martes, 15 de junio de 2021

DE “VOLUNTARIOSO COSECHADOR” DE FRUTAS A COLECCIONISTA DE ÉXITOS COMO CIRUJANO

Escribe: Luis Castro Gavelán
La familia del cirujano Jesús Custodio. Lía, Jesús Alonso y Dina

Era el conspicuo “mataperro” de la familia, el muchacho calculador que sabía que papá Jacinto trabajaba de siete a tres de la tarde en el mercado de Monsefú y él aprovechaba ese tiempo para reunirse con sus amigos de barrio y “visitar” las chacras, cosechar las frutas antes que los propietarios; bañarse en el río Eten y las acequias, disfrutar de la vida como un auténtico y experimentado mozalbete.

Le llamaban “Chito” y así quedó perennizado entre los suyos. Ese apelativo devino cuando a Jesús Jacinto Custodio López le decían de cariño Jesusito, Jesuchito y finalmente “Chito”. Era el noveno de diez hermanos y a pesar de sus travesuras y actos de muchacho callejero, siempre le gustó el estudio. Sus amigos de la escuela “La Misericordia” y el colegio “San Carlos” lo recuerdan como un “chanconcito” a quien las monjas canadienses rehusaban llamar Jesús, porque cuando algunas veces debían castigarlo, se sentían muy mal tener que corregir al “hijo de Dios”. Por eso las religiosas preferían decirle “Chito” o Jacinto, su segundo nombre.  

Y el niño Jesusito se hizo adolescente, adulto joven, con la imagen de sus hermanos mayores Willy y Enrique, los primeros médicos de la familia. Pidió a sus padres apoyarlo en su intención de estudiar medicina y don Jacinto y doña Paula, conscientes de su reducida economía familiar, recibieron preocupados el pedido. Pero nuestro famoso cirujano nació de pie y arropado por el afecto de su madrecita y su hermana mayor, la profesora Vilma, quien actuaba como la administradora familiar, hizo los números y acogió el deseo de su hermano menor con estoicismo.

El más alto de todos, el doctor Custodio, junto a sus compañeros de "La Misericordia"

Los años pasaron y aquel joven blanquiñoso, de lentes, mataperro, pero estudioso, que obtuvo los primeros puestos en primaria y secundaria y que por su estatura y temple era el brigadier del aula, se convirtió en 1974 en estudiante de la universidad de Trujillo y años más tarde, en 1982, egresó como médico general. Su ímpetu prosiguió y durante tres años hizo una especialidad en cirugía toráxica y cardiovascular, graduándose en 1989 de la prestigiosa universidad mayor de San Marcos.

Luego decidió profundizar sus conocimientos en cirugía cardiaca. Estuvo todo el año 1993 en Estados Unidos capacitándose en la Wayne State University de Michigan y posteriormente permaneció durante seis meses en Japón, en la prestigiosa Escuela de Medicina de Yokohama. Todo ese cúmulo de conocimientos y su creciente reputación lo hicieron muy solicitado. En sus casi 30 años de médico cirujano ha participado en cerca de cuatro mil intervenciones quirúrgicas.

UNA IMPORTANTE CARRERA

“Creo haber hecho una carrera profesional que no ha decepcionado a mis padres, mi familia y a mi pueblo. Y estoy feliz porque ahora, a mis 65 años y a pocos años de mi jubilación, la posta la ha tomado mi hijo Jesús Alonso que ya empezó a realizar cirugías. Eso me enorgullece y ese sentimiento es compartido por mi esposa Lía y mi hija Dina, ahora psicóloga”, sostiene en diálogo telefónico el popular “Chito”.

Jesús Custodio no deja de tener razón. Paso a paso ha conseguido premios, triunfos que son reconocidos en la región y el país. Su fama de cirujano persiste y por eso ahora comparte su labor en las salas de cirugía; y en las aulas universitarias, como catedrático.

El doctor Custodio visitó a las monjas canadienses

Y lo destacable es que siempre está vinculado a labores sin fines de lucro, actividades como voluntario. Por ejemplo, atiende gratuitamente a pacientes en un centro médico de Reque bajo la coordinación de las religiosas canadienses, con quienes aún mantiene contacto. “Aprovechando mis estudios en Estados Unidos fui a Terranova, Canadá y pude confraternizar con muchas monjas que prestaron servicios en Monsefú y Puerto Eten. Fue un reencuentro lleno de sentimientos, de anécdotas y memorias”, recuerda Jesús.

Por igual, el cirujano Jesús Custodio es director fundador de la Asociación Pro Salud JNC, que mantiene un servicio médico gratuito a muchos pacientes. Hombres, mujeres y niños de Monsefú, Reque, Puerto Eten, Ciudad Eten, La Victoria y lugares aledaños, forman parte de la creciente población que acude a nuestro local institucional.

 Jugador de baloncesto. Su equipo se llamaba "Los Malvados"

DEPORTISTA Y DIBUJANTE

Varios amigos de su generación y de la promoción 1972, con quienes mantiene contacto, recuerdan a Jesús Custodio como un practicante de baloncesto y arquero de fútbol, incluso titular de la selección de su colegio. También disfruta de la natación y pergeña en sus tiempos de ocio, de atractivos trazos, dibujos y pinturas. Incluso fue ganador en el 2009 de la Orquídea de Oro en los V Juegos Florales Universitarios de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo.

