parteras en sus famosas novelas e incluso vinieron al mundo de la mano de estas dignas mujeres. Por ejemplo, doña Casimira Cabarca, abuela de Gabo, fue quien atendió el parto de su nieto. Y en el caso del arequipeño autor de “La ciudad y los perros”, la señora Pritchard fue la “comadrona” que permitió a doña Dora Llosa Ureta traer al mundo al novelista peruano Premio Nobel de Literatura en el 2011.
En nuestro Cosmonsefú, como decía el poeta José Alfredo Delgado Bravo, recordamos con cariño a las hermanas Augusta y María Santa Cruz Barturén. Ellas vivían en la calle Manuel María Izaga y tenían una característica que muchas madres recuerdan, provocaban un parto al natural, sin anestesia. Eran muy interiorizadas, algo hurañas y nunca llegaron a casarse.

Por supuesto que también recordamos a Rosa Saldaña y otra matrona que le decían doña Rosenda. Ellas eran más comunicativas, tan igual como la carismática Victoria Giles, aquella mujer escasa de tamaño, pero grande de corazón, a la que medio Monsefú le decía madrina. Todas ellas eran muy queridas, formaban parte de la comunidad y presumían cierta familiaridad, pues finalmente se convertían en madrinas de los recién nacidos y, por ende, comadres de los agradecidos padres.
Y pude comprobar ese afecto especial cuando acompañé a doña Victoria Giles, mi godmother de siempre. Fui en su busca a solicitud de mi madre quien estaba a punto de alumbrar al “conchito” de la familia, mi hermana Rosa. Desde su vivienda en Mariscal Castilla hasta la mía en Federico Castro hay escasamente tres cuadras y alrededor de 25 personas la saludaron con afecto: ¡Buenos días comadrita! ¡Buenos días madrina!
Victoria Giles


Y respecto al pago por sus servicios, ella lo confirmó: “A veces nos pagan y en otras no. Algunas veces recibimos una compensación de acuerdo a la condición económica de las familias atendidas y no tengo porqué hacer problemas. Me gusta este oficio y lo hago de corazón”, me refirió la extinta madrina.
Y dentro de estos excepcionales personajes vamos a referirnos a las llamadas “sobanderas”, quienes forzadas por las circunstancias también atendieron partos cuando las arriba mencionadas estaban demasiado ocupadas. No me consta si doña María Quesquén Chiscul lo hizo, pero de lo que no tengo dudas es su fama para predecir el sexo del bebé. Tenía la particularidad de sobar la barriga de la mujer embarazada y sostener sin duda alguna el sexo del bebé: ¡va a ser una cocinerita!… o ¡va a ser un peoncito!, afirmaba sin vacilaciones.
María Quesquén Chiscul

La reputación de esta “sobandera” llegó a los oídos de un profesor de la escuela “Sabogal”, quien ávido por saber el sexo de su segundo hijo apostó a sus amigos una caja de cerveza… y perdió. Doña María Quesquén acertó el vaticinio y varón salió el cronista. (Luis A. Castro)

sábado, 6 de abril de 2019

Los generosos cumpleaños de doña Leopoldina

Escribe:
Luis Castro Gavelán

Su peculiar forma de celebrar el cumpleaños de su esposa, la de invitar a más de doscientos desconocidos entre niños y adultos para alegrarles su día -y los estómagos también – con gratuitos desayunos y almuerzos en una jornada llena de generosidad, ha convertido a don Valentín Gonzáles, un humilde comerciante de golosinas, en el personaje admirado en Monsefú. Junto a toda su familia, incluida la cumpleañera, doña Leopoldina, los Gonzáles han transformado esa fecha de jolgorio y celebración en una diligencia de gestos solidarios, de amor diáfano por el prójimo.

La idea brotó como una revelación celestial hace seis años, según confiesa Valentín Gonzáles Senador. Desde entonces celebra el onomástico de su amada Leopoldina en olor a multitud, con esa inusual práctica que beneficia con desayunos, almuerzos y diversión gratuita a más de doscientas personas que no son su familia; son niños y adultos monsefuanos de escuelas y organizaciones sociales que tienen gratitud eterna por recibir comida y cálidos momentos de alguien que no tiene grandezas, pero sí una clara respuesta al egoísmo.

Valentín no tiene ostentaciones económicas, Valentín vive en una humilde vivienda ubicada entre la avenida Venezuela y la prolongación Diego Ferré, junto a su esposa Leopoldina Izique y algunos de sus seis hijos. Entre un par de mototaxi y fierros alrededor de su sala este benevolente hombre asegura no tener fotografías de sus celebraciones porque sólo le interesa ayudar y compartir un plato de comida “de lo mucho o poco que Dios me ha dado”.

