martes, 23 de octubre de 2012

El crimen empaña los 124 años de Monsefú



Por : Luis Castro Gavelán

Andar por las calles de Monsefú ahora representa un peligro. Ese sosiego y facilidades que te otorgaba mi pueblerina “ciudad de la flores” ya han desaparecido. “Abre los ojos”, “Ten cuidado”, son algunas de las frases que suelen decirnos nuestros parientes cuando saben que estamos próximos a salir a las inseguras arterias. Otras abnegadas madres, un poco más preocupadas nos echan la bendición y exteriorizan…¡Quė Dios te bendiga!.
Es que los nuestros ya columbran alguna vicisitud porque nadie…así como lo leen, nadie está exento de ser víctima de alguna maldad, de algún acto criminal en las inseguras calles de mi otrora apacible ciudad.

A Rosita Yeckle, una dama de monsefuana, casi la despojan a las seis de la tarde de su celular cuando transitaba hacia su casa. Pretendió pedir ayuda, gritó hasta la saciedad, pero nadie la auxilió, intentó comunicarse con su esposo para que venga en su amparo pero una trifulca gigantesca la hizo desistir. “Era un enfrentamiento con piedras, palos, botellas y cuanta arma contundente se arrojaban vándalos ensangrentados y borrachos. Si mi esposo hubiera pasado por ese lugar para venir a salvarme, habría de seguro recibido algún impacto dañino”, por eso preferí que no venga y sola me las arreglė”, dijo esta mujer totalmente traumada.

La ola de robos, de ataques sorpresivos con cuchillos y armas de fuego ocurren por doquier. A toda hora. Josė Elías, el conocido “Pepe” Elías fue asaltado en su casa y los malhechores se llevaron enseres por más de 25 mil soles. El equipo de cómputo- 54 laptop- del colegio “Jorge Pisfil” de Callanca, donado por un benefactor, terminó en manos criminales que redujeron y maniataron al vigilante; y ahora los estudiantes no tienen sus herramientas modernas para estudiar. Cuatro asaltantes premunidos de pistolas robaron en el grifo de Monsefú a las ocho de la noche golpeando a la administradora Rosa Llontop. Dos delincuentes encañonaron a Anthony Cornejo entre Sucre y Diego Ferrė, lo golpearon y quitaron su celular. Dos desalmados ingresaron en horas de la mañana a la tienda de la anciana Antonia Gonzales Chavesta de 70 años, la secuestraron, ataron de pies y manos, y despojaron de dinero en efectivo y otras pertenencias por un valor de veinte mil soles.

Puedo seguir con una innumerable cantidad de latrocinios sucedidos en Monsefú y me pregunto. ¿Hay autoridades?. ¿Existe un plan de seguridad ciudadana?. Es consciente de esta situación la señora Rita Ayasta?. ¿Todavía hay una comisaría en Monsefú?.
Incluso se habla que ahora hay puntos de venta de drogas, que el clima de desconfianza es tal que muchos monsefuanos han optado por irse a otros lugares, no por necesidades de trabajo, sino como consecuencia de ese ambiente carroñero, por esa desesperanza y desánimo.
Amigos periodistas en Lima me han dado nefastos datos estadísticos. Monsefú figura dentro del mapa rojo de la criminalidad. En apenas un año y medio los índices han superado el 327 por ciento. Así como lo leen, trescientas veces más .
Las denuncias están hechas y con mucha antelación, pero pareciera que algunos se benefician con este ambiente hostil en la población. Por eso me pregunto, vale la pena celebrar los 124 años de Monsefú con festejos, actividades de entretenimiento y sin priorizar una urgente atención a un hecho crudo y real que nos quema las entrañas?

La violencia acrecienta y es menester tomar el “toro por las astas”. Mi llamado es a unirnos, a tomar activa participación. Si nuestras autoridades quieren revertir esta nefasta gestión que vienen cumplimiento, bienvenidas, todavía están a tiempo para cambiar la historia de sus desventuradas vidas. Mi pedido es a los empresarios de restaurantes, a la asociación de artesanos, a los propietarios musicales de “Grupo 5” y "Hermanos Yaipén”. Ellos pueden dar un soporte económico en la medida de sus posibilidades para vigorizar a los “ronderos” o dar nacimiento a una “policía privada” para cuidar la ciudad. Nuestras alicaída Policía Nacional debe saber que nosotros sí tenemos cojones para combatir el crimen.

