sábado, 22 de junio de 2019

Pueblo chico, infierno grande… las “chapas” en Monsefú (Parte 2)


Escribe:   Luis A. Castro Gavelán

Con la colaboración de:
-Walter Llontop Reluz
-Miguel Lluén Campos
        Me reuní con Miguelito Lluén “Chingo” y Walter “claridades” Llontop Relúz. El punto de encuentro fue el restaurante de los Chanamé, conocidos como “los loches”, ubicado en María Izaga, cerca de donde vivía el profesor Carlos “higo” Farro Baldera.  Hola “luchín”, me dijeron, y entre abrazos, anécdotas y un delicioso sudado de lifes, charlamos durante un buen tiempo. Ocurrente como siempre, Walter Llontop agregó: “están buenos estos lifes, igual como los prepara “la cafecita” Isabel Llontop y para brindar con chicha de doña “tulú” (Nicolasa Chafloque).

       Ahora que usted ha leído la introducción de esta crónica, sabe que estamos hablando de los apelativos o sobrenombres, de las “chapas” o apodos existentes en Monsefú, y que la reunión con esos distinguidos amigos fue para ampliar ese universo de “motes” muy populares entre los monsefuanos. Sin temor a equivocarnos, para la mayoría de mis paisanos esos apelativos forman parte de su identidad, aunque no aparezcan en sus documentos personales.
       Miguel y Walter conocen mucho, y no me equivoqué al elegirlos. Incluso Miguelito, muy metódico, llegó con su lista de “chapas” y así se encaminó la conversación. Walter recordó a muchos personajes y brindó un abundante material gráfico.  En la primera parte de esta crónica, publicada hace casi dos años, revelamos el origen de “mote”, “gracia” o “chapa”. Dijimos que según DRAE (diccionario de la Real Academia de la Lengua) corresponde al nombre que se acostumbra dar a una persona tomando en cuenta sus defectos corporales, o también reconociendo sus características o virtudes como una manera de simbólica de aceptación; o en su defecto despreciar o ridiculizarlo. 
Angel "Godón" Llontop, César "machaguay" Carrasco, "Walo" Sánchez, "Oso" Gonzales, "Camán" Sánchez y Ravello Soto

     Las “chapas” o apodos identifican en concreto a una persona. Son códigos verbales que en su mayoría tienen un estilo peyorativo, un humor negro que genera rechazos, ofensas o mal humor; o que, por otro lado, son relevantes, empáticos y con un sentido afectivo. Se pretende, al bautizar con una “chapa” a un individuo, destacar alguna característica peculiar de su aspecto físico, de su personalidad, comportamiento o su origen racial. Quienes “bautizan” o son autores de esos sobrenombres gozan de ingenio y buen humor. Los que reciben esa “chapa” tienen la potestad de aceptarlo o en su defecto, denigrarlo. De cualquier modo, un apelativo nos hace merecedores de la atención social. Gómez Macker tiene una opinión que compartimos: “el sobrenombre cumple un rol sociocultural favoreciendo una identificación más realista de las personas y establece vínculos especiales entre los individuos que las poseen y los usan”.
   
     Respecto a la expresión “chapa”, tiene diversos significados en los países hispanos.  En Argentina y Uruguay, una “chapa” puede ser un sobrenombre, pero también significa que una mujer está loca, o que estamos hablando del cabello. En Bolivia es el apodo, pero en Brasil se trata de la dentadura postiza. En Chile y Colombia hablamos de una cerradura, o también de un apodo. En Costa Rica se le dice “chapa” a la persona un tanto torpe. En Ecuador, “chapa” es el policía. En España un “chapa” es alguien que no trabaja. En México hablamos de una cerradura, mientras que en Nicaragua “chapa” es una cerradura, la dentadura postiza o es sinónimo de aretes. En Venezuela y Honduras es la tapa de una botella que liberamos con un abridor. En Perú es donde esta palabra tiene mayor cantidad de acepciones: es un apodo, una cerradura, la tapa de una botella o incluso cuando una persona tiene rojas las mejillas por el frío, calor o porque pasó vergüenza. 
         Por ahora, basta de estos términos coloquiales. Vamos a revelar la segunda relación de apelativos en Monsefú, un pueblo relativamente pequeño, con 33, 000 habitantes, donde los apodos forman parte de su patrimonio etnógrafo y que para muchas personas permiten una relación mucho más jovial, una relación hasta cierto punto amical, generacional e idiosincrática.
        Vamos a clasificar los apelativos en varios grupos.

