Escribe:
Luis A. Castro Gavelán
Universidad Complutense de Madrid
Después de 27
años, voy a narrar algo que tal vez será una revelación. Pocos conocen sobre
los orígenes de la famosa agrupación musical Aguamarina, de la forma como
ingresó al duro y exigente mercado limeño que por ese entonces era dominado por
la llamada “cumbia chicha”. Uno de los actores de ese acuerdo ya no está entre
nosotros, me refiero al Faraón de la Cumbia, Elmer Yaipén. Aún estamos con vida
don Teófilo Quiroga Rumiche, propietario del grupo sechurano con noventa años a
cuestas y el autor de esta crónica.
Lo que voy
a dar cuenta no es el simple hecho que dos agrupaciones norteñas empezaron por
primera vez a dar señales, su incursión a una ciudad de ocho millones de
habitantes, sino también la repercusión que tuvo, hasta estos días, la
presencia de Grupo 5 y Aguamarina en la capital del país con el consiguiente
resultado: el rompimiento de la hegemonía o mejor dicho el fin del monopolio de
los grupos y promotores de la llamada “cumbia chicha”; la aparición de una
corriente musical que conquistó a hombres y mujeres de la costa, sierra y selva
del país que habitan Lima; y la apertura al mercado limeño de muchas
agrupaciones musicales norteñas que terminaron por consolidar el éxito de la
cumbia de los sintetizadores e instrumentos de viento.
Si
conquistas Lima, los triunfos vienen por añadidura en todo el país. Y eso
ocurrió, Grupo 5 y Aguamarina iniciaron el camino y salieron adelante, pese a
muchas vicisitudes, gracias a su nivel de organización y disciplina. Las
agrupaciones de Monsefú y Sechura, respectivamente, son los máximos exponentes
de la cumbia costeña y se han erigido en los más conspicuos representantes de
la cumbia peruana, han internacionalizado su labor artística y aún no tocan
techo. Los hermanos Yaipén Quesquén de Grupo 5 y los Quiroga Querevalú de
Aguamarina, tienen mucho que ofrecer.
En un mundo
tan convulso y lleno de retos, esta crónica no desea promover polémicas que
definitivamente no ayudan a la fraternidad entre peruanos, que siempre
promuevo; pero sí tengo el interés de que se sepa la verdad y que forme parte
de la historia de la cumbia nacional, muy estudiada actualmente por sociólogos,
educadores, economistas, periodistas, musicólogos y muchos estudiantes
universitarios que escogen el tema para sus investigaciones de tesis.
El
reencuentro
Hay tantas
conjeturas sobre este asunto que uno de mis amigos, el poeta trujillano Juan
Carlos Lázaro, me animó a escribir un libro sobre la historia de la cumbia
norteña, su ingreso a Lima y luego su afianzamiento en todo el Perú, pero mis
ocupaciones profesionales no lo permiten. En mayo del 2018, durante una visita
al Perú, nos reunimos después de una veintena de años en Miraflores. Juan
Carlos estaba junto a su esposa, mi colega Inés Flores, y ambos lanzaron una
espina que me hizo reaccionar. “Hay versiones diferentes, hay tanta gente que
se irroga haber llevado a la fama a Aguamarina y muchos grupos norteños. “No lo
debes permitir”, sostuvieron.
La
sugerencia se mantuvo en el limbo, pero anduvo rondando por mi cabeza. Hubo una
gran desilusión, mis archivos personales se perdieron casi por completo cuando
cambié de domicilio… y de esposa. Han pasado 27 años y gracias a varios amigos y
la posibilidad que nos brinda el mundo cibernético, puedo ofrecer mayores
matices del nacimiento de la Promotora Real y esa aventura que inicié
alimentado por el entusiasmo del extinto Elmer Yaipén, el cantante y líder
fundador del consabido “Grupo 5”. Incluso Elmer fue mi garante para que el
representante de Aguamarina, Teófilo Quiroga, acepte presentarse en Lima.
Elmer Yaipén, "Chany" Meza y José Quiroga, durante un evento en 1996
Poco a poco
recordé aquellos pasajes de mi vida, me remonté a septiembre de 1993, cuando
sentados en la vereda, frente a su casa en la calle Mariscal Castilla de
Monsefú, Elmer me dijo que Grupo 5 podía hacer presentaciones en Lima y que
para tener mayor éxito recomendaba un “mano a mano” con Aguamarina de Sechura,
Piura. Sinceramente nunca había escuchado de esa agrupación. Pero el
desaparecido cantante de cumbia conocía el ambiente musical y había que
escucharlo.
