Escribe:
Luis A. Castro Gavelán
Monsefú es tierra de campesinos. Sus fértiles terrenos permiten que la mayoría de sus ciudadanos se dediquen a labrar y cultivar la tierra para transformar las semillas en frondosos árboles frutales y tantos vegetales cuyos frutos abastecen la demanda local e incluso vendemos a Chiclayo, Santa Rosa, Ciudad Eten, Pimentel y Reque.
Pero así como honramos la tierra, Monsefú también ha evolucionado gracias a que nuestros campesinos han permitido y alentado para que sus hijos se profesionalicen, vayan a una universidad y se impregnen de sabiduría y nuevos conocimientos.
Esta fusión ha promovido sueños en muchos niños. En la radio e internet hemos sido informados de la aparición de talentos, de niños monsefuanos con condiciones excelentes para estudiar, pero también que tantas veces esas intenciones se han frustrado por no ser constantes, no tener apoyo profesional o porque la economía de los padres impide que aquellas ideas pergeñadas cuando infantes, se consoliden.
Estamos a punto de festejar los 195 años de Independencia nacional, de consolidar nuestra democracia con un nuevo presidente, Pedro Pablo Kuczynski, de seguir creyendo que cada día que pasa es posible retar a la vida, porque el umbral de los sueños nunca termina.
Entonces me viene a la memoria la vida de José Hernández, un mexicano- americano que fue campesino durante su niñez y que sin dudas tiene un mensaje para todos los niños monsefuanos, y todos aquellos niños soñadores peruanos que anhelan un hálito de aliento.
La historia de José está llena de paradigmas. Y también nos dice que los padres nunca debemos ser un obstáculo cuando los niños abrigan proyectos que tienen destellos de utopía, de aparente quimera; y que tan solo requieren que alguien los entienda y apoye a hacer realidad esas “fantasías”.
Con sus bigotes al estilo mexicano, el astronauta José Hernández, un personaje digno de ejemplo para nuestros niños y jóvenes.
Salvador y Julia Hernández son padres de 4 hijos. José es el último. Todos los años, Salvador y su esposa se movieron desde Michoacán, México, hasta los predios agrícolas de California, Estados Unidos, para cosechar fresas, pepino, uvas, duraznos. Nueve meses de trabajo en tierras americanas y tres meses en su natal Michoacán, así era la vida de los Hernández. Inmigraron por razones laborales, vivieron de un lugar a otro, y así llegaron los hijos, unos nacidos en México y otros en Estados Unidos.
José nació en Estados Unidos y hasta los 12 años, bajo el intenso sol californiano, ayudó a su padre en la cosecha de frutas para ganar 35 centavos de dólar por cada balde lleno de uvas o fresas. Pero su vida cambió cuando a la edad de 10 años vio en la televisión a Ronald Evans, Harrison Schmitt y Eugene Cernan caminar por la luna, el único satélite natural del planeta Tierra, premunidos de su vestimenta de astronautas. La proeza del Apolo 17, que repercutió a nivel mundial, ocurrió el 7 de diciembre de 1972.
El niño José compartió sus deseos de ir al espacio con su profesora, la teacher Jean, y ella le dijo que para alcanzar ese sueño debía estudiar mucho y aprender inglés. El infante entendió el consejo y se puso a estudiar con empeño. Luego habló con su profesora para que intercediera con su padre y le permitiera establecerse en California para estudiar todo el año, como sus otros compañeros de clases.
“Cuando tenía 12 años tomé una decisión con el apoyo de mi maestra americana. El moverme de un lugar a otro por decisión de mi padre hacía que no hablara bien el español, ni tampoco el idioma inglés. Por mi ambiente bicultural y por la forma de expresarme sufrí la burla de los niños de México y de los Estados Unidos. La Sra. Jean llamó a mi padre y le dijo que quería hablar con él”, recordó José Hernández.
A la edad de 12 años, José Hernández, con un sombrero en la cabeza.
La sorpresiva comunicación de la maestra llamó la atención de don Salvador, que entre desconcertado y ofuscado, sacó la correa y llevó a José hasta la cocina para exigir una explicación. “A ver, qué has hecho muchacho”, le dijo en tono amenazante. Pero la llegada de la profesora a su casa interrumpió la escena.
