Era un tipo iletrado pero intuitivo, hábil para los negocios .Su joyería ganó cierta fama gracias a su espíritu campechano y bonachón. Sabía trabajar el oro y los metales preciosos hasta convertirlos en objetos atractivos, esos que la vanidad te los obliga a colgar en el pecho, a exhibirlos en los dedos y en la muñeca de la mano.
En efecto, costosos collares y cadenas, brillantísimas sortijas y doradas pulseras eran el resultado de su linajuda experiencia .Además tenía la ventaja de la ubicación de su establecimiento: exactamente a media cuadra de la plaza de armas, en la calle 28 de Julio, en pleno corazón de Monsefú. Entonces su negocio y él cobraron fama a tal punto que estaba considerado como uno de los joyeros mejor posesionados, laboral y económicamente.
Y cuando el negocio va viento en popa es sinónimo de bonanza y tácito atractivo para quienes siempre merodean en busca de apoyo a benéficas actividades. Por eso no era novedad verlo detrás de su mostrador dialogando con visitantes que requerían alguna colaboración.
Bajo de estatura, pelo crespo, blanco, ligeramente subido de peso y con un creciente abdomen, Donatelo recibía visitas que interrumpían su trabajo, pero él, con su carisma y simpatía – cual diestro torero - sabía utilizar su verbo florido para negar ó aceptar su contribución; así como esconder su analfabetismo, cuyo secreto pretendía llevar a su tumba.
- “Buenos días don Donatelo, somos de la comisión …que está buscando fondos económicos para la compra de libros de nuestra biblioteca .Le traemos este oficio con la intención de solicitar su contribución…” eran los casi siempre patéticos estribillos que repetían los visitantes anunciando el motivo de su presencia.
Y de la misma forma, Donatelo tenía una singular actitud para lidiar con ellos.
- “Justo acabo de recibir a otras personas que quieren también un apoyo. Pero de todos modos déjenme su oficio para analizarlo”, sostenía el joyero.
Entonces le pedían firmar una copia del oficio y el astuto Donatelo retrucaba con un archiconocido ardid: “Miguel, hijo pásame mis lentes”. Los recibía, se los ponía sin resultados. “Disculpen…lo que es llegar a viejo, ya ciego me estoy quedando, no puedo ver bien. Miguel, hijo, ven otra vez y firma por mí “, expresaba el comerciante mientras intentaba reacomodarse los espejuelos.
Lo cierto es que las dudas respecto a sus habilidades con la lectura y la escritura empezaron a acrecentar debido a que siempre se ponía los lentes, simulaba leer, montaba una pantomima y solícito requería del buen Miguel para socorrer sus apuros. Nunca escamparon aquellas sospechas y él lo sabía , pero trataba por todos los medios de revertirlo con detalles que preparaba con antelación, hasta que cierta vez fue encontrado infraganti.
A través de los cristales pudo observar que se aproximaba una comisión y de inmediato tomó asiento detrás de su mostrador y simuló estar leyendo un periódico. Tras los saludos Donaleto intentó jactarse de erudito, comentando una noticia de primera plana.
Pero como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, Donatelo no se percató de un detalle irrefutable. Con un movimiento actoral se llevó los lentes hacia arriba y
acotó:“Pienso que Fernando Belaúnde va a ser el próximo presidente del Perú, así lo dicen las últimas encuestas hechas por este periódico que estoy leyendo, usted qué opina mi amigo”, dijo mirando a uno de los visitantes y sin dejar de señalar con su dedo índice el diario que ...estaba al revés.
( Luis A. Castro Gavelán )
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