Era un tipo iletrado pero intuitivo, hábil para los negocios .Su joyería ganó cierta fama gracias a su espíritu campechano y bonachón. Sabía trabajar el oro y los metales preciosos hasta convertirlos en objetos atractivos, esos que la vanidad te los obliga a colgar en el pecho, a exhibirlos en los dedos y en la muñeca de la mano.
En efecto, costosos collares y cadenas, brillantísimas sortijas y doradas pulseras eran el resultado de su linajuda experiencia .Además tenía la ventaja de la ubicación de su establecimiento: exactamente a media cuadra de la plaza de armas, en la calle 28 de Julio, en pleno corazón de Monsefú. Entonces su negocio y él cobraron fama a tal punto que estaba considerado como uno de los joyeros mejor posesionados, laboral y económicamente.
Y cuando el negocio va viento en popa es sinónimo de bonanza y tácito atractivo para quienes siempre merodean en busca de apoyo a benéficas actividades. Por eso no era novedad verlo detrás de su mostrador dialogando con visitantes que requerían alguna colaboración.
Bajo de estatura, pelo crespo, blanco, ligeramente subido de peso y con un creciente abdomen, Donatelo recibía visitas que interrumpían su trabajo, pero él, con su carisma y simpatía – cual diestro torero - sabía utilizar su verbo florido para negar ó aceptar su contribución; así como esconder su analfabetismo, cuyo secreto pretendía llevar a su tumba.
- “Buenos días don Donatelo, somos de la comisión …que está buscando fondos económicos para la compra de libros de nuestra biblioteca .Le traemos este oficio con la intención de solicitar su contribución…” eran los casi siempre patéticos estribillos que repetían los visitantes anunciando el motivo de su presencia.
Y de la misma forma, Donatelo tenía una singular actitud para lidiar con ellos.
- “Justo acabo de recibir a otras personas que quieren también un apoyo. Pero de todos modos déjenme su oficio para analizarlo”, sostenía el joyero.
Entonces le pedían firmar una copia del oficio y el astuto Donatelo retrucaba con un archiconocido ardid: “Miguel, hijo pásame mis lentes”. Los recibía, se los ponía sin resultados. “Disculpen…lo que es llegar a viejo, ya ciego me estoy quedando, no puedo ver bien. Miguel, hijo, ven otra vez y firma por mí “, expresaba el comerciante mientras intentaba reacomodarse los espejuelos.
Lo cierto es que las dudas respecto a sus habilidades con la lectura y la escritura empezaron a acrecentar debido a que siempre se ponía los lentes, simulaba leer, montaba una pantomima y solícito requería del buen Miguel para socorrer sus apuros. Nunca escamparon aquellas sospechas y él lo sabía , pero trataba por todos los medios de revertirlo con detalles que preparaba con antelación, hasta que cierta vez fue encontrado infraganti.
A través de los cristales pudo observar que se aproximaba una comisión y de inmediato tomó asiento detrás de su mostrador y simuló estar leyendo un periódico. Tras los saludos Donaleto intentó jactarse de erudito, comentando una noticia de primera plana.
Pero como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, Donatelo no se percató de un detalle irrefutable. Con un movimiento actoral se llevó los lentes hacia arriba y
acotó:“Pienso que Fernando Belaúnde va a ser el próximo presidente del Perú, así lo dicen las últimas encuestas hechas por este periódico que estoy leyendo, usted qué opina mi amigo”, dijo mirando a uno de los visitantes y sin dejar de señalar con su dedo índice el diario que ...estaba al revés.
( Luis A. Castro Gavelán )
miércoles, 31 de marzo de 2010
sábado, 27 de marzo de 2010
El “champús” de la tía Fifi
A su madre le decíamos la tía “Fifi” y su hija también ha heredado ese apelativo y por supuesto ese extraordinario arte de preparar el “champús”, esa dulce bebida que saboreamos por las mañanas durante el desayuno; ó por las tardes al caer el sol.
En la “Ciudad de las Flores” todo el mundo conoce a nuestro personaje y estoy seguro que nadie ha dejado de probar ese manjar un tanto achocolatado y semi-espeso a base de maíz pelado o mote, azucarado con melao de caña ó “chancaca” y condimentado con canela,clavo de olor y unas hojitas de naranjo agrio.