    1.      Como consecuencia de alguna característica física. - por su tamaño y corpulencia, Eugenio Gamarra Lluén era conocido como “burro grande”. Por sus ojos rasgados la campeona de marinera Angélica “china” Miura. Por el tamaño de su cabeza los hermanos Cumpa Valencia son conocidos como los “cabezacas”. Por el pelo que tenían, los hermanos Enrique y Guillermo Uceda eran conocidos popularmente como “zambones”. Por su estatura y color de su piel,” ñaro” le decían a Pedro Silva Villacorta. Por su talla y delgadez de su cuerpo a los Custodio Díaz llamaban “colambos”. Por sus ojos, recordamos a Juan “chino” Joo. Por la forma de su rostro, a nuestro destacado joyero Félix Salazar Liza lo conocen como “bomba”. Por su baja estatura los Cornejo Mechán y los Lluén Mechán son conocidos como “los chatilcos”; y “los bajos” a los Caicedo Díaz.  Por la contextura de su cuerpo, Héctor “flaco” Boggio del cine Trianón; Guillermo “calavera” Diez; “los mondonguitos” a los hermanos Arce Puican. “Los clavos” a los hermanos Azabache Diez. Por su estatura, a Jorge Diez le dicen "guineo"

2      Tomando en cuenta algún parecido físico, alguna característica de su personalidad o como una especie de burla, las “chapas” también toman el nombre de animales. “Los ratas” a la familia Reque Senmache. La familia Bravo Arévalo “mosca”. La familia de Vicente Custodio Túllume, “los gatos”. Jorge “pichón” Urdiales. Román “gato seco” Llontop Manuel “cabrita” Lores, Fidel Cornejo Mechán, “gallo”. El señor Gonzales que tenía una panadería frente a la posta médica, “mono”. Con ese mismo apodo es conocido William Chanamé, cantante del grupo Continental. A la rezadora Gonzales le dicen “la gallinita”. Pedro Llontop Casas “burro con sueño”, Juan Francisco Yaipén y familia, “los yegüitas”. “Los palomos” a la familia Espinoza Tello. “Los perros” a la familia Morales. “Los gallinazos” a los integrantes de la familia Gonzáles Gamarra. “Los leones” a los familiares del pirotécnico Fermín Gonzáles. “Los lechuzas” a las familias Gonzáles Llontop y Gonzáles Mechán. “Los conejos” a los integrantes de la familia Llontop en Pómape. ‘Gallina” a Manuel Gonzáles Pisfil, y también a José del Carmen Salazar. “Los lobos” a Wilmer Llontop Lluén y también a los Custodio Fiestas. “Si hay, sí hay” al vendedor de pan Atanacio Angeles. Manuel Llontop, pequeño y siempre vestía de blanco, “pichoncito”. Marco “memín” Sigueñas Cáceres. José del Carmen Elías "sapo mocho". Don Enrique Yeckle y su pléyade de ocho hijos: "los piquines".
Mis amigos, los hermanos Salazar García. Los "huesos"

3. También existen los apodos utilizando frutas, verduras o vegetales. La familia Chanamé, “los loches”. A los Llontop Lluén los conocen como “los cayguas”. A la ingeniera Gladys Fenco le dicen “agua de manzana”. A los familiares del albañil Agapito le dicen “los zapallos. Y a los Gonzales Guzmán de la calle Diego Ferré los conocen como “los zapallones”. Los familiares de Tomasa Garay, “los algodones”. En Poncoy, a los Relúz le dicen “los camotes”. “Los camarones” a los Chavesta. Juan Manuel Gonzáles y sus familiares, “los garbanzos”. “Los cafés” a los miembros de la familia Llontop Esquén. 



   Raúl Senmache "Picho" y Oscar Kant "Canchín".


