domingo, 21 de marzo de 2010

Ese calambre

Con su cansino andar cada mañana aparecía con su balde de metal .Algunas veces llevaba verduras y en otras frutas. Pero siempre salía temprano, a eso de las siete, rumbo a Chiclayo para vender esos productos .Su edad era cercana los setenta años y como auténtica monsefuana vestía con el clásico capús negro y la blusa blanca satinada. Usaba siempre las famosas trenzas y para que no colgaran a sus espaldas se las ponía alrededor de su cabeza.
Siempre despertaba simpatía, su rostro quemado por el sol y adornado de arrugas por su edad llevaba la señal de una vida feliz. Derrochaba carisma, a su modo era feliz y por ello sonreía. Buenos días doña Juanita, acostumbraba decir la gente a este singular personaje que vivía en la calle César Vallejo.
En cierta ocasión ella subió al autobús rumbo a su cotidiana actividad en Chiclayo. Lo tomó en el parque, frente a la casa de la familia Chanduví y se posicionó cómodamente en el primer asiento, cerca a la puerta. El bus empezó su recorrido recogiendo pasajeros en cada cuadra, como siempre. Cuando llegó al cruce con la Panamericana Norte ya estaba lleno y el cobrador a las justas podía ubicar su cuerpo dentro.
Diez minutos después el autobús ya estaba ingresando al centro de Chiclayo, se internó por la avenida Saenz Peña.De pronto se escuchó una voz firme y decidida: “Bajo en Aguirre”, era el aviso de doña Juana que alertaba su deseo de terminar su viaje en la esquina de la calle Elías Aguirre con Saenz Peña.El cobrador confirmó el deseo de nuestro personaje y gritó al chofer…”Bajan en Aguiiiirrreeee”.
Entonces el conductor, haciendo eco de su cobrador, estacionó el vehículo en la referida esquina. Alrededor de siete personas descendieron para permitir que doña Juanita hiciera lo mismo. Pasaron unos instantes y el cobrador se impacientó. “Baje pues señora que estamos apurados” la gritó conminándola a no demorar. Ella seguía sentada, sin inmutarse, mientras muchos rostros la miraban como queriéndole indicar que con su lentitud ellos también perdían.
Un nuevo grito del cobrador jamás sacó de su letargo a la anciana. Hubo una tercera llamada de atención que tampoco logró su cometido y el cobrador desesperadamente gritó…”señora,baje o nos vamos”. Entonces doña Juana tuvo una respuesta que fue como un bálsamo para los pasajeros, las risas y carcajadas se sucedieron como olas en el mar y hasta el chofer celebró la ocurrencia. Ella lo gritó a viva voz, dejó de lado su acostumbrada sonrisa y vociferó la razón por la que estuvo inmóvil. “Espéreme pues so carajo….no ve que me ha dado un calambre”.
Luis A. Castro

1 comentario:

  1. Que gracioso ,me encanto el suspenso hasta el final Jajaja !.de veras no esperaba eso.

    ResponderBorrar