Para los monsefuanos que por motivos personales emigran de la ciudad, es imperdible un reencuentro con el champús de la tía “ Fifi” y por eso es normal verlos beber in situ la dulce bebida, o comprar en jarras y llevarlo a sus casas. En mi caso Liliana, la esposa de mi primo Marcos Guevara, se encargó de preparar ese detalle y junto con su hija Zairita ( en la fotografía)acudimos al lugar donde expenden ese exquisito potaje ,a un costado de la puerta principal del mercado de abastos,en plena plaza de armas. Campechana ella, la hija de la tía Fifi , con una sonrisa a flor de labios nos vendió el “champús” y como siempre…nos dio la “yapa”.
El “champús “ es una bebida típica que se sirve en muchas partes del país, pero algunos le adicionan trozos de piña y en otros pedazos de guanábana. La tía “Fifi” tiene su receta y nos basta con su sabor, su agradable aroma, la pulcritud con que lo elabora y el carisma que evidencia a sus clientes. Ella le ha dado un valor agregado a su producto y nosotros nos sentimos totalmente orgullosos de su “champús”.
Similares características en su elaboración lo hacen en el suroeste de Colombia, en el valle de Cauca, donde lo toman especialmente en la época de Navidad. También lo preparan en el Ecuador y lo ingieren mayormente en ritos funerarios. Pero el “champús de la tía Fifi” tiene el sello de garantía para probarlo todos los días, los escolares al salir de sus clases por la tarde; los universitarios cuando vuelven de Chiclayo , los “extranjeros” que retornan a su tierra para reencontrarse con sus familiares y deleitar de la gastronomía, y los cientos de turistas que llegan a Monsefú para acrecentar su paladar.
Luis A. Castro Gavelán
“Los aguerridos” de Monsefú: fútbol de ensueño
Parecían músicos tocando la misma partitura, pero en un campo de juego; eran quimbosos, unos verdaderos artistas pintando su mejor acuarela con el balón en los pies. Ellos enarbolaron el nombre de Monsefú –deportivamente hablando- en un sitial importante, de respeto; nos dieron muchos lauros y fueron los campeones “morales” de la Copa Perú en su edición 1980. Por eso en esta nota nuestro homenaje por siempre a “Los Aguerridos “, la escuadra naranja que cosechó los mejores elogios de la prensa nacional luego de su exitosa campaña que empezó desde nuestro viejo estadio de la avenida Venezuela, pasando por terrenos deportivos de todo el departamento de Lambayeque,Piura,Tumbes, Cajamarca y que terminó en el grass del estadio Nacional de Lima.
Desde los primeros años de mil novecientos, la época de los White Star que con los hermanos Lucho,Ernesto,Delfín y Jorge Raffo ; Augusto Gonzáles, David Arraguí, Miguel Chereque ,Marco Boggio y otros, consiguieron ubicar a Monsefú en un lugar expectante del deporte nacional gracias a sus triunfos en el baloncesto; jamás habíamos vuelto a hacer noticia hasta la rutilante aparición de “Los Aguerridos” con el capitán el "cholo Mell", Roque Muñoz, Samamé, Marcos Guevara ,el “chato” Celis “ y toda la oncena futbolística que lideró el doctor Eusebio Cachay.
Precisamente uno de esos protagonistas, mi orgullosamente primo, Marcos Guevara, nos narra una anecdótica experiencia que pocos conocen y forma parte del sinnúmero de aventuras y peripecias que vivieron aquel legado de deportistas para llegar al sitial del que ahora nos ufanamos. (El editor, Luis Castro G. )
Era la época que solicitaban a “Los Aguerridos” para animar tardes deportivas en muchas ciudades del departamento y de toda la región. El presidente, el doctor Cachay, pactó un encuentro en la cajamarquina ciudad de Jaén ,distante a unas seis horas de Monsefú. La delegación de 25 personas, entre jugadores y dirigentes se trasportaron en un bus . El viaje fue medianamente cómodo porque la carretera por aquellos tiempos no estaba asfaltada, sólo era tierra afirmada y además había que hacer una travesía subiendo cerros con precipicios.
