Luis Castro Gavelán
El Perú es un país que le debe mucho a la agricultura. El sector agrícola aporta casi el diez por ciento del producto bruto interno. Eso, gracias a nuestros abnegados campesinos que honran y cultivan la tierra. Pero así como nuestros agricultores sacrifican su vida para producir la tierra, muchos de ellos se han dado cuenta del trabajo que deben cumplir como padres: permitir y alentar para que sus hijos se profesionalicen, vayan a una universidad, se impregnen de sabiduría y nuevos conocimientos. Esta determinación ha dinamizado el sueño de nuestros niños. En la radio e internet hemos sido informados de la aparición de talentos, de niños con condiciones excelentes para estudiar; pero también que tantas veces esas intenciones se han frustrado por no ser constantes, no tener apoyo profesional o porque la economía de los padres impide que aquellas ideas pergeñadas cuando infantes, lleguen a consolidarse.
Entonces viene a mi memoria la vida de José Hernández, un mexicano- americano que fue campesino durante su niñez y que sin dudas tiene un mensaje para todos los niños soñadores peruanos y del mundo que anhelan un hálito de aliento. La historia de José está llena de paradigmas. Y también nos dice que los padres nunca debemos ser un obstáculo cuando los niños tienen proyectos con destellos de aparente utopía, pero que en realidad no es así, ellos requieren que alguien los entienda y apoye a hacer realidad esas “fantasías”.
Salvador y Julia Hernández son padres de 4
hijos. José es el último. Todos los años, Salvador y su esposa se movieron
desde Michoacán, México, hasta los predios agrícolas de California, Estados
Unidos para cosechar fresas, pepino, uvas, duraznos. Nueve meses de trabajo en
tierras americanas y tres meses en su natal Michoacán, así era la vida de los
Hernández. Inmigraron por razones laborales, vivieron de un lugar a otro, y así
llegaron los hijos, unos nacidos en México y otros en Estados Unidos.
José nació en Estados Unidos y hasta los 12
años, bajo el intenso sol californiano, ayudó a su padre en la cosecha de
frutas para ganar 35 centavos de dólar por cada balde lleno de uvas o fresas.
Pero su vida cambió cuando a la edad de 10 años vio en la televisión a Ronald
Evans, Harrison Schmitt y Eugene Cernan caminar por la luna, el único satélite
natural del planeta Tierra, uniformados con su vestimenta de astronautas. La
proeza del Apolo 17 que repercutió a nivel mundial ocurrió el 7 de diciembre de
1972. José nunca borró de su mente esa historia que vio en la pantalla chica.
“Cuando tenía 12 años tomé una decisión con
el apoyo de mi maestra americana. El moverme de un lugar a otro por decisión de
mi padre hacía que no hablara bien el español, ni tampoco el idioma inglés. Por
mi ambiente bicultural y por la forma de expresarme sufrí la burla de los niños
de México y de los Estados Unidos. La Sra. Jean llamó a mi padre y le dijo que
quería hablar con él”, recordó José Hernández.
José y su padre |
Profesora Jean fue a la casa de José para interceder
En realidad la teacher Jean no llegó para quejarse de la mala
conducta de su alumno, sino que abogó para que José se estableciera en
California. También felicitó a don Salvador por las buenas calificaciones del
menor. El agricultor inmigrante, con apenas tercer año de educación primaria
entendió el pedido de la maestra y llevó otra vez a la cocina a su niño. José
estaba preocupado, tuvo miedo de alguna reacción negativa de su padre.
“En la cocina pasaban tres cosas: comer, hacer las tareas o nuestro padre
aplicaba la “justicia” con la correa. Mi padre no me invitó comida, no me dijo
que haga las tareas y cuando pensé que me iba a castigar, con voz amical me
interrogó: ¿Y por qué deseas ser astronauta? Le dije que quería ser alguien en
la vida”, recordó José.