Con la
estrella artística monsefuana me unía una gran amistad, que se fortaleció en 1985, cuando en actitud generosa ofreció
conciertos en Lima, contratado por una institución que había planificado
construir un arco de ingreso a la ciudad de Monsefú, Chiclayo. Como directivo
de esa organización aprendí a organizar masivos eventos musicales junto al
extinto Higinio Capuñay, el creador del emporio radial “La Exitosa y La
Karibeña”. En sus conciertos, Grupo 5 reunía en su mayoría a coterráneos ávidos
de colaborar con la obra benéfica y algunas decenas de simpatizantes. Pero lo
que recomendaba Elmer eran palabras mayores, se trataba de promover conciertos
en un mercado hasta cierto punto desconocido, donde semanas después confirmé
que estaba dominado por el mundo de la “chicha”, con agrupaciones y promotores
dispuestos a evitar que alguien “invada sus dominios”. En los ochentas trabajé en el diario “La República” y gracias a muchos
colegas con quienes labré gran amistad, sabía que podían ayudarme a promocionar
mis eventos. Eso era un gran respaldo para el atrevido proyecto.
Me dejé
llevar por el apasionamiento de Elmer sin medir las consecuencias. Los costos
para llevar a Lima a dos famosos grupos de cumbia norteña eran elevados y para
recuperar la inversión y generar utilidades había que desplegar mucho esfuerzo
y dedicación. Todo eso lo supe cuando ya tenía en mis manos los contratos
artísticos de Grupo 5 y Aguamarina. Los conciertos estaban pactados para el
sábado 4 y domingo 5 de diciembre de 1993.
Mi
reunión con Teófilo Quiroga, el dueño de Aguamarina
Cerca de
las diez de la mañana de aquel día terminó mi diálogo con Elmer Yaipén y ya
había algunos avances sobre esta aventura artística. Parece que los astros se
habían alineado para que todo salga redondo. “Tienes suerte Luchito. Paso por
tu casa a las dos de la tarde y te llevo para que converses con don Teófilo, el
propietario de Aguamarina, justo ellos van a tocar hoy domingo en un local de
La Victoria en Chiclayo”, me dijo el famoso “faraón de la cumbia”.
Y así
ocurrió. En su auto blanco modelo Elantra fuimos desde Monsefú a Chiclayo.
Durante el viaje hablamos de su agrupación, de sus hermanos y el futuro de sus
hijos, entre ellos Elmer Jr. y Andy. Me habló de sus sueños de consagración,
del mundo de la cumbia en el norte del Perú. Realmente desconocía la fama
regional de Aguamarina, las presentaciones de Armonía 10, el Sexteto
Internacional, los Cantaritos de Oro y otros. Hacía años vivía en Lima y mi
mundo musical lo llenaban la salsa y el rock.
Llegamos al
lugar y observé a muchos jóvenes y adultos almorzar en un restaurante. Eran los
integrantes de Aguamarina. Elmer se paró en la puerta y preguntó por el señor
Quiroga. De repente salió un hombre maduro, de unos sesenta años, con la calva pronunciada,
de tez morena y un tanto obeso. Risueño y de buena actitud extendió su mano a
Elmer.
-¡Ay… que tal
don Yaipén!
- ¿Cómo
está señor Quiroga? aquí le presento a mi amigo Lucho Castro. Tiene interés por
contratar a Aguamarina para Lima. Quiere hacer un mano a mano con nosotros y ya
ustedes conversarán, pero se lo recomiendo, es periodista y conoce el mercado
de Lima. Yo he aceptado y los dejo solos para que conversen.
Elmer se
alejó. Me dijo que me esperaría en su carro. Acostumbrado a tomar la iniciativa,
esta vez el señor Quiroga lo hizo y dijo que estaba listo para escucharme.
Retomé el aplomo y expliqué mi interés, le hice saber que ya había celebrado
fiestas con Grupo 5 con relativo éxito y que mi idea era hacer dos grandes
eventos, muy bien promocionados y con la idea de abrir un mercado tan difícil
como el limeño.
“Mira mano
(hermano) usted ha venido con don Elmer y quiere decir que lo conoce. Yo quiero
decirle que nosotros tenemos nuestro público acá por el norte y si usted hace
un buen trabajo le puede ir bien. Si usted pone sus afiches, sus banderolas y
hace su publicidad como me ha dicho, nos puede ir bien. A usted, a nosotros y a
los amigos de Grupo 5. Todos salimos ganando. Vea, le voy a aceptar y vamos a
ir a Lima con fe. Vaya tranquilo, haga bien sus cositas”, dijo el señor Quiroga
mientras pidió volver a hablar con Elmer Yaipén. En la conversación, el
representante de Aguamarina, un pescador curtido, de verbo simple pero
contundente, fue claro en algunos requerimientos, manifestó el precio por las
presentaciones del sábado y domingo y pidió algo más. Quería ir a Lima con un
contrato de tres fechas. Acepté su deseo y quedó contento.