Casi al terminar el sábado arribaron a Jaén y fueron a descansar a un hotel. Al día siguiente, por la tarde, tuvieron un encuentro con un seleccionado local y –cuando no - triunfaron por 3 a 1. El estadio estuvo lleno y una cantidad de monsefuanos residentes en esa ciudad ,muy emocionados, prepararon una cena para sus ídolos . Después de ducharse y cambiarse de indumentaria, acudieron a las 7.30 pm. hasta un céntrico restaurante. El guiso estuvo delicioso y el entrenador Abraham Calderón autorizó una botella de vino y unas cuantas cervezas para amenizar la noche. Dos horas más tarde, Santiago Samamé y el golero Elcolobarrutia preguntaron por la hora de retorno. “Profe, es mejor salir temprano porque tenemos que trabajar mañana”, dijeron al profesor Calderón.
La interrogante fue escuchada por el delegado Joel Saldaña y éste miró extrañado a dos de los organizadores del espectáculo ahí presentes. Las miradas se llenaron de desconcierto, había ocurrido una terrible descoordinación y no se tomó en cuenta el bus de retorno. Todos se levantaron de sus asientos sumamente preocupados. Casi la totalidad de los futbolistas debían incorporarse a sus trabajos la mañana del lunes. Los jugadores Chavarry, Cañola y Vélez se llevaron las manos a la cabeza cuando escucharon una respuesta indeseable. La movilidad jamás fue coordinada y uno de los presentes, de apellido Tantaleán confirmó que los buses a Chiclayo no salían con una frecuencia diaria y que tenían la imperiosa necesidad de esperar hasta el próximo miércoles. El presidente de la institución,el doctor Cachay , ya había emprendido el retorno a Monsefú .
Eran casi las nueve y media de una noche veraniega, las calles estaban oscuras y casi la totalidad de los negocios tenían cerradas sus puertas. La imposibilidad de conseguir un bus cambió los ánimos de los jugadores. Muchos corrían el riesgo de ausentarse de sus trabajos y por ende, ser despedidos… cundió la desesperación …( continuará )
Marcos Guevara G.
lunes, 22 de marzo de 2010
Ceviche al estilo monsefuano
Monsefú es conocido en el Perú gracias a su agricultura, su variada artesanía, el temple de sus hijos, sus grandes músicos y en fin, muchos otros detalles .Todo nos lo hemos ganado con esfuerzo, nada nos han regalado; pero dentro de estas virtudes y galardones destaca sin lugar a dudas el arte culinario que poseemos, nuestra internacional gastronomía que satisface los más exigentes paladares.
Deliciosos platos como el pepián de pavo, arroz con cabrito, sudado de mero, las jaleas de pescado, arroz con pollo, la carne frita con huevo, arroz con pato ,el espesado y otros, que van de la mano con nuestro manjar de lujo, nuestro plato de bandera: el ceviche.
Ni el más común de los mortales se resiste a degustar nuestro exquisito manjar a base de pescado y mariscos. Su elaboración aparentemente es simple, con limón, sal y ají; pero donde está el éxito es en su preparación, en el gusto del cocinero, en el arte de mezclar los ingredientes en su exacta proporción y el “secreto de la abuela” que no es otro que la experiencia y destreza del “cevichero”.
En Monsefú, mujeres y hombres aprenden desde muy jóvenes a preparar el ceviche, es nuestro plato tradicional y por lo tanto lo comemos casi todos los días como aperitivo del plato de fondo. Con caballa ,toyo, cachema o corvina a menudo saboreamos este plato que siempre lleva además del limón, ají y sal, un poco de cebolla,a veces con culantro y casi siempre acompañado de camotes y yuca. En ocasiones maíz sancochado en grano, cancha y siempre adornado el plato con una hoja de lechuga. Así de simple.
Esta es la forma tradicional de elaborar el ceviche para los monsefuanos, que en ciertas ocasiones incrementan camarones y mariscos para hacerlo más apetitoso. Y así se ha hecho conocido nuestro plato de bandera en el norte del país. Esta receta muchos la han copiado y luego incrementado ciertos ingredientes e inventado estilos diversos de acuerdo a criterios personales. Pero el nuestro es auténtico, es tradicional, es campechano.
