Escribe: Luis A. Castro Gavelán
Con la colaboración de: Jacinto "Chito" Custodio y Angela Cabrejos
Paula López nació para ser inmortal. Parió a un alcalde, varios médicos, ingenieros, profesores, de sus entrañas salieron una pléyade de hijos comprometidos con la grandeza de Monsefú. Doña Angelita Capuñay viuda de Barco está haciendo historia. Ahora reside en Lima y el próximo 30 de mayo cumplirá 102 años. Ambas, la extinta Paula López y la longeva Angelita fueron primas hermanas, confidentes, amigas hasta los tuétanos y comadres de algún corte de pelo, pero comadres al fin, que exhalaban confianza y respeto.
Las primas y comadres Angela Capuñay y Paula López.
Y como siempre ocurre con personas que tienen cosas en común, ambas se frecuentaban, exhibían un supino estado de ánimo que les permitió reír y gozar, ser consecuentes con episodios tristes, así como concurrir a eventos sociales de diversa índole.
Paula era un tanto introvertida, parsimoniosa y estaba casada con Jacinto Custodio. La vi algunas veces con su cansino caminar llevando el almuerzo a su marido que despachaba en un puesto de abarrotes del mercado central. Angelita Capuñay era de carácter disímil a su prima y comadre; siempre juguetona, con una sonrisa jovial, bromista y de buen talante.
Cuando eran solteras y llenas de ilusiones confidenciaban de sus pretendientes. Al casarse dialogaban de sus experiencias en sus hogares y cuando adultas siguieron juntas. Fueron amigas del alma, inseparables comadres, madres de familia, mujeres modelo como aquellas que existen en Monsefú, en el Perú y en el globo terráqueo. Cuando doña Paula tenía 74 primaveras y su comadre Angelita un año más, tuvieron una experiencia tragicómica que paso a compartir.
Cierto día dejó de existir una comadre de doña Paula, la monsefuana Bertha Gonzáles, quien por razones personales vivía en la provincia de Ferreñafe, a unos 40 kilómetros de la “Ciudad de las Flores”. De inmediato le comunicó a su prima Angelita y ambas acordaron ir al velatorio. Parece que, por las indisposiciones de la vejez y sus ocupaciones hogareñas, ellas habían dejado de verse algo más de una semana y entonces existía el “material” perfecto para compartir durante el viaje (llámese vivencias, experiencias, rajes, anécdotas, chismes, etc., etc.)
Tomaron el autobús de Monsefú a Chiclayo para luego hacer la conexión hacia Ferreñafe. Las ancianas de pelo blanquecino y arraigadas arrugas en sus rostros llegaron al terminal de vehículos, en medio del caos y el generalizado bullicio de los denominados “llamadores”, esos que se ganan el pan del día llenando de pasajeros los buses y microbuses.
A Pucalá, Pucalá.
Ya sale, sale a Tumán.
Vamos a Ferreñafe, hay asientos, hay asientos.
Pomalca, Pomalca…
Las ancianas, tomadas de brazo por los “llamadores”, fueron ubicadas en un asiento doble. Un tanto incómodas, pero listas al fin para ir a su destino final. Entretenidas en la conversación llegaron a su destino media hora después. Bajaron en el paradero final y empezaron a buscar la calle Real. Preguntaron a un transeúnte la ubicación de la citada arteria y éste les respondió muy resuelto. “Calle Real, calle Real, no, por aquí no hay ninguna calle Real”.
Ligeramente incrédulas ambas intercambiaron miradas, pero retomaron el entusiasmo cuando vieron a un hombre de camisa negra que llevaba una corona de flores. De inmediato Angelita, la más extrovertida, lo abordó:
-Oiga, ¿No me da razón del sepelio de una señora Gonzáles que vivía en la calle Real? Entre el bullicio de los carros el hombre las miró y les dijo: “Sí, sí voy al sepelio”. La escueta respuesta del transeúnte las animó e incluso Angelita se atrevió a comentar con su verbo mordaz, o dicho de manera popular: “sin anestesia y sin pelos en la lengua”.
- “Y el otro baboso que no sabía dónde estaba la calle Real. Vamos a seguir al hombre de negro”, dijo resuelta Angelita Capuñay.
Doña Paula celebró el comentario de su prima y agregó entre risas. “Tal vez no sabía, pero lo bueno que ya estamos en camino”. Así arribaron a una precaria vivienda, con algunos hombres y mujeres sentados y parados afuera. Saludaron al ingresar a casa y como buenas cristianas se hicieron la señal de la cruz.
Nuestro personaje, Paula López, al lado de sus diez hijos y su esposo Jacinto Custodio.