Elmer
Yaipén tuvo unos minutos de diálogo y luego el señor Quiroga retomó la charla conmigo.
“Vea, le voy a dar el contrato por las tres fechas, don Elmer ha hablado muy
bien de usted y vaya tranquilo. Cualquier cosa me pide”, reiteró el viejo lobo
de mar, ahora convertido en propietario de una agrupación musical. No pidió
ningún dinero de adelanto y ofreció darme material discográfico al día
siguiente durante una presentación que haría el lunes por la noche en Monsefú,
mi ciudad de origen.
El
arriesgado proyecto iba tomando cuerpo. Ya tenía el contrato de Aguamarina y
durante el viaje de regreso, Elmer me hizo escuchar música del grupo piurano
que propalaron por una emisora radial. En ese momento no noté ninguna
diferencia entre los “grupos de chicha” (dicho sin ningún ánimo despectivo) que
celebraban fiestas masivas en la Carpa “Grau” y la música de Aguamarina. Estaba
confundido porque Grupo 5 también era un grupo de cumbia, pero sonaba diferente
por su propuesta con instrumentos de viento. Poco a poco empecé a
familiarizarme con las canciones de Aguamarina. Me encantó “Sirena del amor”,
“Siete noches”, “Paloma del alma mía”.
La delegación de Aguamarina. Músicos, asistentes. Noviembre de 1996
El lunes,
alrededor de las cinco de la tarde fui a ver a los chicos de Aguamarina. Iban a
tocar en el mercado de Monsefú. Hice una entrevista a Manuel “mañuco” Quiroga,
primera guitarra y director musical. Tenía facilidad de palabra, con su pelo alborotado
se parecía al legendario promotor de box Don King. Con mi cámara fotográfica hice algunas tomas
y se me ocurrió la idea de fotografiar a Elmer Yaipén y Manuel Quiroga en posición de guardia, como lo hacen
los boxeadores listos para el combate. Ya tenía la fórmula para promocionar el
evento: “La pelea del año: Aguamarina vs. Grupo 5”.
Terminada
la sesión de fotos, Elmer me llevó a su casa, me dio material discográfico,
grabó algunos saludos para confirmar las presentaciones de Grupo 5 y se desprendió
de algunos discos grandes, los denominados Long Play, LP, que tenía guardados
celosamente como parte de su colección. “Este es un regalo de tu amigo Elmer,
todo queda en tus manos, te deseo éxitos Luchito y que Dios te bendiga”. El
faraón de la cumbia autografió los discos de su puño y letra, y con un fuerte
abrazo nos despedimos.
Grupo 5 en 1996. Nuevos uniformes, nuevos proyectos...rumbo a la fama
Con los
contratos bajo el brazo retorné a Lima, mi lugar de residencia. Tenía algo más
de dos meses y medio para promocionar el evento. Pero antes debía conseguir los
locales bailables, conseguir las autorizaciones y permisos pertinentes. Toda
una gangrena de trámites, engorrosos y hasta cierto punto ridículos. Los
sobornos bajo la mesa empezaron a funcionar. No había otra alternativa, algunas
personas que colaboraban conmigo pusieron las cosas en claro: sin “matrícula”
las gestiones se hacen lentas e incluso terminan siendo denegadas.
Grupo 5
había incursionado en Lima sólo para eventos con sus coterráneos. Por igual
Aguamarina, incursionó en Ciudad del Pescador, Callao, un par de veces durante
la fiesta de los pescadores, en el mes de junio. Eso era el historial de ambos
grupos. Recuerdo que Fernán Salazar, cronista de espectáculos de la época me
decía. “Luchito, una cosa es con guitarra y otra es con cajón. Acá no se conoce
nada de “Grupo 5” ni de Aguamarina, vas a fracasar. Estás a tiempo de pensarlo
bien”. Y pensé en Fernán aquella madrugada del 3 de diciembre de 1993 luego de
la primera presentación de Aguamarina. No menos de 300 personas asistieron al
evento, fue un fracaso total, tenía ganas de abrir un hoyo y enterrarme, toda
la noche viví una pesadilla, analizaba mi caótica situación y ya pensaba en
vender una ferretería que tenía en La Victoria para sufragar los gastos.