Ahora a lo largo de nuestras regiones se sirven ceviches y más ceviches, pero el nuestro es reconocido, tiene su “jale”. Por algo los llamados “huecos” y “picanterías” de los años setenta se han multiplicado y convertido en modernos restaurantes. Monsefú tiene en el centro de la ciudad más de 50 .A lo largo de la carretera Larán hay alrededor de quince y en el poblado mayor de Callanca superan los 30.
“A las pruebas me remito”, dice el paisano y las pruebas saltan a la vista. No hay ciudad alguna en el Perú que tenga una gastronomía como la nuestra. La cantidad de restaurantes que abren sus puertas todos los días y los cientos de turistas que nos visitan a diario así lo confirman . Los cerca de 40 mil pobladores que tenemos dan fe de ello también.
Luis A. Castro Gavelán
domingo, 21 de marzo de 2010
Salvemos a los Negritos y los Panchitos
El doctor Jacinto Custodio, nuestro conocido “chito Custodio, ha emprendido una campaña para preservar estampas tradicionales que forman parte de nuestro folklore. Nos referimos a los populares “Negritos y Panchitos”. Voy a reproducir su texto y a su vez invito a mis lectores a hacer eco de su campaña “ Salvemos a los Negritos”. Estoy seguro que este reto va a tener una respuesta positiva…yes we can…Sí podemos!!!
Da pena comprobar que la modernidad trae consigo el olvido y la desaparición de algunas costumbres y tradiciones enraizadas en nuestros recuerdos. Nuestros hijos crecen escuchándonos comentarlas y recordarlas con nostalgia. Algunas de ellas perdidas por efecto mismo de la modernidad: el aguatero, el transporte en burro, el baño en las acequias, el uso de la alforja. Sin embargo la desaparición de algunas no tiene nada que ver con la modernidad.
Algo de esto está pasando con el tradicional festejo para Navidad, los Negritos, las Pastorcitas y los Panchitos están casi en extinción, cada año que pasa son menos los danzantes y el ánimo festivo perdura gracias al esfuerzo de una familia, de unos devotos que quieren seguir conservando esta tradición. Es probable que en unos años esta festividad ya sólo sea un recuerdo de las muchas tradiciones que se están perdiendo. ¿Qué hacer? ¿Dejar que la modernidad se devore y haga desaparecer esta tradición navideña? Pienso que debemos apoyar a esos paisanos que hacen perdurar esta costumbre.
Lanzo un reto a los monsefuanos amantes de su pueblo que quieran salvar esta tradición, ¡Salvemos nuestro folclor! Salvemos a los Negritos! Estoy dispuesto a emprender esta cruzada y para ello necesito la ayuda, en especial de los monsefuanos que se encuentra fuera, en el extranjero. Necesitamos un promedio de 7.000 soles antes de Noviembre de cada año para llevar a cabo esta festividad. Este dinero será distribuido de la sgte. manera:
Pago a cada uno , de 15 soles por día : 30 danzantes (10 Panchitos,10 pastorcitas y 10 panchitos) a 15 soles x día por 8 días (solamente los días 25 y 26 Diciembre, Año Nuevo y los domingos de Enero). 3,600 soles
Paga a la Banda de 100 soles x día x 8 días: 800 soles
Almuerzo de 5 soles x 30 x 8 días: 1,200 soles
Gastos por vestimenta : 500 soles
Otros gastos 500 soles. 500 soles
Total 6,600 soles
Invito a los monsefuanos en el extranjero a que formen sus comisiones de apoyo a esta Festividad. Con sus aportes podremos fortalecer esta tradición que ayudaría a que el turismo aumente por estos días produciendo mayores ingresos económicos a nuestra población que depende de esta actividad.
No es una cursilería salvar esta tradición, es colaborar con el desarrollo del pueblo.
Espero sus comentarios en este blog o escríbanme a mi correo: jcuslop@gmail.com . Si encuentro aceptación les enviaré el número de la cuenta para que hagan sus aportes.
Dr. Jacinto Custodio L.
Ese calambre
Con su cansino andar cada mañana aparecía con su balde de metal .Algunas veces llevaba verduras y en otras frutas. Pero siempre salía temprano, a eso de las siete, rumbo a Chiclayo para vender esos productos .Su edad era cercana los setenta años y como auténtica monsefuana vestía con el clásico capús negro y la blusa blanca satinada. Usaba siempre las famosas trenzas y para que no colgaran a sus espaldas se las ponía alrededor de su cabeza.