Pese a su escasa
educación el agricultor mexicano no se opuso a las intenciones de su hijo, analizó
la situación y con mucha sapiencia le explicó que para ser alguien en la vida debía
considerar cinco puntos de una receta especial que él imaginó:
1- Definir lo
que se quiere ser en la vida
2- Crear un mapa. Así sabrás dónde estás y la ruta que debes seguir
para alcanzar tus metas.
3- Trabajar y estudiar. Así sabremos el significado de sacrificio y ética
de trabajo. Hay que prepararse para conseguir los objetivos.
4- Crecer y tener corazón. Hacer las cosas no porque los padres lo piden,
sino porque personalmente reconocemos que es lo mejor.
5- Perseverancia. Es la cereza del pastel, no todo es fácil, la vida está
llena de alegrías y sinsabores, pero hay que perseverar para triunfar.
Y José llevó adelante la receta. Terminó la secundaria, se graduó de ingeniero
electrónico, hizo una maestría en ingeniería y luego de 5 años de experiencia
postuló a la NASA donde fue aceptado. Como empleado de la Administración
Nacional de Aeronáutica de los Estados Unidos postuló 11 veces para ser
astronauta, pero fue rechazado una y otra vez.
“Me acordé de la receta de mi padre y
perseveré. Para mejorar mi hoja de vida, me hice piloto durante un año. Utilicé
otro año para ser el mejor buceador. Acepté participar en Rusia en una estación
espacial internacional, aprendí ruso. Después de 5 años de seguir terco en mi
propósito, fui aceptado en la intención número 12”, rememora José.
Fue admitido como pre candidato a
astronauta. Y tras dos años de intensos estudios y mucha práctica profesional terminó
por convencer a los funcionarios de la NASA que finalmente lo programaron como
tripulante del transbordador Atlantis STS-128. El 29 de agosto del 2009 el
agricultor José Hernández Moreno honró a su familia, a su profesora Jean, a su
país, Estados Unidos, y a su nación de herencia, México.
A la 1.36 minutos de la
madrugada despegó el transbordador con José como parte del equipo de 5
astronautas desde Cabo Cañaveral, Florida, y teniendo como testigos de lujo a
su padre, esposa, hijos, y su orgullosísima teacher Jean. Con
una estampita de la virgencita de Guadalupe dentro de su uniforme, José se
persignó mientras el STS-128 alcanzaba una velocidad de 28 mil kilómetros por
hora. Durante 13 días José y sus compañeros de aventura dieron vueltas
alrededor del planeta, coronaron con éxito su misión y retornaron sanos y a
salvo al centro espacial de Florida.
El inmigrante, el campesino
cosechador de fresas y uvas, que muchas veces mostraba sus mocos cuando niño,
se convirtió en un cosechador de estrellas. Muchas veces nuestros padres nos
piden sonreírle al éxito, llegar arriba, pero José llegó más arriba, vio
nuestro planeta desde el espacio sideral como un boato espectador.
José tocó la gloria, pero jamás cambió.
Nunca fue arrogante ni mucho menos petulante. Siempre sonrió, siguió siendo
sencillo y honesto. Cuando llegó a su casa en California, tras su experiencia
espacial, visitó a su esposa Adela en el restaurante “Tierra luna grill” que
ambos administran. Se abrazaron por unos minutos, fue un encuentro de una
esposa, de una fan enamorada de su héroe, pero todo cambió cuando un mesero
dijo que la máquina de lavar platos se había malogrado. José, el famoso
astronauta, se puso a lavar decenas de platos mientras conversaba a su pareja
su experiencia como tripulante del STS-128.
José Hernández y su familia |
Dios bendiga a cada uno
de sus hogares, mi esperanza es que los jóvenes sepan que nada es fácil, pero
en un mundo donde todo cambia rápido, quien no arriesga, no saborea el éxito.
Nos despedimos con un consejo de James Allen: “Para obtener el verdadero éxito
hay que hacerse cuatro preguntas: ¿Por qué?, ¿Por qué no? ¿Por qué yo no? ¿Por
qué no ahora? ( Luis Castro G.)
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