“Universal
Textil” y “El Huaralino”
La organización de las actividades bailables
demandaba un gasto excesivo. Aguamarina, contratado por tres fechas no me pidió
dinero de adelanto. Pero a “Grupo 5” entregué dos mil soles de la época. Era
normal pactar con el 50 % del monto, pero Elmer Yaipén también hizo lo suyo y
solicitó apenas para la movilidad. Con mis paisanos de Monsefú hice un trato
por dos presentaciones.
El
presupuesto entre publicidad, pago de permisos municipales, dinero adelantado a
la Asociación de Autores y Compositores, Apdayc, entre otros, ascendía a unos
quince mil soles. No había suficiente dinero y busqué una sociedad, hablé con
mi primo José Guevara, que por esos tiempos laboraba en la Conferencia
Episcopal. Las actividades bailables eran incompatibles con los objetivos de la
Conferencia Episcopal y por eso mi familiar aparecía para algunas
coordinaciones, me movilizaba en su auto y por las noches, junto a otros primos,
pegábamos afiches y distribuíamos volantes.
Por su
cercanía a Ciudad del Pescador, donde era muy conocido, se decidió que el
primer mano a mano entre las dos agrupaciones norteñas sería en el entonces
local de los trabajadores de Universal Textil, muy amplio para albergar a unas
cinco mil personas. Estaba estratégicamente ubicado para permitir la movilización
de gente que vivía en Lima y el Callao. Su ubicación exacta era la avenida
Venezuela 2505. Se escogió para el concierto dominical el hoy conocido “El
Huaralino”, ubicado en el ovalo de Los Olivos, en plena carretera Panamericana
Norte. Tras la elección de los locales se iniciaron las gestiones para recibir
los permisos de las municipalidades de Lima y Los Olivos. Algunos dolores de
cabeza para acelerar los trámites, especialmente en el municipio limeño, pero
salimos adelante arreglando de manera “amical” a cada funcionario edil que
salía al frente. Eran los avatares de la inexperiencia en estos trámites. El
administrador de “El Huaralino”, Héctor Farroñay, fue importante para la
autorización del municipio de Los Olivos. Era uno de los nuestros, un paisano
de cuerpo enjuto, pero efectivo. Tenía contactos y solucionó muchos
imponderables.
Luego vino
el permiso de la Apdayc, de la organización de los Autores y Compositores.
Ellos pedían un dinero adelantado y además controlaban en la puerta de ingreso
con una maquinita. Abusivamente, es mi opinión, cobran un porcentaje cercano al
20% por el costo de cada boleto. A continuación, se planificó todo el andamiaje
publicitario. Notas de prensa, afiches, banderolas, avisos publicitarios en
Radio Inca, volantes, el famoso “boca a boca”. Con algunos amigos me involucré
en el mundo de la cumbia denominada “chicha”. En opinión del poeta Juan Carlos Lázaro, “Chicha”
es la denominación peyorativa impuesta a un ritmo de música popular peruana
generada por la fusión de la cumbia caribeña colombiana con ritmos andinos como
el huayno.
Juan Carlos Lázaro
Fui a
fiestas con Los Shapis, Vico y su grupo Karicia, el grupo Guinda. Observé cómo
se organizaban. Supe que uno de los “bravos” de los afiches coloridos era
Rodolfo Aquino, mi gran amigo, con quien aún mantengo una buena amistad.
También me informé de la rivalidad entre Pilsen Callao y Cervecería Cristal y
que ambas empresas auspiciaban eventos bailables. Un señor de apellido Flores, ya desaparecido,
era popular con sus banderolas.
De alguna
manera quería distanciarme del mundo de la “chicha”, no por animadversión, sino
porque deseaba generar un nuevo estilo. Además, empecé a entender las
diferencias. Por ejemplo, la música chicha o música tropical andina nace de la
fusión del huayno con la guaracha y la cumbia costeña, con un matiz destacado
de la guitarra electrónica, con letras que hacen eco a los problemas sociales,
a los pesares de gente provinciana que sufrió las consecuencias del terrorismo y
que para escapar de la barbarie emigró a Lima, pobló cerros y arenales
alrededor de la capital y fundó los denominados pueblos jóvenes a través de
sendas invasiones. Con afán de sobrevivir económicamente invadieron las calles
para comercializar productos de manera informal. El poeta Juan Carlos Lázaro tiene un punto de
vista sobre el tema, sostiene que la “cumbia chicha” es un ritmo mestizo,
originario del Perú, creado a mediados de los años 60, y que fusiona a la
cumbia caribeña con ritmos andinos, costeños y selváticos del Perú,
consiguiendo tres corrientes poderosas. O sea que hay una chicha andina, una
chicha costeña y una chicha amazónica.