Siempre despertaba simpatía, su rostro quemado por el sol y adornado de arrugas por su edad llevaba la señal de una vida feliz. Derrochaba carisma, a su modo era feliz y por ello sonreía. Buenos días doña Juanita, acostumbraba decir la gente a este singular personaje que vivía en la calle César Vallejo.
En cierta ocasión ella subió al autobús rumbo a su cotidiana actividad en Chiclayo. Lo tomó en el parque, frente a la casa de la familia Chanduví y se posicionó cómodamente en el primer asiento, cerca a la puerta. El bus empezó su recorrido recogiendo pasajeros en cada cuadra, como siempre. Cuando llegó al cruce con la Panamericana Norte ya estaba lleno y el cobrador a las justas podía ubicar su cuerpo dentro.
Diez minutos después el autobús ya estaba ingresando al centro de Chiclayo, se internó por la avenida Saenz Peña.De pronto se escuchó una voz firme y decidida: “Bajo en Aguirre”, era el aviso de doña Juana que alertaba su deseo de terminar su viaje en la esquina de la calle Elías Aguirre con Saenz Peña.El cobrador confirmó el deseo de nuestro personaje y gritó al chofer…”Bajan en Aguiiiirrreeee”.
Entonces el conductor, haciendo eco de su cobrador, estacionó el vehículo en la referida esquina. Alrededor de siete personas descendieron para permitir que doña Juanita hiciera lo mismo. Pasaron unos instantes y el cobrador se impacientó. “Baje pues señora que estamos apurados” la gritó conminándola a no demorar. Ella seguía sentada, sin inmutarse, mientras muchos rostros la miraban como queriéndole indicar que con su lentitud ellos también perdían.
Un nuevo grito del cobrador jamás sacó de su letargo a la anciana. Hubo una tercera llamada de atención que tampoco logró su cometido y el cobrador desesperadamente gritó…”señora,baje o nos vamos”. Entonces doña Juana tuvo una respuesta que fue como un bálsamo para los pasajeros, las risas y carcajadas se sucedieron como olas en el mar y hasta el chofer celebró la ocurrencia. Ella lo gritó a viva voz, dejó de lado su acostumbrada sonrisa y vociferó la razón por la que estuvo inmóvil. “Espéreme pues so carajo….no ve que me ha dado un calambre”.
Luis A. Castro
Siempre despertaba simpatía, su rostro quemado por el sol y adornado de arrugas por su edad llevaba la señal de una vida feliz. Derrochaba carisma, a su modo era feliz y por ello sonreía. Buenos días doña Juanita, acostumbraba decir la gente a este singular personaje que vivía en la calle César Vallejo.
En cierta ocasión ella subió al autobús rumbo a su cotidiana actividad en Chiclayo. Lo tomó en el parque, frente a la casa de la familia Chanduví y se posicionó cómodamente en el primer asiento, cerca a la puerta. El bus empezó su recorrido recogiendo pasajeros en cada cuadra, como siempre. Cuando llegó al cruce con la Panamericana Norte ya estaba lleno y el cobrador a las justas podía ubicar su cuerpo dentro.
Diez minutos después el autobús ya estaba ingresando al centro de Chiclayo, se internó por la avenida Saenz Peña.De pronto se escuchó una voz firme y decidida: “Bajo en Aguirre”, era el aviso de doña Juana que alertaba su deseo de terminar su viaje en la esquina de la calle Elías Aguirre con Saenz Peña.El cobrador confirmó el deseo de nuestro personaje y gritó al chofer…”Bajan en Aguiiiirrreeee”.
Entonces el conductor, haciendo eco de su cobrador, estacionó el vehículo en la referida esquina. Alrededor de siete personas descendieron para permitir que doña Juanita hiciera lo mismo. Pasaron unos instantes y el cobrador se impacientó. “Baje pues señora que estamos apurados” la gritó conminándola a no demorar. Ella seguía sentada, sin inmutarse, mientras muchos rostros la miraban como queriéndole indicar que con su lentitud ellos también perdían.
