martes, 3 de mayo de 2016

Los policías también son héroes

Escribe :
Luis A. Castro Gavelán
Foto: Juan Pablo Casas

Cuando niño y sin que la televisión hubiera contaminado mi existencia, empecé a sentir admiración por los policías. Fueron mis primeros héroes. Su uniforme verde olivo, su porte militar, su sólida presencia en las calles para disuadir la criminalidad los hacía seres admirables, seres de carne y hueso, íntegros y capaces de honrar su vida para hacer prevalecer los derechos humanos y las libertades individuales.

Y cuando ejercí la profesión de periodista en Lima, por casi 12 años, tuve la oportunidad de convivir con policías abnegados que lo daban todo para cumplir con su misión, dueños de una conducta razonada, severos custodios de la ley.
De mi infancia recuerdo a un policía que sin ser monsefuano, dejó huella como efectivo del orden. No solo hizo su trabajo de proteger a los ciudadanos, sino que su labor altruista alcanzó tamaña proyección social que se le vio metiendo palana para pavimentar calles, promover encomiables trabajos comunitarios secundado por agricultores y obreros.
El policía Angel Montenegro, al lado de su familia, en una foto tomada en 1,966.

Natural de Chachapoyas, don Angel Montenegro Santillán se casó con una dama monsefuana, Blandina Castro, y hoy luce las secuelas de una azarosa vida, agravada por aquellas enfermedades que se presentan como un gris atardecer, durante el ocaso de los humanos.
Aquella ejemplar acción en favor de Monsefú de don Angel Montenegro, quien se retiró 32 años después de patriótica tarea, es emulada hoy por otro foráneo, que ostenta el grado de suboficial superior y se ha ganado a pulso el afecto, el reconocimiento y respeto de la población monsefuana en general. Luis Ninaquispe Ríos es una especie de trabajador social, de policía duro y curtido, de caballero andante y de un atezado soldado del orden que con 27 años de experiencia batalla entre la diplomacia, la tozudez de arrestar a los malos, y su indesmayable faena cívica.
Al igual que el policía Montenegro, el suboficial Ninaquispe está dejando huella en Monsefú, como digno representante de la Policía Nacional, gracias a esa bendita costumbre de hacer de su profesión un apostolado en defensa de nuestra sociedad. Y la labor de Ninaquispe se torna aún más interesante debido a que hoy por hoy existe una avalancha de cuestionamientos a los policías, cuyo prestigio se debate entre la desconfianza y el descrédito.
Las críticas arrecian por doquier, la Policía Nacional tiene un enjuto prestigio porque está impregnada de muchos integrantes que visten el uniforme como una forma de ganar dinero bien o mal habido. Muchos de esos miembros no son conscientes de su función y denigran el uniforme. Pero en medio de esa maraña de reproches y cuestionamientos hay cosas rescatables, como este emergente policía, obstinado por hacer cumplir la ley y grácil para llevar adelante acciones benéficas, actividades cívicas, culturales y deportivas.
“Ser policía es nacer con vocación, ser escrupuloso en todos sus actos para así ganarse la confianza de la población. Es un trabajo digno que nos tiene que gustar. El servir a una comunidad es un privilegio, yo lo considero así, todo un privilegio”, así se expresa Ninaquispe a través del hilo telefónico.

El suboficial Ninaquispe junto a un grupo de voluntarios que vigilan las calles de Monsefú. En la otra foto, al lado de los pequeňos, durante un acto cívico.

Es un tipo preparado, formado por la mano implacable de su padre Félix, y los consejos de su madre Georgina. Es un ser diligente con 21 años de casado, un padre de dos jóvenes que surcan los buenos caminos. Lesly está a punto de convertirse en odontóloga y Cristiam estudia arquitectura. Son indicios de una bendecida vida, de un hogar estable, como lo confirma su esposa Hermelinda.
Hizo estudios superiores a la par que trabajó luciendo orgulloso el uniforme de los policías. Por eso tiene un discurso convincente. Y eso creo yo, es la receta para mejorar el prestigio de la Policía Nacional del Perú. En Estados Unidos es un requisito importante egresar de la universidad con algún título para enrolarse en la Escuela de Policía.
Así el policía está más instruido y tendrá mayores argumentos para no dar su brazo a torcer ante las tentaciones cotidianas, será un ser que no vivirá una inextricable vida, sino que actuará de manera irreprochable conforme a su juramento de honor, como un arduo defensor de la justicia y la legalidad.
Hace tres años empecé a escuchar de Ninaquispe. Autoridades, dirigentes institucionales y un sinnúmero de vecinos dan cuenta de su honestidad, de su entrega sacrificada, muchas veces fuera de horario, dirigiendo operativos policiales, coordinando con las juntas vecinales, dando charlas a los jóvenes, buscando actividades recreativas para los niños, dignificando el cuerpo policial.
Formado en la base de Mazamari, donde egresan los corajudos sinchis, este chepenano de nacimiento ejecutó valientes acciones defendiendo a la nación de acciones subversivas. Por eso fue ascendido dos veces en un mismo año, un récord que pocos policías tienen.
Desde que llegó a Monsefú siempre hizo bien las cosas y por eso recuerda con orgullo un memorial que suscribió la alcaldesa Rita Ayasta, otras autoridades y muchos monsefuanos, pidiendo su reincorporación tras una destitución que manchó su hoja de servicios. “Todo el personal de la comisaría de Monsefú fue removido por decisión del comando superior, debido al descontento de los ciudadanos monsefuanos con nuestra labor. Yo fui incluido en ese grupo y me sentí humillado, porque nunca me ocurrió algo igual. Pero luego hubo una reivindicación a mi persona. Fui el único policía que regresó a trabajar a Monsefú, donde me siento feliz, identificado con este pueblo al que he aprendido a querer y valorar”.
Ninaquispe, en medio de otros dos colegas, durante su entrenamiento antisubversivo en la base de Mazamari, Junín.

Los héroes de mi infancia aún existen, hay que encontrarlos porque escasean. Nuestra entrevista termina porque una llamada telefónica reclama la presencia de Ninaquispe. Una rápida coordinación con su jefe, el mayor PNP Uriel Távara y ambos van a la calle, tratando de lavarle la cara a la comisaría de Monsefú, dignificando a la Policía Nacional, como tiempo atrás lo hicieron héroes de la talla de Alipio Ponce o el cusqueño Mariano Santos. (LACG)