Personalmente
creo que la cumbia costeña tiene un estilo propio, tal vez influenciado por la
cumbia colombiana y los pasillos ecuatorianos. Aguamarina tiene un estilo
elegante gracias a sus sintetizadores, a la fusión de instrumentos que ha hecho
el tecladista “Tioco” Quiroga; a los sonidos rocanroleros que magistralmente le
imprime a su primera guitarra Manuel Quiroga. Los Quiroga Querevalú leen
música, le cantan al amor en sus diferentes formas. Grupo 5 tiene
sintetizadores, piano, instrumentos de viento y mucha variedad en las voces de
sus cantantes. La cumbia orquestada de los paisanos monsefuanos tiene mucha
influencia de la cumbia colombiana. Inicialmente le hacían arreglos musicales a
la lírica de los pasillos ecuatorianos, hasta que apareció el compositor de
moda, el piurano Stalin Mogollón.
Desafortunadamente,
en aquellos tiempos, la música tropical andina tenía una mala imagen por la
presencia reiterada de gente de mal vivir que muchas veces fomentaba
escándalos, se embriagaba y ofrecía indecorosas acciones que terminaban en
peleas. Adicionalmente, muchos de los seguidores de ese estilo musical
evidenciaban una forma de vida llena de sufrimientos, de incomprensión y hasta
cierto punto conflictividad con el fenómeno de transculturización que vivían,
lejos de sus pueblos de origen y por eso intentaban “ahogar sus penas” libando
excesiva cerveza. Y cuando el licor hace efecto, las reacciones son
variopintas. Juan Carlos Lázaro, que escribió un artículo para la agencia
Xinhua, dice que “la cumbia costeña, más conocida como tecnocumbia, en cambio,
es la fusión de la cumbia caribeña o colombiana con la balada. Se inició con
Los Destellos. Su cumbia emblemática es “Elsa”. Y actualmente tiene como
mejores expresiones al Grupo 5 y a Aguamarina”.
Mientras
que los grupos de cumbia “chicha” exhiben atuendos multicolores, las orquestas
norteñas son más formales, usan camisas y muchas veces ternos. Esa es otra
diferencia. La disciplina y reglas de conducta en las actuaciones que ofrecen
los músicos norteños también son distintas.
Para evitar
la presencia de gente de mal vivir y los bochornosos espectáculos que había
presenciado en los eventos dominicales de los grupos de “chicha”, se tomó la
decisión de contratar muchos policías. Uniformados y con una buena presencia
física serían una garantía para llevar adelante espectáculos donde se alentaba
la presencia de las familias, dentro de un ambiente de tranquilidad y sana
diversión.
Muy
escasamente la prensa nacional de esos tiempos daba algún espacio a las
actividades bailables. Tal vez algún columnista ofrecía escuetas líneas y nada
más, pero mi intención era diferente. Con fotos y notas de prensa acudí
personalmente a las redacciones de diarios como La Crónica, Expreso, Extra, El
chino, La República, El Popular, Ojo, Correo, El Bocón, etc. Y mis amigos no me
fallaron. A pesar que los grupos musicales norteños eran desconocidos y en el
argot periodístico “no venden”, se publicaron diversos artículos que me dejaron
satisfecho. Mis colegas de la sección espectáculos y leídas columnas deportivas
dieron cuenta que los mejores: Aguamarina y Grupo 5, venían a Lima a dirimir
qué grupo era el mejor.
En 1995, Aguamarina ya ofrecía conferencia de prensa en Lima. Había llegado la fama
A la par que
aparecían notas periodísticas; con mis primos y algunos colaboradores iniciamos
durante horas de la madrugada el pegado de grandes afiches en los distritos
populosos de Lima. También en el Callao. Pero ese esfuerzo fue denostado por enemigos
gratuitos, por gente mal intencionada que desaparecía nuestra publicidad. Las
banderolas también se “desvanecían” por arte de magia. Entramos en
desesperación. Alguien estaba llevando adelante un vil sabotaje con intenciones
imaginables.
Entramos en
desesperación, la devastadora forma de destruir nuestra publicidad estaba
haciendo mella de nuestros ánimos. Entonces se tomó la decisión de contratar
policías para estratégicamente cuidar nuestros afiches. Y esa intención trajo
resultados. Se arrestaron a tres individuos que confesaron haber recibido
dinero, prebendas para arrasar con nuestra publicidad. La mafia estaba
despierta. Los policías hicieron su trabajo y las confesiones de los capturados
permitieron saber quiénes “eran nuestros enemigos”. Faltando una semana y
media, todo se normalizó, pero los gastos resultaron excesivos para mantener en
las paredes los afiches y banderolas.