Un nuevo grito del cobrador jamás sacó de su letargo a la anciana. Hubo una tercera llamada de atención que tampoco logró su cometido y el cobrador desesperadamente gritó…”señora,baje o nos vamos”. Entonces doña Juana tuvo una respuesta que fue como un bálsamo para los pasajeros, las risas y carcajadas se sucedieron como olas en el mar y hasta el chofer celebró la ocurrencia. Ella lo gritó a viva voz, dejó de lado su acostumbrada sonrisa y vociferó la razón por la que estuvo inmóvil. “Espéreme pues so carajo….no ve que me ha dado un calambre”.
Luis A. Castro
“Les van a quemar el rastro”
Esta es una sabrosa crónica escrita por el médico cirujano Jacinto Custodio, donde hace remembranza de las “mataperradas” de su adolescencia.
Los veranos de los años 70 eran agobiantes y los muchachos nos dedicábamos a jugar fulbito, el trompo, el zumbador y la pelea de cachos. Nadie tenía la preocupación del dinero, recibíamos la propina de 50 centavos y con eso era suficiente para pasar el día. El río y las acequias eran nuestras piscinas y nuestras ropas de baño los calzoncillos que había que amarrarlos con “chante” para que no se los lleve la corriente. Nuestras fantasías nos hacían creer que las acequias eran ríos enormes y que era valiente quien cruzaba la “toma” y quien se tiraba de cabecita desde la compuerta. Nuestros flotadores eran las “pichanas” y nuestro bronceador la arcilla que se nos pegaba al cuerpo por la turbidez del agua.
Después del baño, entraba le hambre y había que ir a “robar frutas” a las chacras. Era la máxima descarga adrenérgica que podíamos experimentar, el miedo a que nos “ampayaran”, a que nos corrieran los perros o que nos corrieran a “champazos” .Nos hacía sentir valientes, pero el temor máximo era el que nos pudieran “quemar el rastro”. Se comentaba entre nosotros que los campesinos recogían las huellas que dejaban los que entraban a robar fruta a sus chacras y las quemaban con hierbas, ajos y una serie de aditamentos más que se los daba un brujo. Entonces al dueño de la huella se le empezaba a hinchar la pierna hasta cogerle gangrena y se la amputaban. Este temor muchas veces no nos dejaba dormir y nos amilanaba, pero había que demostrar nuestra hombría y teníamos que ir. Cuando un campesino nos ampayaba nos corría a “champazos” y nos gritaba “¡Les voy a quemar el rastro!”
Dr. Jacinto Custodio L.
Los veranos de los años 70 eran agobiantes y los muchachos nos dedicábamos a jugar fulbito, el trompo, el zumbador y la pelea de cachos. Nadie tenía la preocupación del dinero, recibíamos la propina de 50 centavos y con eso era suficiente para pasar el día. El río y las acequias eran nuestras piscinas y nuestras ropas de baño los calzoncillos que había que amarrarlos con “chante” para que no se los lleve la corriente. Nuestras fantasías nos hacían creer que las acequias eran ríos enormes y que era valiente quien cruzaba la “toma” y quien se tiraba de cabecita desde la compuerta. Nuestros flotadores eran las “pichanas” y nuestro bronceador la arcilla que se nos pegaba al cuerpo por la turbidez del agua.
Después del baño, entraba le hambre y había que ir a “robar frutas” a las chacras. Era la máxima descarga adrenérgica que podíamos experimentar, el miedo a que nos “ampayaran”, a que nos corrieran los perros o que nos corrieran a “champazos” .Nos hacía sentir valientes, pero el temor máximo era el que nos pudieran “quemar el rastro”. Se comentaba entre nosotros que los campesinos recogían las huellas que dejaban los que entraban a robar fruta a sus chacras y las quemaban con hierbas, ajos y una serie de aditamentos más que se los daba un brujo. Entonces al dueño de la huella se le empezaba a hinchar la pierna hasta cogerle gangrena y se la amputaban. Este temor muchas veces no nos dejaba dormir y nos amilanaba, pero había que demostrar nuestra hombría y teníamos que ir. Cuando un campesino nos ampayaba nos corría a “champazos” y nos gritaba “¡Les voy a quemar el rastro!”