           4.-Por una condición personal que llamaba la atención. Al multifacético agricultor  José Ramos Gonzales le decían “chistoso”.  “Tía candela” a Esther Raffo. “Boquita de caramelo” a nuestra recordada Evelina Huertas.  Por su seriedad, “cachaco” al extinto César Yeckle Vargas.  “Hacha brava” al profesor de educación física Carlos Raffo. “Los bocones” a los hermanos Nicolás y Gregorio Yaipén. “Los matagatos”a los Guzmán de la calle María Izaga.  “Los caregoyos” a Gregorio Yaipén y los miembros de su familia. “Los chalaos” a los Llontop Paredes, sobrinos de Pedro Llontop Casas. “Pico grueso” al señor Alejandro Gonzáles, contratista de peones. A doña Esperanza Vargas, madre de los hermanos Yeckle Vargas le decían "la dama".

            Otros apelativos variopintos que desconocemos su origen, pero que son muy populares en Monsefú son los siguientes: Federico Torres, “brocha gorda”; la familia Custodio que tenía un molino para caña de azúcar, “los cachuplín”. La familia Lluén Campos, “Los chingos”. La familia Flores Ballena de radio “La Norteña", “los parlante”. El taxista Manuel González, “manguero”. La familia Lluén Gamarra, “los chautos”. La señora María Laynez, “doña muerta”.  Jorge Curo “chaqueta”. El señor Beltrán, ”jama jama”. La familia del periodista Lucho Gonzales, “los muñecos”. “Chava” a Eduardo Araujo. ”Los chiveros” a los Chavesta, vendedores de carne de chivo. ”Los seca poto” al extinto Benjamín Pisfil Ayala y sus hijos. “Los confites” a los Yaipén Capuñay (ellos hacían encimadas y las decoraban con confite). “Los huesos” a mis amigos Walter y Pedro Salazar García. “Muerto” a Sergio Sánchez Chavesta.



Gregorio Yaipén "Caregoyo" y José Carmen Elías "sapo mocho".



El profesor Gregorio Chanamé es conocido como “maytetu”. El doctor Juan Salazar Huertas “joya”.  Guillermo Guevara es conocido como “huevito”. La familia Eneque es conocida como “los peroles”. “Los corrozos” son los integrantes de la familia Izique. “Los sorongos” les dicen a los miembros de la familia Custodio. Oscar Kant, “canchín”.  Rafael Escajadillo “medicina fresca”. “Los mochos” denominan a los paisanos de la familia Chafloque Gonzales. “La camisola” es el apodo de doña Yolanda Mechán. “Los echale pa’ dentro” a los carpinteros de apellido Farro. “Cárguenme a mi vieja” le dicen a Mario Salazar Chafloque. “Don Panetón” al Sr. Gonzáles Uceda. “Los cacas” a los Gonzáles Chafloque. “Fino” al conductor de autos Gonzáles Atencio. “Los miscan” a los miembros de la familia Chavesta Senmache. “Pichanas” a los Azabache Rodríguez. “Pelada” a Manuela Garnique. ”Los carne fresca” a los integrantes de la familia Chancafe, quienes viven por la escuela Carlos Weiss. “Los brionquioles” a los Gonzáles Fiestas.

       Los miembros de la familia Pisfil Lluén son conocidos como “los champús”. Al finado periodista Augusto Llontop Relúz le decían “tuto”. “Si hay, si hay si hay”, al desaparecido vendedor de pan, el señor Angeles. “Chin chin” es la “chapa” de los Lluén Chavesta y los Lluén Uypan. “Los bronquioles” a la familia Gonzales. La familia Seclén, “los muertos”. “Los quemaos” a la familia González. A los Llontop Sáenz los conocían como “prosas”. La familia de César Llontop, “los macanos”. Armando Llontop, quien actualmente ha perdido el sentido de la vista lo conocen como “malaca”. “Pedones” a Carlos y Pedro Escajadillo.
“Los mercaditos” son los miembros de la familia Espinoza Ballena. “Los pichilingo”, la familia Salazar. El extinto José Capuñay Senmache” clarito”. “La casita” a Héctor Puicón. “Cholón” a la familia Uceda de la avenida Grau. “El avión “a Rafael Puyén. “Jota” al desaparecido Miguel Llontop Relúz. “Diablo” al profesor Bernardino Sánchez. “Los sancochos” a la familia Yaipén. "Los coches" a los miembros de la familia Azabache. Ellos domicilian en María Izaga. A la señora Carmen Chafloque "doña ajínagua".