En otro
ámbito de la publicidad se contemplaron avisos radiales en algunas emisoras.
Nuestros ojos se fijaron en Radio Inca, donde la cumbia era promocionada a todo
dar. Tenía mucho arraigo y había que invertir avisos de publicidad. Pero ese
círculo estaba cerrado para nosotros. Sólo podían contratar avisos los
promotores de espectáculos que regentaban horas, los llamados concesionarios.
Entonces algunos locutores de esa casa radial que cobraban cierto dinero para
grabar los anuncios hicieron su parte. En las horas de los programas de Guinda,
Los Shapis, Grupo Alegría y otros, se escuchaban las tandas publicitarias.
En los
taxis; mercados locales, los centros comerciales populares se escuchaba Radio
Inca y los vendedores y sus clientes empezaron a escuchar la llegada a Lima de
Grupo 5 y Aguamarina para la “pelea del siglo”.
Algunas gestiones se hicieron y también propalaron alguna música de los
grupos norteños en Radio Unión, Radio Moderna. Lo hacían durante la madrugada,
porque el escepticismo sobre el éxito de los eventos y la “desconocida” música
de los grupos norteños “no generaba rédito alguno y por el contrario podían
perder audiencia”.
Quien jugó
un papel de reconocimiento fue “El pequeño Willy”, que durante las madrugadas
propalaba música variada, principalmente cumbias colombianas y salsa. Pese a
que su programador “pauteaba las canciones”, él tomaba riesgos y como buen
tumbesino hacía escuchar a su público algunas canciones de Aguamarina y Grupo
5. La emisora era nada menos que Radio Mar, la más importante de ese entonces, que
en esos tiempos mantenía altos niveles de audiencia. Para muchos, Radio Mar era
la “emisora número uno del dial”. En segundo lugar, se ubicaba Radio
Panamericana, que luego de algunos meses se contagió con la cumbia norteña.
Sabía que los espectáculos ofrecidos por nuestros grupos eran masivos, en olor
a multitud.
El pequeño Willy y los hermanos Quiroga Querevalú. También el animador Gamboa.
También
acudimos a algunos mercados de distritos populosos de Los Olivos, San Juan de
Lurigancho, Villa El Salvador, Breña, Ciudad del Pescador, Zárate. Ahí había un
sistema de perifoneo y propalaban música radial. Dejamos nuestros avisos y por
cómodos precios también aseguramos publicidad para la “pelea del siglo”. El
volanteo también se hizo con frecuencia y empezó a funcionar el “boca a boca”. Uno que otro
norteño ya sabía que llegaban a Lima los “grandes de Lambayeque y Piura”.
Todo quedó
listo. Hicimos un trabajo diferente con lo había solicitado don Teófilo Quiroga
y una noche antes, el jueves 2 de diciembre, nos amanecimos “pegando afiches”
para asegurar que las calles y avenidas donde circulaban los vehículos públicos
tuvieran publicidad multicolor de la “pelea del siglo”. A propósito, algunos de
mis primos subían a los autobuses para recorrer las grandes avenidas y
confirmar que nuestros afiches exhibían esos eventos de ensueño.
Durante la
mañana del viernes 3 de diciembre tuvimos información que Aguamarina ya estaba
llegando a Lima. La delegación se acercaba a Puente Piedra y don Teófilo
Quiroga manifestó que ellos irían directo a Ciudad del Pescador, donde residían
muchos piuranos. En esos momentos tuvimos un mal presagio, algunos policías me
comunicaron que había que tomar precauciones, que la primera presentación de
Aguamarina coincidía con el cumpleaños del siniestro Abimael Guzmán, el líder
senderista que estaba en prisión, pero que sus huestes seguían en actividad y
que podrían volar algunas torres de alta tensión y generar “apagones” en Lima.
Teófilo Quiroga y el autor de la nota, en 1995, durante un viaje a Huancayo.