Dr. Jacinto Custodio L.
sábado, 20 de marzo de 2010
Comiendo con la mano
Hace horas, con motivo del Año Nuevo tradicional de Afganistán y otros tantos países del Asia, la compañía para la que trabajo por las mañanas ofreció una actividad cultural con comida y baile incluido. Pude apreciar las típicas costumbres y saborear los manjares de aquellos ciudadanos oriundos de esos países que fueron territorios pertenecientes o influenciados por el Imperio Persa, tales como Irán, Pakistán, Uzbekistán, Azerbaiyán y otros tantos de Asia Central.
El Noruz o año tradicional coincide con el comienzo de la primavera y es una festividad muy importante. Tan importante que varios instructores de Pashto , Dari y Farsi ,idiomas que se hablan por esos lares de Asia llegaron a la reunión provistos de su indumentaria típica y llamaron la atención de todos los colegas instructores y por supuesto de las decenas de estudiantes americanos.
Pero ustedes se preguntarán qué tiene que ver esa festividad con mi intención de escribir crónicas y vivencias de Monsefú?. Pues sí hubo algo en particular y que cautivó mi memoria, que me transportó a esa época en que acompañé nostálgicos días a mi abuelo Federico Castro, allá por los años setenta, cuando viajábamos a caballo a la chacra de Poncoy .Nos esperaban varios jornaleros, entre ellos don Reducindo, sus hijos Pedro y Víctor ; y unos agricultores más.
Había que deshierbar el alfalfa, sembrar maíz y cosechar verduras. Mientras mi abuelo usaba la palana acompañando a los campesinos, en franca actitud ejemplar y a pesar de su edad , yo me entendía con las vacas, les daba de comer y me ganaba el derecho de obtener un nuevo uniforme escolar que compraba en Chiclayo mi abuela Rosa.
Bajo el sol abrasador los curtidos jornaleros hacían un incansable trabajo. Empezaban a las ocho de la mañana y terminaban extenuados a las cinco de la tarde, siempre respetuosos, siempre amables .Hacían una labor de encomio, lo hacían casi de memoria, estaban acostumbrados a estos avatares y apenas balbuceaban algunas palabras. Su diálogo era con la palana, su conversación favorita era sacar las hierbas y desplegar energía para la siembra y cosecha de los vegetales que mejor se acomodaban al terreno de Poncoy.
Pero al igual que los oriundos afganos que acá se desempeñan como instructores de su idioma, los campesinos monsefuanos tenía un momento de relax , un tiempo para renovar energías, calmar la sed y seducir sus estómagos con viandas típicas. Y ahí está la coincidencia: los afganos y mis agricultores monsefuanos tienen algo en común: comen en grupo, hacen un pequeño círculo , se sientan en el suelo y … llevan sus alimentos a la boca con la mano.
Es su estilo, es su usanza proverbial. Muchos repararon en el detalle, pero todo siguió igual. En Estados Unidos cada quién es dueño de su realidad; mientras no sean afectados cada quien vive a su modo, sin parámetros. Por mi parte estoy adaptado, además recordé que también hice lo mismo saboreando los manjares de nuestros campesinos, esos manjares que cocinaban con leña y en ollas de barro. Ese delicioso arroz amarillo con lentejas y carne de chancho .Comer con la mano es un estilo que confraternizan afganos y monsefuanos.
Luis A. Castro
Una visita añorada
Fue impactante. Eran varios los años que no los veía y las lágrimas acudieron a mi llamado. El tiempo es tirano e implacable, eso lo pude comprobar al mirar sus rostros llenos de arrugas y el cabello adornado del color de la nieve que muchas veces veo por estos lares. Ahí estaban mis padres, muy de madrugada, esperando mi salida del aeropuerto. No pude aguantar esperar las valijas y fui al encuentro de ellos.
“Lucho, te queremos mucho. Tus padres”, rezaba el cartelito que mi vetusto padre hizo para darme la bienvenida. Vino a mi mente las mil y una vivencias que tuve al lado de ellos. Mi madre acercó a mí un peluche, un osito que ahora vive conmigo, está a mi lado cada noche, junto a mi almohada.
