sábado, 22 de febrero de 2014

El milagro hecho mujer


Luis A. Castro

Doña Petronila se levanta a las cinco de la madrugada. Ella sabe como ordeñar las vacas y mientras su esposo acude temprano al campo, ella se da tiempo para extraer la leche, venderla a sus clientes y regresar, ayudada por el viento, para preparar el desayuno de sus hijos, alistarlos y llevarlos a la escuela.
Doña Tomasa vende su chicha de jora y frutas. Ella apoya económicamente al sustento de su hogar y tiene energía suficiente para velar el crecimiento de sus seis hijos.
La señora Andrea carga sobre sus hombros- premunida de una pequeña sábana- al menor de sus vástagos. Así tiene las manos libres para dedicarse a las tareas del hogar: barrer, lavar, cocinar, planchar, educar e incluso amar al esposo.
La señora Rosa se levanta a las cuatro de la madrugada. Ella va a la Junta de Regantes para conseguir el agua que los terrenos de su esposo necesitan para así empezar con el sembrío de arroz. Luego acude al mercado para vender las frutas y verduras que su cónyuge cosecha. Con ese dinero da apoyo económico al esposo para adquirir los fertilizantes y pesticidas que urgen en las actividades agrícolas.
Doña anónima es abuela ahora, sus hijos son profesionales y ella sigue cuidando de sus nietos. Está orgullosa de su primogénito abogado, de su joven enfermera, de su famoso arquitecto. Incluso su sobrina es alcaldesa. Son gente de bien.
Todas estas mujeres tienen algo en común. Ella son monsefuanas, madres de familia honorables y lo que es mejor, cargan sobre sus hombros la responsabilidad de dar a la sociedad hombres de bien. Para ello llevan una vida al filo del sacrificio, son abnegadas, fieles y altruistas; pacientes, perseverantes y amorosas. Son un verdadero prototipo de las mujeres peruanas y del mundo, que lo dan todo por amor al marido y una pasión desmedida por sus vástagos.
Estas mujeres distan mucho de aquella monsefuana que presentan en un programa televisivo limeño y por el contrario la denigran. Por eso la voz de protesta y las acciones lideradas por un grupo de personas que comunica la noticia en Monsefú, y que ha sido secundada por mucha gente.
Es increible como la imagen de la mujer monsefuana, deshonrada por afanes mercantilistas, ha servido para juntar en un solo escenario a hombres y mujeres con ideas políticas dispares; a autoridades y representantes de instituciones que en otras circunstancias se dicen la vela verde y nunca llegan a buen puerto para defender los intereses de Monsefú.
Disgregando sus intereses personales y partidaristas, cientos de personas dieron muestras de civismo y no dudo que sus gestiones tendrán eco.
A la mujer, no se puede ofender ni con el pétalo de una rosa. Y eso ha quedado demostrado cuando plausibles monsefuanos salieron con coraje y valor a defender su honra. Tuvo que ser este bendito personaje que el mundo admira, el milagro de juntar a gente de todos los colores y sabores.
¿Entonces me pregunto… hay que agraviar a una dama para que existan este tipo de reuniones llenas de civismo?
Ojalá que a partir de esta convocatoria se den otras más para tocar temas álgidos como el avance de la criminalidad, la falta de planificación para ordenar el tránsito y todas esas obras que han detenido nuestro avance. Un colega periodista de la capital, que en los años ochenta visitó Monsefú, me aseveró atribulado que la “Ciudad de las flores” está estancada, como si hubiera retrocedido unos veinte años.
La campaña electoral ya se dio inicio. Y yo sigo pregonando que urgimos de un candidato único, de una persona que llegue al sillón municipal por consenso, alguien que tenga sentido patriótico, alguien que ponga orden sin intereses personales y administre la ciudad sin afanes de lucro.
Que los apristas, belaundistas, humalistas , fujimoristas, humanistas y cuantos istas existan, se junten y por el bien de Monsefú, hagan algo que sirva de ejemplo y modelo para el Perú. Soñar no cuesta nada, mucho menos cuando se anhela un bien común. Que la mujer y Monsefú salgan ganando, se les revalore y dignifique. ( LCG)