Y ese mal
presagio se cumplió. No hubo atentados terroristas, pero la primera
presentación resultó un fiasco. No más de trescientas personas llegaron al
evento que empezó a las nueve de la noche y terminó cinco horas después. La
recaudación fue paupérrima. De las 500 cajas de cerveza que se distribuyeron en
los quioscos de venta solo hubo un consumo de 39 docenas de cerveza. Aquella
madrugada del sábado, culminada la primera presentación del grupo sechurano,
nos miramos las caras totalmente llenas de desilusión. Algunos promotores de
espectáculos de los “grupos de chicha” que merodearon el local de “Universal
Textil “mostraban complacencia en sus rostros, estaban felices de nuestro
fracaso. Dos de mis hermanos y otros dos chicos que trabajaron “recogiendo
botellas de cerveza” se quedaron a dormir en el local para cuidar las cajas de
licor. No había ni para pagar policías, todo era un ambiente de pesadumbre. Mi
primo y socio Pepe Guevara mostraba su desazón. Casi sin dormir abrí la
ferretería que tenía en La Victoria mientras mi exesposa buscaba cómo darme
ánimos. Esa mañana se vendió mucha pintura, accesorios eléctricos y pensé que
eso serviría para pagar las deudas que, imaginé, serían interminables.
Aquella
aciaga madrugada Don Teófilo Quiroga se acercó un tanto serio, pero dijo
resuelto que no nos preocupáramos. Estaba junto a mi primo Pepe Guevara y nos
desconcertó su tranquilidad. “Nos vamos a descansar, mañana arreglamos Luchito,
ustedes han hecho bien las cosas y mañana sábado será diferente”, aseguró.
Y no le
faltó razón a don Teófilo Quiroga. El sábado 4 de diciembre fue totalmente
disímil. No sé si el señor Quiroga fue la versión masculina de “La Pitonisa”,
aquella sacerdotisa griega que pronunciaba el oráculo. Lo cierto es que sus
palabras fueron una premonición auspiciosa y que él mismo se encargó de
confirmar cuando me mandó llamar con uno de sus asistentes, dos horas después
de iniciado el espectáculo. Con el dedo pulgar levantado en señal de victoria
felicitó nuestro trabajo. “Muy bien Luchito. La fiesta está muy bonita, ha
venido su gentecita y mañana domingo será igual”, me dijo con el rostro feliz.
Eran casi las once y media de la noche del 4 de diciembre de 1993. Cerca de
cinco mil personas llenaron el local de Universal Textil. Había empezado el
boom de la cumbia norteña, había despertado el poder musical de Los Quiroga y
Los Yaipén. Lima, la norteña en la capital en la República: La quinta ciudad
más grande de América Latina le abría sus puertas de par en par a la cumbia
norteña que hoy en día luce enseñoreada.
Las cajas
de cerveza se agotaron. Todo fue un jolgorio generalizado. Al ritmo de la
“parranda monsefuana”, el “humo del cigarrillo”, “parranda la negrita”;
“pasitos para bailar”, “sirena del amor”, “madre soltera”, “siete noches”,
“paloma del alma mía” y tantos celebrados temas, la gente se embriagó
musicalmente. Miles de norteños presumían a sus invitados “limeños” la música
elegante de Aguamarina y Grupo 5, la organización del evento con mucha
seguridad, el ambiente ameno que los transportaba a las fiestas patronales que
ellos solían participar en sus ciudades de origen. Grupo 5 dio cátedra, la voz
incomparable de Elmer Yaipén hizo vibrar los corazones de sus fanáticos. Pepe
Quiroga, primera voz de Aguamarina, hizo lo mismo, cantó con mucho
romanticismo, arrancó aplausos.
Aguamarina en 1995. El éxito era constante
Muchos
lloraron, muchos se emocionaron entre tragos de licor y la ilusión de bailar en
Lima con sus grupos favoritos del norte del país. Tremendo concierto,
imperdible, apoteósico, eran los comentarios que se escuchaban entre los
paisanos norteños que disfrutaron casi siete horas de espectáculo
ininterrumpido. “Nos vemos mañana, no vamos a perdernos la otra fiesta”, decían
llenos de dicha y felicidad muchos participantes que habían acudido con sus
mejores galas, incluso con terno, acompañados de sus familiares. Fue un sábado
revitalizador, un bálsamo que alivió las heridas del viernes. Con la fiesta del
sábado había para pagar todas las deudas, el dinero invertido, quedar bien con
nuestros proveedores. El futuro era halagüeño.