Doña Leopoldina reconoce que el día de su onomástico, el 17 de noviembre, es la fecha que más trabaja, pero lo hace con gusto pues la recompensa viene enseguida cuando observa rostros de satisfacción en esos niños que tienen el estómago lleno. “Muchas veces empezamos a trabajar un día antes de mi cumpleaños y no dormimos preparando la comida y todo lo que ofrecemos a nuestros especiales invitados”, refiere la menuda mujer, risueña y un tanto tímida.
“Al principio no le gustó mi idea, tampoco comprendió que tuve esa revelación divina. Solo me dijo que estaba loco y que no apoyaría mi intención de trabajar en su onomástico. Pero después la convencí, al igual que mis hijos. Ahora toda la familia está comprometida con esta actividad, los hijos, las nueras, el yerno, todos. Al final de la jornada terminamos muy cansados, pero felices y con deseos de continuar esta celebración todos los años de nuestra existencia”, sostiene Valentín.

Sin una proficua economía este personaje reconoce que empieza a ahorrar dos meses antes de la fiesta y aunque cada año los gastos se incrementan, siempre confía en la ayuda divina. “Dios provee. Eso lo tengo claro, nunca me ha faltado para cumplir con mi promesa”. Valentín también admite que empezó dando comida y que ahora ameniza la celebración con una misa de salud en honor a su Leopoldina de toda la vida, con banda de músicos e incluso con fuegos artificiales.

El enorme gesto de Valentín Gonzáles y su familia tiene matices de solidaridad, de amor por el prójimo, de buena voluntad y sin muestras de concupiscencia. Por eso me viene a la memoria las expresiones de la madre Teresa de Calcuta, cuando afirma que “no debemos permitir que alguien que está en nuestra presencia se aleje sin sentirse mejor y más feliz”. Varios de los monsefuanos, niños y adultos que se beneficiaron de la noble intención de Valentín y su esposa alabaron sus muestras de desprendimiento, pues como nos recuerda la madre Teresa de Calcuta, “lo más importante no es lo que damos, sino el amor que ponemos al dar”.

Valentín y Leopoldina tienen más de 35 años de casados, son felices y entre sonrisas recuerdan cómo se conocieron y unieron sus vidas. La madre de su amada tenía un pequeño chicherío y Valentín era un asiduo cliente atraído por el amor de Leopoldina. Y muy a la tradición de esos tiempos se robó a la prometida porque el padre no aceptaba la relación. Lo único que lamenta Valentín es que ese día, en que Leopoldina se fugó con su “romeo”, la familia no almorzó porque ella nunca regresó a casa con el arroz, la carne, papas y cebolla que la mandaron a comprar (LGC).



viernes, 28 de diciembre de 2018

“Si la vida te da un limón, haz limonada”

Escribe:
Luis A. Castro Gavelán

El 2018 termina y el 2019 es la nueva oportunidad que comienza. Año tras año seguimos con la misma ilusión, nos rehusamos a creer que la mala fortuna persiste y se haya enquistado como una pesada carga. No, cada año que termina renovamos el optimismo, algo así como ese ánimo que tienen los monsefuanos por su futuro, ahora en manos del aprista Manuel Pisfil.


A escasos días de la finalización del 2018 casi nada ha cambiado. Mientras un grupo de peruanos reflexiona y cree que el fiscal Pérez y el juez Carhuancho son los abanderados de esa ilusión que tenemos por erradicar ese sistema corrupto que afecta el crecimiento y progreso del país; otro grupo de peruanos vive la euforia de las fiestas, los festejos con la familia, los amigos y vecinos para dar la bienvenida al nuevo año.
Así estamos los peruanos, divididos: unos ilusionados con las fiestas y los otros preocupados por nuestro futuro; pensando en la algarabía de las fiestas y reflexionando sobre cómo lograr un progreso personal y nacional.

El año 2018 expira con su secuela de tristezas, optimismo, derrotas, alegrías e intenciones. El año 2019 está a la vuelta de la esquina y es la oportunidad para hacer realidad aquello que no pudimos cumplir en los 12 meses pasados. Pero hay un detalle que debemos aceptar, lo que nos ocurrió o dejó de ocurrir tiene como protagonista a nosotros mismos; salvo algunas excepciones, nosotros somos responsables de las acciones, toma de decisiones y lo que aconteció alrededor nuestro.
Si usted quiere ser mejor, ahí le va un consejo: haga su agenda personal e intente escribir sus proyectos y actividades a cumplir. No olvide lo que alguna vez perennizó Einstein, es insensatez hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes.

