jueves, 1 de abril de 2010

Las travesuras de Rubén


Siempre fue travieso, atrevido en el buen sentido de la palabra; “mataperro” como se dicen en el barrio. Muchas veces fue rebelde sin causa y ayudó a que mi padre ahora tenga algunas “canas verdes”. Siempre fue juguetón, el que con su chispa histriónica convertía la cólera de mi madre en una sonrisa gracias a sus ocurrencias.
Hasta mi abuelo, el recordado maestro Federico Castro sufrió la agudeza de sus acciones. Mostraba su desagrado cada vez que le ordenaban ir al campo- aun sin hacer nada-, sólo sentía placer cuando se trataba de cosechar frutas, entonces era el primero en la lista. Caso contrario dibujaba en su rostro el fastidio, detestaba el simple hecho de pasar unas horas en la chacra.
Su trasero fue mudo testigo de unos treinta latigazos que recibió durante su adolescencia, por burlarse muchas veces de la inocencia del abuelo. En presencia de mi padre, Rubén era montado al caballo que conducía el maestro Castro, pero se las ingeniaba para no llegar a su destino.
El abuelo iniciaba la travesía de treinta minutos .Iba guiando el caballo sentado en una montura, mientras Rubén lo hacía detrás de él, en el anca del corcel: “Hijito tienes que obedecer a tu padre. No siempre vienes conmigo, solo lo haces algunos sábados en tus vacaciones y además los trabajitos que te encomiendo son muy fáciles .Los jóvenes tienen que acostumbrarse al trabajo, a ser útiles a la sociedad a…”.De pronto el abuelo interrumpía su oratoria y movía la cabeza de un lado a otro .Con enojo comprobaba que había estado hablando solo, que Rubén, deslizándose suavemente, bajaba del caballo sin que él se diera cuenta.
Lejos de mostrar arrepentimiento y pese al castigo, Rubén cometió esta acción una y otra vez, hasta que el abuelo tuvo la brillante idea de viajar con una mano guiando al bridón y con la otra tomando de una pierna al travieso muchacho. Y vaya que tuvo éxito, porque ambos llegaron temprano , a las ocho, justo en el momento que llegaban los peones.
Al otro lado de la chacra yo estaba pastando al ganado y llegó Rubén a sostener un diálogo conmigo. Refunfuñaba el no haber podido burlarse del abuelo, cogió algunas cerezas y se alejó con la mirada gacha y pateando el piso. Eran en esos momentos las diez de la mañana, sí las diez campanadas que con nitidez escuché desde la iglesia “San Pedro” ubicada en el centro de Monsefú. Todo el pueblo y sus caseríos se guiaban por aquel repique de campanas.
Los campesinos hacían su trabajo acompañados de sus palanas deshierbando el maíz mientras el abuelo hacía otros quehaceres. Pasaron los minutos y de pronto escuché doce campanadas, sí el mediodía, la hora del almuerzo y el tiempo en que el abuelo debía iniciar el retorno a su hogar.
Los campesinos se miraron extrañados.“Que rápido se ha pasado el tiempo, ya es la hora de ir a comer”, dijeron. El abuelo asintió la cabeza en señal de aprobación y al mismo tiempo gritó a su nieto: “Rubén, Rubén, vámonos ya”. Entonces apareció mi hermano con una sonrisa inusual, montó al caballo y empezó la retirada.
Al cabo de media hora el octogenario abuelo Federico llegó a su casa acompañado de su querido nieto. En esos momentos mi padre visitaba a la abuela Rosa y al verlos se sorprendió.
- “Papá , qué milagro ,es muy temprano para regresar o Rubén se ha portado mal”, interrogó mi padre.
- “No hijo, dieron las doce campanadas y ya estamos aquí” replicó el abuelo.
Mi padre miró su reloj de mano y luego comparó con el que estaba en pared y en ambos marcaban las diez y treinta y cinco de la mañana. Luego miró a Rubén y éste agachó la cabeza, como tratando de esconder algo. Pero mi padre recordó sus ocasionales clases de detective y logró arrancar una confesión.
“Un vecino me prestó un fierro, yo conseguí una piedra y escondido entre las plantas de maíz lo golpeé doce veces. Mi abuelo y los campesinos creyeron que eran las campanadas de la iglesia”, admitió mi inquieto hermano.
Semejante declaración tuvo su repercusión, pero Rubén enderezó su camino y ahora es un padre ejemplar, un entrañable hermano del que me siento orgulloso ,un cuarentón con doble nacionalidad: peruano-española.
Luis A. Castro Gavelán

Foto leyenda : Rubén acompañado de su hijos en Madrid,España.

1 comentario:

  1. Es rico recordar lo que fue un tiempo de travesuras y los cambios que hemos realizado a traves del tiempo con nuestra madurez. Creo que casi todos hemos tenido un hermano travieso o nosotros quizas fuimos los traviesos. Eso trae muchas buenas memorias. Gracias por hacernos recordar....

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