sábado, 28 de septiembre de 2019

Mercado de abastos de Monsefú: añoranzas de mi niñez


Escribe:
Luis A. Castro Gavelán

“Doña calera”, a sus 90 años y empecinada en ser la más vetusta comerciante del mercado de Monsefú

Hay momentos en que la nostalgia te envuelve y anhelas volver a tu tierra. Por alguna razón así ocurrió, estuve algunos días por Monsefú y a pesar que ahora conviven nuevas generaciones, todavía hay lugares que inspiran, y amigos de entrañables recuerdos. Cruzando el parque principal y en medio de saludos protocolares a recordados vecinos, me encontré con algunos paisanos frente al mercado. Hubo diálogos, estaba de cuerpo presente, pero mi mente se transportó a aquellos años en que mi madre me enviaba a comprar la carne, el pescado o las verduras para el almuerzo.


Al costado de la puerta principal del mercado de abastos (ubicado en 28 de julio 585) estaba la tienda de Oscar Kant, famoso por sus negocios variados y por las hijas guapas que de por sí, también formaban parte del atractivo. Había que regatear los precios de los productos que solicitaba mamita para quedarnos con algunos centavos y así adquirir las figuritas de los álbumes de historia y geografía que expendían en la tienda de “Kant chín”.

  Por aquellos años en la puerta del mercado se ubicaban los vecinos de Ciudad Eten comprando los sombreros de nuestras paisanas. Al ingresar, a ambos costados se ubicaban los vendedores de pan, las vendedoras de “poda”. Al lado izquierdo estaba el negocio de la recordada tía Filomena, “Fifi”, que ofrecía su delicioso “champús” y el “frito” que degustábamos acompañado de crocantes marraquetas del panadero “chasís” Gonzales.

Desde el negocio de la extinta Filomena ya se escuchaba el barullo de los comerciantes, los gritos de los verduleros, fruteros, las bromas que los queridos “zambones” (Guillermo y Enrique), que ofrecían carne de res; los avisos de los Farroñay, quienes monopolizaban la venta de carne de cerdo y cabrito; los anuncios a viva voz de don “chauto” Lluén y su pescado fresco. La “yapa” que daba doña Ramitos, la dama de las hortalizas.


Verduras frescas a precios cómodos.
Es imposible dejar de mencionar las ocurrencias de los comerciantes de abarrotes César Incio y el “zambo” Fredesbindo. También, las bromas de doña Ethel Niquén cuando vendía su pollo fresco. Muchas veces reí a carcajadas con las ocurrencias de Cesítar Incio, quien lanzaba por doquier los granos de maíz a ocasionales clientes que desconcertados volteaban a buscar al culpable de esa “agresión”. A veces miraban con mala cara a otro comerciante, don Jacinto Custodio, el padre del médico “Chito” Custodio, quien siempre tenía el rostro adusto y desconocía de la agudeza de César Incio, ahora de 83 años y entregado a Cristo. 
La familia Farroñay sigue expendiendo carnes.

Los domingos, el mercado de abastos se convertía en un atractivo escenario de bailes populares. Exhibieron su arte ‘Scala musical”, el “Cholo Montenegro”, ‘Los pasteles verdes”, por supuesto que nuestro querido “Grupo 5”, el “Sonido de los Hermanos”, “Aguamarina”, entre otros. Quienes no tenían dinero para comprar el boleto de entrada, escalaban las paredes para encontrarse con la “collera” y por qué no, con la chica a quien pretendían.

Ahora nuestro mercado luce tugurizado, con muchos comerciantes que intentan expender sus productos en medio del desorden. En su momento, los alcaldes Juan Renato Custodio, Angel Bartra y Rita Ayasta mejoraron el recinto, pero ahora, casi terminando el 2019, creemos que ha llegado el momento de ubicarlo en un lugar más amplio. Recorrí los diferentes pasadizos y puede reconocer a algunas de las verduleras, vetustas, cansadas, pero dispuestas a seguir. Todavía nuestras paisanas dan la “yapa”, te hacen descuento y te envuelven en sus diálogos de convencimiento. "Que va a llevar caserito" era su expresión de saludo y de acercarse a su ocasional cliente.

Ahí estaba doña Paula Custodio Mechán, cuyo nombre no dice nada, pero si mencionamos su “chapa”, todos se acordarán de la reina de las yucas, la querida “gata”. Paula ahora atiende acompañada de su hija Clara Gonzales y de Elsa Lluén. Tiene más de 50 años vendiendo las yucas, cebollas y camotes que nunca faltan en el plato de ceviche.

También encontré a Juana Ayasta Gonzáles, la longeva “Calera”, que a sus 90 años continúa dando ejemplo de laboriosidad. Sigue vendiendo el delicioso “queso mantecoso”, la mantequilla que ella propalaba como de “purita calidad”, y una variedad de frutas. “Tengo 67 años vendiendo y voy a seguir aquí hasta que tenga fuerzas. Si me quedo en casa, me muero”, proclama la anciana que exhibe arrugas en el rostro como reflejo de su alma senil. 

Añoro que ese mercado tenga una ubicación más apropiada y que ese terreno sirva para construir una biblioteca de tres pisos con su anfiteatro para eventos culturales.

 Creo tener contactos para contribuir con libros y apoyar una moderna sala de cómputo al estilo de las bibliotecas que tienen las ciudades en Estados Unidos. Los jóvenes de Monsefú, nuestras nuevas generaciones, se merecen un mundo de educación y cultura, ser dignos de un futuro mejor.  
El estadounidense Wendell Pierce dijo alguna vez que el rol de la cultura es tal que le “da forma a cómo reflexionamos como sociedad, sobre cómo somos, dónde estamos y a dónde esperamos llegar”. Hay que soñar despiertos, pensar que juntos sí podemos. (LCG)



8 comentarios:

  1. Maravillosas sus cronicas creo que todos los hemos ido chiquillos acomprar nos trae muchos recuerdos cuando nos mandaban con la canastitas hechas a base carrizo que hasta ahora lo utilizan los panaderos.

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  2. Es verdad, había canastitas de junco o carrizo para las compras. Un abrazo mi amigo y gracias por su comentario.

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  3. Recordar es volver a vivir, esos años inolvidables, base de nuestro ser, permitirá que hagamos más interesante nuestro Monsefú

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  4. Muy buena remembranza de la vida diaria de un Monsefú que ya pasó y que solo queda en el recuerdo.

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  5. Leer esta crónica nos hace recordar aquellos años de niñez que todos hemos pasado... Nuestro Monsefu necesita urgente un mercado. Moderno acorde a los grandes cambios. Abrazos primito

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    1. Gracias, muchas gracias, infortunadamente no sé tu nombre, pero gracias por leer mis crónicas querido familiar.

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