La población en general debe compeler con civismo. Así como antes hacía labores de voluntariado a través de las fabulosas “mingas”, ahora debe salir con pitos, buenas varas de membrillo y mucho coraje para arremeter contra esos pérfidos que vienen de conocidos villorrios de Chiclayo para delinquir.
La seguridad ciudadana nos compete a todos, es una álgida tarea que no puede ser postergada, a todos nos atañe escarmentar a esos criminales, hacerlos sentir que somos hijos de Diego Ferré, que nadie nos regala nada y que lo poco que tenemos lo hemos conseguido con sacrificio, lágrimas y sudor.

Mi llamado es también para el Centro Social Monsefú, de los residentes en Lima. Vayan, visiten y confirmen que mi denuncia es veraz. Mi solicitud alcanza a las personas que como comunicadores sociales en Monsefú corroboran cada día esta ola de hurtos y pillajes, a ellos los insto a unirse, a convertirse en protagonistas, en intérpretes de una población que clama por justicia y paz, pero que carece de portavoces.
Por mi parte, estoy listo para unirme a los legionarios que desean erradicar la delincuencia. Vamos a poner unas cuantas cámaras de vigilancia en sitios estratégicos y descubrir a los malhechores e incluso policías corruptos. Tenemos que sacudirnos de este flagelo.
Los dejo con una frase de Bern Williams: “Nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha vencido a la esperanza”.(LCG )

martes, 2 de octubre de 2012

Tributo al Cosmonsefuano Alfredo José Delgado Bravo




Monumento al poeta monsefuano.

Escribe:
Luis A. Castro Gavelán

Monsefú fue su cosmos, y su madre aquel piélago eterno de inspiración. Fue el trovador eterno, el cantor de las campiñas, del Nazareno Cautivo y de nuestro costumbrismo. Pero también fue el poeta que encandiló con su verso recordando a su madre, su preceptora e inspiradora, en medio de su aflicción.
Esta disimilitud la tuvo en su arte literario nuestro vate monsefuano Alfredo José Delgado Bravo, cuya obra ha cruzado fronteras y a quien recuerdo en esta crónica como un póstumo homenaje a cuatro años de su defunción, acaecida un 3 de octubre del 2008.
Algunas veces, en mi época de adolescencia, lo observé caminar pausado por la avenida 28 de Julio, y no porque era tardo, sino porque este rapsoda de tamaño regular y rostro atezado, solía andar y leer a la misma vez, como tratando de ganarle tiempo al tiempo.
Nació un 4 de marzo de 1,924 y su madre, doña Carmela Bernarda Bravo Bravo, decidió escoger su nombre. Y le puso Alfredo, como su esposo y padre de la criatura; y José, en homenaje al compañero de la Virgen María, que tuvo por oficio carpintero, como lo era el progenitor.

Desde muy niño fue un dechado de educación y respeto, y tal vez eso influyó para que su madre lo llevara desde niño a la caleta Santa Rosa, lugar donde ejercía la docencia. Y mientras la autora de sus días daba clases, él paseaba a orillas del mar. Por eso – cuando adolescente- su mamá le regaló una italiana máquina “Olivetti”, él dejó los papelitos fortuitos y lapiceros de tinta china; y echó a andar esa vena artística que lo hizo ganar muchos premios y el reconocimiento del Perú literario. La casa Ruana, Las horas naturales, Historia íntima de la tierra y el mar, Canto Labriego junto al mar; son algunos de sus poemarios, pero muchos se identifican con el soneto “Mi vestido marinero”, donde evidencia su atávico estilo, la sutileza de su expresión y ese límpido mensaje.

Egresado de la universidad de San Marcos, Lima, Delgado Bravo alternó con los representantes de la literatura peruana de los 50 y los 60. Siempre se dedicó a la docencia y se casó virtualmente con las letras. Sus segundas nupcias fueron con una fémina chiclayana,pero monsefuana de corazón, doña Alicia Elías, a quien cortejó alrededor de 10 años a través de cartas, cuando él, por motivos de trabajo, tuvo que radicar por mucho tiempo por Ica.


Doña Alicia fue el amor de su vida. Las románticas misivas tuvieron eco y ambos contrajeron nupcias. Su esposa aceptó esa implícita atadura de Alfredo José con la literatura y con ella, -por supuesto- y de ese vínculo nacieron Iván, Magali, Alicia Carmela, Dulce María Bernarda y Erika.
“Fue un padre a todo dar. Su presencia, su buen humor y ese optimismo siempre se constituyeron en el sello de su personalidad. Le gustaba leer mucho y ostentaba una biblioteca que cada mes se incrementó con ese presupuesto que él hacía para su familia y sus libros ”, recuerda con cariño Alicia Carmela, una de las hijas del vate y con quien hablé a través del hilo telefónico después de muchos años, tal vez la edad de Cristo.