A los miembros de la familia Senador Chumioque ”los chichas”. “Los chueños” a los Lluén Pisfil de Micarcape. “Los piratas” a los integrantes de la familia Ballena Casas. Al vendedor de carne y ex futbolista “Pechente” Uceda Suárez. Ese apelativo ocurrió durante su niñez cuando expresaba en la escuela “pechente” por presente. Ernesto Uceda ”Tony curtis”. Sixto Elías Gonzáles “el sapo”. Miguel Angel Ramírez “chaca”. Neptalí Farro “cuchufletas”. Manuel Cachay Flores “Guavito”. “Pichilingo” al señor Salazar Liza, hermano del joyero Félix. “Los cañones” a los Chavesta que viven en el caserío Cúsupe. “Los cachuplines” a los Custodio Fiestas. “Caiza” a la señora Toribia Chafloque. Georgina Chavesta es conocida como “párate duro”. “Chamullo” le dicen a Jorge Sánchez Bautista. “Corrozos” a los hermanos Ayasta. “Los chatas” a los hermanos Reyes Gonzáles. “Chasis” al panadero Gonzáles. “Tamborín” a los hermanos Ramos Reyes. El abogado Pedro Pisfil “baltico”. Carlos Capuñay Farro, “quinche mangos”. “Los revivianes” a los Capuñay Gonzáles.


Miguel "chingo" Lluén y Walter Llontop.



En el mundo de la música fueron muy conocidos los apodos también. El grupo Fantasía era de propiedad de los hermanos “cagarraya” Reyes Salazar. A los Fenco Espinoza les decían los “corcho”. El fundador del Grupo 5 tenía el sobrenombre de “el faraón de la cumbia”; su hijo Elmer tiene el apodo de “chico”. También Víctor “chino” Yaipén del grupo Candela, Walter “pochorolo” Yaipén, Lázaro “bolón” Puicón, Idelfonso “foncho” Neciosup. El cantante Jorge “coco” Lluén. El profesor y cantante Héctor “coja” Uceda Senmache. El grupo Continental de los hermanos Chanamé Chudén: a William le dice “mono” y Manuel, el timbalero, tiene el apelativo de “pato”.
Hermanos Chanamé Chudén
Creemos que esta relación de apelativos seguirá creciendo con el apoyo de ustedes, amigos lectores. Las “chapas” se resisten al transcurrir del tiempo y muchos monsefuanos -al momento de interactuar- prefieren sustituir el nombre propio de los individuos. Estamos seguros que esta forma de “identificación subjetiva” tendrá en el futuro una tercera relación. (LCG)







jueves, 6 de junio de 2019

Nacer pobre no es tu culpa, morir pobre sí lo es. La ejemplar historia de vida de Julio Gonzales



                                         Julio Gonzales, emprendedor monsefuano.
Escribe: Luis A. Castro Gavelán 
Cuando eres pobre y el hambre acecha, hay dos alternativas en la vida: tomar el camino incorrecto o retar a la vida en base a empuje, perseverancia y una actitud rebelde por revertir esa desafortunada condición. Julio Gonzales, el propietario de panetones “Don Julio”, tuvo un origen humilde, vivió momentos extremadamente tristes, pero con ese afán por salir del infortunio ha escrito una historia de superación que dignifica al peruano y enorgullece a los monsefuanos.

Es difícil imaginar las vicisitudes que enfrentó este  hijo de agricultores, que emigró a otros lares obligado por las circunstancias, que empezó vendiendo pan por las calles de Chimbote, Huarmey y que actualmente goza de buena reputación, consolida prósperos negocios y ratifica ese viejo adagio: nadie es profeta en su tierra.

Hijo de Alejandro y Manuela; y casado con quien fue su mayor tesoro, doña Hipólita de Paz, este empresario de 77 años mantiene ese perfil bajo como cuando empezó a escribir esas páginas que actualmente son historias de vida. “Vivíamos en una chocita, no alcanzaba para la comida y pese a los esfuerzos de mi madre algunas veces nos fuimos a la cama con el estómago vacío”.  Su padre trabajaba como agricultor y hornero en los trapiches de Benito Flores. 