El
concierto final fue cerrado con broche de oro. El local “El Huaralino” albergó
a casi seis mil hombres y mujeres que se divirtieron hasta altas horas de la
noche. Antes de las cuatro de la tarde, hora fijada para el evento final,
largas colas de personas presagiaban un lleno total. Incluso hubo reventa. Los
mismos individuos denominados “beticos” que pululaban alrededor del Estadio
Nacional en los espectáculos deportivos eran los encargados de la reventa. Todo
salió de acuerdo a lo planificado. Todos ganamos: los promotores del
espectáculo, la cervecería que auspició las fiestas y que observaron
sorprendidos más de seiscientas cajas vacías de cerveza. También ganaron los
revendedores de boletos y discos compactos, así como un grupito de humildes
personas, especialmente mujeres, que expendían golosinas, cigarros. “El público
es diferente y te compra de todo, nos respetan y hemos vendido mucho”,
agradecían las humildes vendedoras de golosinas que me ofrecía regalos a manera
de compensación.
El afiche original del evento, gracias al archivo personal de mi amigo Rodolfo Aquino
Aguamarina
y sus sintetizadores con sonidos fusionados (gracias al talento de “Tico”
Quiroga”) había embrujado a muchos músicos “chicheros” y algunos promotores que
estuvieron dentro de la fiesta observando todo. Ellos reconocieron que los
grupos norteños estaban “en otro lote”, como lo dijo un promotor de “Pintura
Roja” que se acercó para felicitar y anunciar que estaba listo para conversar
en caso requeríamos un “mano a mano” con su agrupación.
Los únicos
que no ganaron fueron Aguamarina y Grupo 5, porque no hubo trofeo al triunfador
absoluto. Por aclamación del público que acudió al concierto dominical, hubo
empate en la “pelea del siglo”. Elmer Yaipén y Manuel Quiroga recibieron placas
recordatorias. La algarabía reinó en el local, casi a medianoche del domingo,
músicos de Aguamarina y Grupo 5 compartían amenas conversaciones, había mucho
tema de conversación y grandes razones para festejar.
La página
de la historia de los grupos musicales norteños en Lima y su consolidación a
nivel nacional empezó a escribirse. Los exitosos conciertos continuaron cada
dos meses y las puertas de muchas emisoras reconocidas se abrieron empujadas
por la sólida fama de la música del norte del país. Incluso algunos programas
televisivos de entretenimiento extendieron invitaciones. Las barreras estaban
rotas. La producción de Raúl Romero y su programa “De dos a cuatro” nos convocó
al set de televisión. Aguamarina avanzaba, Grupo 5 hacía lo mismo. Ya se
escuchaba la música de los Quiroga Querevalú en la radio, en la pantalla chica,
los periódicos publicaban entrevistas con los artistas del momento.
Foto del recuerdo. Raúl Romero y Aguamarina en ATV.
Luego había
que internacionalizar a los grupos musicales. Esa era la meta. Por eso hicimos
eventos en olor a multitud con Oscar De León en el Rímac. Fue una apoteósica
actividad. Empezamos a ganar público no solo del mundo de la “chicha”. También
muchos “salseros” disfrutaban de la buena cumbia norteña.
El salsero Oscar De León y el autor de la nota.
Hoy por hoy
Aguamarina y Grupo 5 son los grupos peruanos de mayor arraigo en el mundo. Han
paseado su arte por el viejo continente, en Estados Unidos, incluso el Japón.
Dame un punto de apoyo y moveré el mundo, decía el griego Arquímedes. Eso es lo
que necesitaron los Quiroga y los Yaipén. La idea de Elmer Yaipén Uypan se
empezó a esparcir, sus hijos enarbolan ese augurio, teniendo al benjamín
Christian como primera voz y secundado con creces por Elmer Jr. y Andy.
Actualmente Aguamarina es una empresa musical dueña de un extraordinario
prestigio. Es grato conocer su notoriedad. Los hijos de José y la segunda
generación de los Quiroga han asumido el liderazgo en la parte administrativa y
mercadeo. El afamado político y exmilitar norteamericano Colin Powell afirma
que “no hay secretos para el éxito. Estos se alcanzan preparándose, trabajando
arduamente y aprendiendo del fracaso”. Mucho de esa frase célebre vivieron
Aguamarina de Sechura, Piura; y Grupo 5 de Monsefú, Lambayeque. La constancia y
la perseverancia combinados con sacrificio y ganas de luchar tienen sus frutos.
De eso no hay duda. (Luis Castro G.)
OTROS GRÁFICOS
Una foto homenaje a una gran mujer, a doña Paulina, la madre de los Quiroga. Qué personaje, disfruté de sus consejos, de su arte culinario, de su trato noble y solidario.
En 1995, Aguamarina tuvo un paseo por distintas partes de Lima. En el gráfico, en el Parque del Amor de Miraflores.
Solicitado a nivel nacional, Aguamarina hizo una presentación en Iquitos. Un lleno total.
Los hermanos Quiroga durante la celebración por sus 24 años