Vieron a varias personas, pero ninguna de ellas era conocida. Mientras Angelita fue hacia el ataúd de la muertita, doña Paula puso la corona en un lugar de la sala. “Familia Custodio López”, rezaba la tarjeta que acompañaba a la pieza floral que llevó Paula López. Angelita se persignó ante la difunta, hizo algunas oraciones, pero su rostro se fue llenando de expresiones escépticas al desconocer las facciones de la extinta comadre Bertha.
“No sé, qué cambiada está tu comadre, está muy rara”, dijo susurrando al oído de doña Paula, quien se acercó al ataúd para cerciorarse personalmente.
Angelita Barco no se quedó tranquila y preguntó a una mujer ahí sentada. “Disculpe, no han venido unos familiares de Monsefú para despedirse de la difunta”. De inmediato recibió una respuesta que la dejó fría.
-No señora, que yo sepa, no tenía amistades de Monsefú.
-Qué raro, ella era de Monsefú y por su familia sé que ella vino a vivir a Ferreñafe.
- No, yo soy su sobrina. Mi tía era de Tumán, aquí nació y murió mi querida tía.
- ¿Qué… no estamos en Ferreñafe?
-No señora, está confundida, estamos en Tumán
De prisa, Angelita fue hacia su prima Paula que en esos momentos oraba con devoción. “Paula, vámonos hermana, nos hemos equivocado de muertita”. Tapándose la boca para evitar la risa continuó con su relato casi al oído de su prima. “No estamos en Ferreñafe, el desgraciado nos ha traído a Tumán, vámonos antes que pasemos vergüenza”.
Doña Paula giró la cabeza desconcertada y al ver a su comadre Angelita intentando cubrir su boca para evitar reírse, imitó la acción y estuvo a punto de soltar una carcajada. A paso ligero, entre tropiezos, salieron del lugar. Siempre con la mano sobre sus bocas abandonaron raudamente el lugar, mientras la gente comentaba que las ancianas estaban muy afligidas, con una “melancolía al borde del quebranto”, muy atribuladas por la muertita.
Pero la verdad es que ellas cubrían sus rostros, aguantando con mucho esfuerzo la risa, el jolgorio que significaba aquella graciosa vivencia. De pronto Angelita recordó la corona de flores que dejaron cerca de la difunta y quiso recuperarla, pero doña Paula, muy decidida, la tomó del brazo y le expresó:
-Vámonos comadre, qué vergüenza, olvídate de la corona de flores y no paremos hasta llegar a Monsefú.
Angelita, a pocos días de cumplir 102 años.
Las comadres prometieron no contar esa anécdota, pero como dice la recordada política y activista americana Helen Keller, “mientras los recuerdos de amigos queridos vivan en nuestros corazones, debo decir que la vida es buena”. Por eso les transmito esta divertida y jocosa anécdota. (LCG)
Doña Angelita Capuñay en una foto del recuerdo al celebrar su primer siglo de vida. Está rodeada de sus hijos Graciela, Antero, Eugenia y Angela.
Genial recreación de esa anécdota que yo la escribí hace 2 años. Le has agregado las expresiones características de nuestro pueblo, "la sal y pimienta" del léxico monsefuano.
ResponderBorrarUn abrazo "chito" Custodio. Gracias por tu apoyo.
ResponderBorrarLuis Castro
Rosa Angelica Heredia dice:
ResponderBorrarHermosa anécdota querido Luchito.
Maria Antonieta Quiroz Barco dice:
ResponderBorrarMuy entretenido. Nuestra abuela es única!!
Isabel LLempén Quiroz dice:
ResponderBorrarLindo recuerdo de la querida señora Angelita.
Miguel Ballena dice:
ResponderBorrarUn saludo para Lucho Castro, gran amigo que conocí en el diario La República.
Gracias a todos por sus comentarios. Las ocurrencias y personalidad de doña Angelita Capuñay ayudan a enriquecer esta crónica.
ResponderBorrarSaludos,
Luis
Q dios bendiga a nuestras paisanas su anécdota me hizo reír como no se imagina en estos momentos q tanto nesecitaba estaba muy mal de animo
ResponderBorrarGracias por su mensaje. Las protagonistas tienen esa particularidad, de hacernos sonreír, de levantarnos el ánimo.
ResponderBorrarSaludos,
Luis
En en paz descanse Tia Angelita, como decía mi Abuela Rosa Capuñay, ella e
ResponderBorrars única y nunca la veras molesta
Es verdad, Angelita Barco era risueña y tenía un buen sentido del humor.
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