Escribe:
Luis Castro Gavelán
Su peculiar forma de celebrar el cumpleaños de su esposa, la de invitar a más de doscientos desconocidos entre niños y adultos para alegrarles su día -y los estómagos también – con gratuitos desayunos y almuerzos en una jornada llena de generosidad, ha convertido a don Valentín Gonzáles, un humilde comerciante de golosinas, en el personaje admirado en Monsefú. Junto a toda su familia, incluida la cumpleañera, doña Leopoldina, los Gonzáles han transformado esa fecha de jolgorio y celebración en una diligencia de gestos solidarios, de amor diáfano por el prójimo.
La idea brotó como una revelación celestial hace seis años, según confiesa Valentín Gonzáles Senador. Desde entonces celebra el onomástico de su amada Leopoldina en olor a multitud, con esa inusual práctica que beneficia con desayunos, almuerzos y diversión gratuita a más de doscientas personas que no son su familia; son niños y adultos monsefuanos de escuelas y organizaciones sociales que tienen gratitud eterna por recibir comida y cálidos momentos de alguien que no tiene grandezas, pero sí una clara respuesta al egoísmo.
Valentín no tiene ostentaciones económicas, Valentín vive en una humilde vivienda ubicada entre la avenida Venezuela y la prolongación Diego Ferré, junto a su esposa Leopoldina Izique y algunos de sus seis hijos. Entre un par de mototaxi y fierros alrededor de su sala este benevolente hombre asegura no tener fotografías de sus celebraciones porque sólo le interesa ayudar y compartir un plato de comida “de lo mucho o poco que Dios me ha dado”.
Doña Leopoldina reconoce que el día de su onomástico, el 17 de noviembre, es la fecha que más trabaja, pero lo hace con gusto pues la recompensa viene enseguida cuando observa rostros de satisfacción en esos niños que tienen el estómago lleno. “Muchas veces empezamos a trabajar un día antes de mi cumpleaños y no dormimos preparando la comida y todo lo que ofrecemos a nuestros especiales invitados”, refiere la menuda mujer, risueña y un tanto tímida.
“Al principio no le gustó mi idea, tampoco comprendió que tuve esa revelación divina. Solo me dijo que estaba loco y que no apoyaría mi intención de trabajar en su onomástico. Pero después la convencí, al igual que mis hijos. Ahora toda la familia está comprometida con esta actividad, los hijos, las nueras, el yerno, todos. Al final de la jornada terminamos muy cansados, pero felices y con deseos de continuar esta celebración todos los años de nuestra existencia”, sostiene Valentín.
Sin una proficua economía este personaje reconoce que empieza a ahorrar dos meses antes de la fiesta y aunque cada año los gastos se incrementan, siempre confía en la ayuda divina. “Dios provee. Eso lo tengo claro, nunca me ha faltado para cumplir con mi promesa”. Valentín también admite que empezó dando comida y que ahora ameniza la celebración con una misa de salud en honor a su Leopoldina de toda la vida, con banda de músicos e incluso con fuegos artificiales.
El enorme gesto de Valentín Gonzáles y su familia tiene matices de solidaridad, de amor por el prójimo, de buena voluntad y sin muestras de concupiscencia. Por eso me viene a la memoria las expresiones de la madre Teresa de Calcuta, cuando afirma que “no debemos permitir que alguien que está en nuestra presencia se aleje sin sentirse mejor y más feliz”. Varios de los monsefuanos, niños y adultos que se beneficiaron de la noble intención de Valentín y su esposa alabaron sus muestras de desprendimiento, pues como nos recuerda la madre Teresa de Calcuta, “lo más importante no es lo que damos, sino el amor que ponemos al dar”.
Valentín y Leopoldina tienen más de 35 años de casados, son felices y entre sonrisas recuerdan cómo se conocieron y unieron sus vidas. La madre de su amada tenía un pequeño chicherío y Valentín era un asiduo cliente atraído por el amor de Leopoldina. Y muy a la tradición de esos tiempos se robó a la prometida porque el padre no aceptaba la relación. Lo único que lamenta Valentín es que ese día, en que Leopoldina se fugó con su “romeo”, la familia no almorzó porque ella nunca regresó a casa con el arroz, la carne, papas y cebolla que la mandaron a comprar (LGC).
Una gran historia, digna de todo minsufano como lo fue mi madre, que Dios los bendiga siempre.
ResponderBorrarDe acuerdo, es una buena historia para recordarnos que aún existen personas que conservan la generosidad.
ResponderBorrarLuis