Entre lágrimas, Julio Gonzales recuerda su extrema pobreza y la decisión que asumió aprovechando la invitación de un amigo, Joaquín Quispe. Así salió de Monsefú cierta mañana bajo una temperatura fría que fue minimizada por la cálida bendición de su cándida madre. Llevaba a cuestas un costal lleno de ilusiones y su terco ímpetu por cambiar el destino, que hasta ese momento le era adverso. Exhibió una resiliencia que lo impulsó a confiar en sus posibilidades y buscar otros horizontes.

Rodeado de tres de sus cuatro hijos, Giovanna, Julio Jr. y Miluzca, nuestro personaje recuerda a los hermanos Quispe, quienes le dieron la posibilidad de iniciarse en la venta ambulatoria de panes y dulces por las calles de Samanco, en el departamento de Ancash. Luego se movió entre Huarmey, Samanco, Chimbote y el distrito de “Culebras”. Julio recuerda que su primer pago fue de doce soles de oro, la moneda de ese entonces.
                                    Julio Gonzales rodeado de tres de sus hijos: Giovanna, Miluzca y Julio Jr.

Le fue bien en las ventas y aún cansado después de caminar por las calles casi todo el día, se quedaba por las noches y madrugadas acompañando a los maestros panaderos, aprendiendo los secretos para hacer marraquetas, el pan de yema, bizcochos de canela, cachitos y encimadas con manjarblanco.

Aprovechando el boom de la pesca (1968-1971), en la época exitosa del pesquero Luis Banchero Rossi, Julio Gonzales recorrió las playas y encontró potenciales clientes en los curtidos pescadores. Extenuado y muchas veces con pocas horas de sueño, jamás se rindió y para darse ánimos recordaba la forma cómo había abandonado su tierra natal.
En una de esas caminatas vio que estaban rentando una pequeña panadería y no se amilanó ante su segundo reto. Con sus ahorros y habiendo aprendido los secretos para la elaboración de panes, asumió el compromiso y se puso al frente. Le fue bien y tomó la decisión de alquilar otra panadería más grande, donde llegó a tener más de quince personas trabajando para él, entre panaderos y vendedores.

Así, inspirado y embelesado por el amor de su vida, doña Hipólita de Paz, edificó tal vez la mejor panadería de Huarmey y así sumó puntos a su favor para pedir su mano. Julio contrajo nupcias con la chica más guapa de su barrio, su íntima Polita, una mujer que hacía labores de modista, pero que al casarse con Julio Gonzales pasó a administrar los negocios. Fue su verdadero brazo derecho.
Paulatinamente los negocios se ampliaron. Hubo una y otra panadería, una granja de cerdos, una pollería, los famosos panetones “Don Julio”.  No se quedó en Huarmey, expandió sus negocios y ahora tiene sucursales en Chiclayo, distribuye los panetones en todo el norte chico de Lima, en Chimbote, Chiclayo, Piura, Cajamarca. Es indudable su éxito y una buena reputación que acrecienta con ese estilo peculiar de compartir lo que tiene. Actividades benéficas, desayunos a niños pobres, a los internos de prisiones chiclayanas, a gente menesterosa. Este conspicuo personaje nunca olvida sus inicios, está comprometido con  las acciones sociales.

A Julio Gonzales le encanta la música, en sus ratos libres toca el saxo y recuerda que alguna vez participó como cantante  de una orquesta. Fue amigo y compadre del extinto “faraón” Elmer Yaipén. Es también muy allegado a Higinio Capuñay, el propietario de la cadena de emisoras “Exitosa” y “Karibeña”. Es ganador de muchos premios por la calidad y prestancia de sus productos.                                                                                         
Conozco a Julio Gonzales desde hace muchos años, me precio de ser su amigo y cada vez que lo veo me recuerda una frase aleccionadora de Dalai Lama: “si asumimos y mantenemos una actitud de humildad, crecerán nuestras cualidades”. Julio, cultivado en las fraguas de la universidad de la vida, tiene claro este aspecto y por eso sugiere dos cosas: cuidar la familia porque es la herencia más preciada; y a los jóvenes, tener sueños y hacerlos realidad, persiguiéndolos con coraje y una renovada aptitud. (LCG)



   Julio Gonzales canta y hace sonar las maracas.







   Elmer Yaipén es padrino de Perla, 
la hija menor de Julio Gonzales