Como padre fue juguetón, consentidor y apenas llegaba de dictar clases se sacaba el saco, se ponía cómodo y gritaba algo así como …el torooó , el torooó…y esa era la señal , y entonces sus hijos debían esconderse y él empezar a buscarlos, mientras doña Alicia decía…frío, frío; o tibio y caliente, conforme Alfredo José se acercaba o alejaba del objetivo oculto. Todo terminaba en fraternales abrazos y besos.

Tenía predilección por inspirarse durante la madrugada. A esa hora se escuchaba el tecleado de su “Olivetti”, pero sus hijos ya estaban habituados con ese singular sonido y seguían durmiendo. El poeta César Vallejo fue uno de sus estímulos, pues coincidía con él en eso que “el tiempo y la muerte son inmortales”; pero también le gustó la obra del escritor ruso León Tolstói , ese que decía “canta a tu aldea y serás universal”. Entonces puso su pluma al servicio de Monsefú, su pedazo de terruño , su mundo, su cosmos… su Cosmonsefú, como finalmente denominó a la “Ciudad de las Flores”.

Junto a mi padre hicieron “Bolondrones y socotrocos”, esa temida columna periodística que ningún político o personaje se salvó. Ellos “tomaban el pelo” a diestra y siniestra, con un humor fino y pulcro. También escribió en “Horizontes” y “Claridades”, así como en otros quincenarios de la época.
Como maestro dictó cátedra principalmente por las aulas del colegio San Carlos de Monsefú y el glorioso “San José” de Chiclayo, en cuyos lugares dejó su inmensa huella –además- como poeta y ser humano. Detestó desaprobar a sus alumnos, hacía lo imposible por terminar como el malo de la película.

Una vez, un empleado administrativo del colegio “San José” fue a su encuentro y le dijo que el director quería hablar con él. “Profesor Delgado, estoy revisando su registro de calificaciones y hay un error grave que debe usted solucionar. Yo sé que no le gusta “jalar” a los alumnos, pero cómo es eso de poner 18 a un estudiante que ya falleció ? ”, dijo la autoridad educativa. Entonces nuestro personaje, con esa hilaridad que lo caracterizaba, replicó: “No se preocupe director, ese es mi homenaje póstumo para ese buen muchacho”, ante la risa de todos los presentes.

En otra ocasión algún delator comunicó a la dirección del plantel sobre un estudiante que había llegado tarde y fue autorizado por el profesor Delgado a ingresar por una de las ventanas. De hecho fue llamado a descargar esa acusación, pero él sin inmutarse respondió: “Es mejor que entren por la ventana a que salgan por ahí. Deje que ese joven estudie, está interesado en ser mejor persona que su confidente”, se justificó medio en broma, ante la mirada del director, quien un tanto sonriente volvió a escuchar al trovador : “El humor es una filosofía de la vida”.

Por eso fue muy querido Alfredito, por eso sus alumnos y amigos lo recuerdan. Por su carácter bonachón; por eso lo recuerda su familia y su querido Monsefú.
En este cuarto aniversario de su óbito, mis recuerdos para el autor del himno a Monsefú. Tal vez allá en el cielo, debe estar saboreando un rico cevichito, o ese aguadito con chancho que hacía su madre, ó doña Alicia; o quizás –este dulcero por excelencia- esté degustando un arroz zambito o ese dulce de ciruelas.

Quiero cerrar esta crónica con una anécdota de Carmelita, quien evocó los días de su infancia en que su padre acostumbraba llevarla de la mano para que ella – toda “mataperra” y traviesa- se bañara en la acequia que estaba detrás de la estación del tren. “No creo que haya sido su engreída, nos quería a todos por igual, pero cuidaba de mí un poco más, tal vez por mi carácter de “palomilla”. Pero añoro esas vivencias, su consentimiento, sus ganas de mimarme. Siempre estuve a su lado, hasta los últimos instantes de su vida, fue a mí a quien lanzó esa tierna mirada mientras besaba su frente. Fue a mí a quien dijo…adiós para siempre, lo atisbé en sus ojos, esos que a los pocos instantes, se cerraron para siempre, en su lecho de muerte”. (LCG)