Precisamente su habilidad con la natación le permitió salvar la vida del hoy notario y abogado Sergio Vera. Siempre andaba acompañado de Harold Capuñay, Iván Delgado, Sergio Vera, Héctor Aquino, Irzio Boggio, Raymundo Ayasta, Angel Seclén, José Casas, entre otros. “Estábamos en el río Eten y en cierto momento varios de los muchachos estuvieron jugando en el agua. Sergio Vera no sabía que ellos estaban flotando y entró confiado pensando que por ese lado del río no estaba profundo. De repente se escucharon gritos de auxilio y vimos a Sergio hundiéndose. “Chito” Custodio nadó rápido y fue al rescate, los otros muchachos hicieron lo propio y gracias a Dios salvamos a Sergio”, recordó Harold Capuñay. Esa anécdota consolidó el deseo de nuestro personaje, de salvar vidas. Su primera experiencia no fue dentro de asépticos quirófanos, ocurrió en las aguas del río Eten.  

Las reuniones de camaradería con sus amigos de toda la vida

Las correrías del incansable “Chito” Custodio son tantas, como la atafagada agenda que maneja en sus actuales días. Pero entre las historias con estetoscopios, electrocardiogramas y torniquetes, preferimos las que resultan muchas más interesantes, aquellas que arrancan una sonrisa a la galería, anécdotas con sabor a leyendas citadinas que se deben perennizar.

Próximos a las siete décadas, varios amigos de nuestro personaje recuerdan entre sonrisas sus incursiones por los campos para “cosechar” guayabas, ciruelas, membrillos. Eran expertos trepando y superando las cercas, caminar agazapados y sigilosos para evitar “dejar el rastro”. Sentían pavor cada vez que los dueños y sus familiares los corrían y molestos por estas sorpresivas invasiones a su propiedad, amenazaban a los cuatro vientos con “quemarles el rastro”. Los brujos y curanderos abundan en Monsefú y lugares aledaños, ellos aseguran que basta recoger la tierra con las huellas de los pies de los invasores, generar quemaduras en esas delicadas partes del ser humano.

Por eso “Chito” y sus huestes se cuidaban de esas advertencias. Se ponían algunas ramas en sus zapatillas para tergiversar las huellas; muy inocentes, se iban a las acequias y orillas del río Eten para “remojar” sus pies y así dar la contraria a los hechizos y encantamientos. Muchos lugares de Cúsupe, el Desaguadero, donde actualmente está “La Estancia”; Poncoy, por los alrededores de la quinta Boggio, forman parte del terreno explorado.

En verano, el tropel de adolescentes tomaba por asalto la caleta de Santa Rosa, se bañaba en las aguas del Pacífico y también escarbaba la arena para capturar muymuyes o “Pulga de mar” (sand crabs en inglés). La palomillada abundaba y por eso, para evitar que alguien se fuera temprano, intercambiaban pantalones y bajo intimidación proferían:” arena al que se va”. Jacinto Custodio, que era el más alto, no podía escapar por temor a la arena o porque ningún pantalón que no era el suyo, podía usar. Su estatura le deparaba un buen inconveniente. Así el buen “Chito” Custodio llegaba después de las tres de la tarde a su casa y su padre con un movimiento de cabeza, le indicaba que la madrugada del siguiente día tenía una cita con el “caramelo” de José Llontop, un látigo que nuestros padres adquirían para consolidar alguna reprimenda. “Soportaba estoicamente esos latigazos, no se inmutaba, recibía de pie el castigo, apretando los dientes, pero no era como mis otros hermanos que se corrían por los techos para escapar de esos ingratos momentos”, sonríe al expresar esa confesión familiar mi querida profesora Vilma Custodio, hermana de “Chito”.

La numerosa familia del doctor Custodio en una foto para el recuerdo

Por blanquiñosito y carismático siempre fue muy querido en la familia. Estoy muy orgullosa y halagada por sus logros. Siempre quiso ser médico, tenía una persistencia envidiable. Se levantaba entre las cuatro y cinco de la madrugada para estudiar, su autoestima fue muy alta, sabía lo que quería en la vida. Mi madre Paula nos quiso a todos por igual, pero su preferencia por él era notoria. Le cosía sus camisas, le arreglaba sus ropas. Con sus chistes y ocurrencias él divertía a la familia. Estoy contenta, muy feliz de todo lo que ha conseguido”, reseña Vilma Custodio de su hermano menor, casi a punto de soltar algunas lágrimas de emoción.

Junto a su esposa Lía

 Y las expresiones de Vilma Custodio reciben todo mi aval. Cuando  somos conscientes de los desafíos de la vida, podemos dar el paso victorioso. Decía el motivador estadounidense Denis Waitley que “los resultados que consigues estarán en proporción directa al esfuerzo que aplicas”. Y Jesús Jacinto Custodio sonríe a vida en compensación a su enjundia, a sus denodados sacrificios. De mataperro y mozalbete todos tenemos un poco, son los inicios de nuestras vidas. Pero esas lindas aventuras juveniles quedan atrás para reflexionar sobre una realidad innegable: o damos el esfuerzo total o quedamos relegados en la vida. Que este homenaje a “Chito” Custodio sirva de ejemplo atávico para los jóvenes que desean restañar sus impotencias y creer que todo es posible cuando somos firmes en nuestras intenciones. “Chito” Custodio cree en las posibilidades que nosotros mismos promovemos y por supuesto, el apoyo familiar. “Los jóvenes necesitan familias estables. La madre que aporta amor y unión. El padre que da respeto, ejemplo y acicate de superación”. Nos despedimos con una frase motivadora de Jordan Belfort que nuestro personaje y este escriba coinciden: “la razón por la que las personas fracasan realmente no es porque pusieron sus metas muy altas y no llegaron, sino porque las pusieron muy bajas y las alcanzaron”. (LCG)