La teacher Jean abogó porque José se estableciera en California. También felicitó a don Salvador por las buenas calificaciones del menor. El agricultor inmigrante, con apenas tercer año de educación primaria entendió el pedido de la maestra y llevó otra vez a la cocina a su niño.
“En la cocina pasaban tres cosas: comer, hacer las tareas o nuestro padre aplicaba la “justicia” con la correa. Pero mi padre con voz amical me interrogó: ¿Y por qué deseas ser astronauta? Le dije que quería ser alguien en la vida”, recordó José.
Con su escasa educación el agricultor mexicano no se opuso a las intenciones de su hijo, pero le explicó que para ser alguien en la vida se debía considerar cinco puntos de una receta especial:
- Definir lo que se quiere ser en la vida
- Crear un mapa. Así sabrás dónde estás y la ruta que debes seguir para alcanzar tus metas.
- Trabajar y estudiar. Así sabremos el significado de sacrificio y ética de trabajo. Hay que prepararse para conseguir los objetivos.
- Crecer y tener corazón. Hacer las cosas no porque los padres lo piden, sino porque personalmente reconocemos que es lo mejor.
- Perseverancia. Es la cereza del pastel, no todo es fácil, la vida está llena de alegrías y sinsabores, pero hay que perseverar para triunfar.
Y José llevó adelante la receta. Terminó la secundaria, se graduó de ingeniero electrónico, hizo una maestría en ingeniería y luego de 5 años de experiencia postuló a la NASA donde fue aceptado. Como empleado de la Administración Nacional de Aeronáutica de los Estados Unidos postuló 11 veces para ser astronauta, pero fue rechazado una y otra vez.
“Me acordé de la receta de mi padre y perseveré. Para mejorar mi hoja de vida, me hice piloto durante un año. Utilicé otro año para ser el mejor buceador. Acepté participar en Rusia en una estación espacial internacional, aprendí ruso. Después de 5 años de seguir terco en mi propósito, fui aceptado en la intención número 12”, rememora José.
Fue admitido como pre candidato a astronauta. Y tras dos años de intensos estudios y mucha práctica profesional terminó por convencer a los funcionarios de la NASA que finalmente lo programaron como tripulante del transbordador Atlantis STS-128. El 29 de agosto del 2009 el agricultor José Hernández Moreno honró a su familia, a su profesora Jean, a su país, Estados Unidos, y a su nación de herencia, México.
Hasta los 12 años José Hernández trabajó cosechando frutas y verduras
A la 1.36 minutos de la madrugada despegó el transbordador con José como parte del equipo de 5 astronautas desde Cabo Cañaveral, Florida, y teniendo como testigos de lujo a su padre, esposa, hijos, y su orgullosísima teacher Jean.
Con una estampita de la virgencita de Guadalupe dentro de su uniforme, José se persignó mientras el STS-128 alcanzaba una velocidad de 28 mil kilómetros por hora. Durante 13 días José y sus compañeros de aventura dieron vueltas alrededor del planeta, coronaron con éxito su misión y retornaron sanos y a salvo al centro espacial de Florida.
El inmigrante, el campesino cosechador de fresas y uvas, cuyos mocos blandían cuando niño, se convirtió en un cosechador de estrellas. Muchas veces nuestros padres nos piden sonreírle al éxito, llegar arriba, pero José llegó más arriba, vio nuestro planeta desde el espacio sideral como un boato espectador.
La tripulación del transbordador STS-128. Encerrado en un círculo, nuestro personaje.
José tocó la gloria, pero jamás cambió. Nunca fue arrogante ni mucho menos petulante. Siempre sonrió, siguió siendo sencillo y honesto. Cuando llegó a su casa en California, tras su experiencia espacial, visitó a su esposa Adela en el restaurante “Tierra luna grill” que ambos administran y como la máquina de lavar platos se malogró, José se puso a lavar decenas de platos mientras conversaba a su pareja su experiencia como tripulante del STS-128.
Felices Fiestas Patrias para todos mis compatriotas, Dios bendiga a cada uno de sus hogares y mi esperanza es que los jóvenes sepan que nada es fácil, pero en un mundo donde todo cambia rápido, quien no arriesga, no saborea el éxito. Nos despedimos con un consejo de James Allen: “Para obtener el verdadero éxito hay que hacerse cuatro preguntas: ¿Por qué?, ¿Por qué no? ¿Por qué yo no? ¿Por qué no ahora? ( LCG)