En lo que respecta a la “Ciudad de las Flores”, no tengo muchas ilusiones, pero le deseo lo mejor al futuro alcalde Manuel Pisfil. Monsefú sigue estancado, no sólo por la desidia de sus autoridades, sino también por la inercia de los vecinos. Arrojar basura a las calles y no participar de la solución de los problemas de la ciudad resulta nefasta.

Sin embargo, hay cosas que destacar. La escuela “San Pedro” que regenta mi amigo de niñez, Juan Elmer Caicedo, mantiene su nivel educativo; eso ilusiona, pues está promoviendo mentes brillantes. Del mismo modo, el reconocimiento al club social Monsefú de los residentes en Lima. Mantiene su nivel de apoyo a la “Ciudad de las Flores”. Aprovecho para saludar al doctor Francisco Farro, muchas gracias por ser mi amigo. Le puedo decir con orgullo que ya somos colegas, que acabo de recibir mi doctorado. Nunca es tarde para seguir estudiando, hay que aprovechar las habilidades que nos da Dios. No hay que olvidar la frase “si la vida te da un limón, haz limonada” o en todo caso, aquella de C. Lewis: Nunca eres demasiado viejo para tener otra meta u otro sueño.
Felicidades a mis paisanos de Monsefú y lectores alrededor del mundo. Hasta el 2019.

Compartiendo un almuerzo con mi director de tesis, Angel Cervera, así como también con los miembros del Tribunal de la Universidad Complutense de Madrid. También aparece el destacado lingüista Jesús Sánchez Lobato.

lunes, 8 de octubre de 2018

Manuel Pisfil y “la palabra del mudo”

Escribe: Luis A. Castro Gavelán

Si Lima tuvo al “mudo” Luis Castañeda Lossio como su alcalde, Monsefú también va en sintonía y tendrá su propio “mudo” por los cuatro próximos años. Se llama Manuel Pisfil Míñope, es ingeniero de profesión y ganó con el peso político que todavía representa el Partido Aprista en la parte norte del país.
Qué contraste con el saliente alcalde Ángel Bartra, un locuaz burgomaestre que acaba su gestión sin haber cumplido con las expectativas que teníamos sobre él.

Muchos afirman que Manuel Pisfil, oriundo del caserío Chacupe, es un técnico que cumplió tareas profesionales en algunos lugares fuera de Monsefú, que antes había postulado sin éxito y que entre sus principales destrezas están sus capacidades de gestión y negociación.
Pero las dudas saltan a la vista. Pisfil Míñope no es mudo de nacimiento ni tampoco tiene cierta discapacidad en sus cuerdas vocales. Es insonoro por naturaleza, su aspecto es liso, pasa desapercibido y tiene una personalidad introvertida que nos hace dudar de su futura labor edilicia en un mundo donde triunfan los extrovertidos. Tal vez, Manuel Pisfil evita ser el centro de atención y prefiere ese ambiente privado porque es apocado y reflexivo.
Ciertas investigaciones científicas afirman que algunos introvertidos detestan ser satélites de nadie y que en contraposición tienen un óptimo rendimiento y son facilitadores cuando se trata de potenciar a sus colaboradores. Y eso esperamos de Manuel Pisfil, que aunque sea “mudo”, asuma un liderazgo reflexivo y sensible, más humano.

M. Olsen Laney, autora del libro “La ventaja del introvertido” dice que las personas con el perfil de Manuel Pisfil actúan de un modo pausado, son más meticulosos y profundos. Julio Ramón Ribeyro, autor de “La palabra del mudo”, fue un excelente novelista que le dio la palabra a los marginados y olvidados. Sin embargo, era parco, reservado y mostraba un total desinterés por las entrevistas. Entonces, vamos a darle el beneficio de la duda al flamante alcalde y esperamos que esa mudez no se asocie con una sordera congénita al momento de escuchar los clamores del pueblo.

El bullicio y la fanfarria son cosas del pasado, las elecciones municipales terminaron y vamos a darle nuestras mejores vibras al electo alcalde. Por lo demás, los otros candidatos terminaron en el lugar que les correspondía. Alguien que subió y tiene un potencial político a futuro es Erick Huertas.

Destacamos en estas líneas el mérito de los directivos del Club Social Monsefú, de los residentes en Lima, quienes aportaron a la gobernabilidad de Monsefú y organizaron una mesa redonda con la mayoría de los candidatos a la alcaldía. En la persona de su presidente, el abogado Pedro Effio, muchas felicidades. No solo contribuyeron con ese evento democrático, sino también llevan adelante plausibles actividades que los monsefuanos debemos reconocen.
Sumeet Jain decía que “las decisiones que tomamos en nuestra vida determinan el tipo de resultados que queremos experimentar y la calidad de vida que deseamos llevar”. Manuel Pisfil tiene la palabra, vamos a ver si evoca “la palabra del mudo” de Ribeyro. (LCG)