Comer ese delicioso “frito” en el desayuno sacudió mi paladar. Ese manjar a base de carne de cerdo, yucas y camotes provocó en mí una extraordinaria reacción. Qué diferencia el arte culinario monsefuano con la comida americana!! Modestia aparte, la nuestra tiene lo suyo .Ese arroz con cabrito, el ceviche de pescado con mariscos, ese sudado de lifes , la parihuela de mero…sinceramente nuestra comida tiene ángel, su sazón es extraordinaria. Por algo ahora hay decenas de “picanterías” en la ciudad, la carretera a Larán y el poblado de Callanca. Tenemos una envidiable gastronomía.
La carretera luce mejor, ya no hay “baches”. El arco de bienvenida es un toque de distinción para una ciudad como la nuestra, que ya merece ser provincia. Monsefú luce cierta modernidad, pero no es por trabajo de sus autoridades, es por acción de voluntarios, de gente comprometida por convicción. El alcalde se llama Lázaro, fue mi compañero de promoción en el colegio y le di mi apoyo cuando me hicieron una entrevista radial. Pero me ha decepcionado. Ahora le digo cristianamente Lázaro, ”levántate” de esa silla burócrata y vete a tu casa. Recuerdo que Lázaro tocaba el bajo en nuestro famoso “Grupo 5” y ahora sigue tocando el “bajo”, pero a la violencia, a las discotecas de “mal vivir”, a la inanición y la desidia del gobierno local.
Qué delicia fue saborear el “champús” de la tía Fifi. ¡ Vaya qué sabor!.Y comer esos pancitos que una dama monsefuana me obsequió al reconocerme. El mercado de abastos tiene otra cara, dicen que luce mejor por acción de la primera alcaldesa monsefuana de nombre Rita. Saludar a una y otra persona fue algo agradable, como lo fue aquella frase de una pícara comerciante “casarito,se acuerda de mí,venga que le doy su yapa”. Ahí estaban los recordados “zambones” Uceda vendiendo su carne de res, ahí pude apreciar y adquirir pescado fresco para los ceviches que me hizo mi madre; la variedad de verduras para las ensaladas que preparé.
En medio de recuerdos y remembranzas Monsefú ha cambiado,le está dando paso a la modernidad. En sus calles pavimentadas y casas de material noble se puede notar, pero también está llegando gente extraña que parece no identificarse con la tranquilidad y honestidad de nuestras gentes. Algunos son de “mal vivir”, me contaron que en algunas calles vacías te arranchan la cartera o el celular, que asesinaron a un amigo de adolescencia como Mañuco Senmache por oponerse a ser asaltado. Que ahora ya no está en la comisaría “Poli” Bonilla y que entonces la policía brilla por su ausencia al momento de poner freno a la delincuencia.
Monsefú tiene lo suyo, tiene ese encanto que te atrae, que provoca en cada uno de nosotros ese romanticismo, ese orgullo de haber salido de sus entrañas. Siento que son muy pocos quienes tienen ese privilegio y yo me cuento entre ellos. Por eso soy un peruano feliz, porque soy monsefuano.
Hace poco tuve una conversación telefónica con alguien que tiene autoridad para expresar lo que siente. Y ese señor, Angel Pejerrey, ex alcalde e interminable dirigente dijo algo con cojones.”Tenemos todo para ser un pueblo líder, pero a las nuevas autoridades les falta conciencia cívica. Si esos políticos tuvieran mejor iniciativa cuando llegan al poder, estaríamos mejor. Y esto tiene que ver con las nuevas leyes municipales que ahora remuneran al alcalde y concejales. Entonces llegan a ese sitial más por interés económico que por desarrollar un trabajo a conciencia”. Y vaya que tiene mucha razón .Por ahí se ha visto a los candidatos y sus partidarios visitando caseríos con medio kilo de arroz intentando hacer trueque con un voto.
Pero mientras exista gente con empuje ,personas que aman a Monsefú con convicción, nuestra querida “Ciudad de las Flores” seguirá dando que hablar en el Perú y a nivel internacional. Cada uno desde su tribuna, los Yaipén con la música;los Angel Pejerrey con su experiencia como profesional y burgomaestre ; los Felipe Vallejos desde el micrófono incentivando a no arrojar basura por las calles; los innumerables anónimos que ponen su grano de arena para engrandecerla; esta bendita tierra de Diego Ferré y sangre mochica seguirá dando que hablar. Soy monsefuano…a mucho orgullo.
Luis Castro Gavelán
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