sábado, 16 de enero de 2021

LA VERDADERA HISTORIA DE CÓMO AGUAMARINA y GRUPO 5 IMPUSIERON LA CUMBIA NORTEÑA EN LIMA

 

Escribe:

Luis A. Castro Gavelán

Universidad Complutense de Madrid

Después de 27 años, voy a narrar algo que tal vez será una revelación. Pocos conocen sobre los orígenes de la famosa agrupación musical Aguamarina, de la forma como ingresó al duro y exigente mercado limeño que por ese entonces era dominado por la llamada “cumbia chicha”. Uno de los actores de ese acuerdo ya no está entre nosotros, me refiero al Faraón de la Cumbia, Elmer Yaipén. Aún estamos con vida don Teófilo Quiroga Rumiche, propietario del grupo sechurano con noventa años a cuestas y el autor de esta crónica.

Lo que voy a dar cuenta no es el simple hecho que dos agrupaciones norteñas empezaron por primera vez a dar señales, su incursión a una ciudad de ocho millones de habitantes, sino también la repercusión que tuvo, hasta estos días, la presencia de Grupo 5 y Aguamarina en la capital del país con el consiguiente resultado: el rompimiento de la hegemonía o mejor dicho el fin del monopolio de los grupos y promotores de la llamada “cumbia chicha”; la aparición de una corriente musical que conquistó a hombres y mujeres de la costa, sierra y selva del país que habitan Lima; y la apertura al mercado limeño de muchas agrupaciones musicales norteñas que terminaron por consolidar el éxito de la cumbia de los sintetizadores e instrumentos de viento.

Si conquistas Lima, los triunfos vienen por añadidura en todo el país. Y eso ocurrió, Grupo 5 y Aguamarina iniciaron el camino y salieron adelante, pese a muchas vicisitudes, gracias a su nivel de organización y disciplina. Las agrupaciones de Monsefú y Sechura, respectivamente, son los máximos exponentes de la cumbia costeña y se han erigido en los más conspicuos representantes de la cumbia peruana, han internacionalizado su labor artística y aún no tocan techo. Los hermanos Yaipén Quesquén de Grupo 5 y los Quiroga Querevalú de Aguamarina, tienen mucho que ofrecer.

En un mundo tan convulso y lleno de retos, esta crónica no desea promover polémicas que definitivamente no ayudan a la fraternidad entre peruanos, que siempre promuevo; pero sí tengo el interés de que se sepa la verdad y que forme parte de la historia de la cumbia nacional, muy estudiada actualmente por sociólogos, educadores, economistas, periodistas, musicólogos y muchos estudiantes universitarios que escogen el tema para sus investigaciones de tesis.

El reencuentro

Hay tantas conjeturas sobre este asunto que uno de mis amigos, el poeta trujillano Juan Carlos Lázaro, me animó a escribir un libro sobre la historia de la cumbia norteña, su ingreso a Lima y luego su afianzamiento en todo el Perú, pero mis ocupaciones profesionales no lo permiten. En mayo del 2018, durante una visita al Perú, nos reunimos después de una veintena de años en Miraflores. Juan Carlos estaba junto a su esposa, mi colega Inés Flores, y ambos lanzaron una espina que me hizo reaccionar. “Hay versiones diferentes, hay tanta gente que se irroga haber llevado a la fama a Aguamarina y muchos grupos norteños. “No lo debes permitir”, sostuvieron.

La sugerencia se mantuvo en el limbo, pero anduvo rondando por mi cabeza. Hubo una gran desilusión, mis archivos personales se perdieron casi por completo cuando cambié de domicilio… y de esposa. Han pasado 27 años y gracias a varios amigos y la posibilidad que nos brinda el mundo cibernético, puedo ofrecer mayores matices del nacimiento de la Promotora Real y esa aventura que inicié alimentado por el entusiasmo del extinto Elmer Yaipén, el cantante y líder fundador del consabido “Grupo 5”. Incluso Elmer fue mi garante para que el representante de Aguamarina, Teófilo Quiroga, acepte presentarse en Lima.  

                           Elmer Yaipén, "Chany" Meza y José Quiroga, durante un evento en 1996

Poco a poco recordé aquellos pasajes de mi vida, me remonté a septiembre de 1993, cuando sentados en la vereda, frente a su casa en la calle Mariscal Castilla de Monsefú, Elmer me dijo que Grupo 5 podía hacer presentaciones en Lima y que para tener mayor éxito recomendaba un “mano a mano” con Aguamarina de Sechura, Piura. Sinceramente nunca había escuchado de esa agrupación. Pero el desaparecido cantante de cumbia conocía el ambiente musical y había que escucharlo.

Con la estrella artística monsefuana me unía una gran amistad, que se fortaleció en  1985, cuando en actitud generosa ofreció conciertos en Lima, contratado por una institución que había planificado construir un arco de ingreso a la ciudad de Monsefú, Chiclayo. Como directivo de esa organización aprendí a organizar masivos eventos musicales junto al extinto Higinio Capuñay, el creador del emporio radial “La Exitosa y La Karibeña”. En sus conciertos, Grupo 5 reunía en su mayoría a coterráneos ávidos de colaborar con la obra benéfica y algunas decenas de simpatizantes. Pero lo que recomendaba Elmer eran palabras mayores, se trataba de promover conciertos en un mercado hasta cierto punto desconocido, donde semanas después confirmé que estaba dominado por el mundo de la “chicha”, con agrupaciones y promotores dispuestos a evitar que alguien “invada sus dominios”. En los ochentas trabajé en el diario “La República” y gracias a muchos colegas con quienes labré gran amistad, sabía que podían ayudarme a promocionar mis eventos. Eso era un gran respaldo para el atrevido proyecto.

Me dejé llevar por el apasionamiento de Elmer sin medir las consecuencias. Los costos para llevar a Lima a dos famosos grupos de cumbia norteña eran elevados y para recuperar la inversión y generar utilidades había que desplegar mucho esfuerzo y dedicación. Todo eso lo supe cuando ya tenía en mis manos los contratos artísticos de Grupo 5 y Aguamarina. Los conciertos estaban pactados para el sábado 4 y domingo 5 de diciembre de 1993.

Mi reunión con Teófilo Quiroga, el dueño de Aguamarina

Cerca de las diez de la mañana de aquel día terminó mi diálogo con Elmer Yaipén y ya había algunos avances sobre esta aventura artística. Parece que los astros se habían alineado para que todo salga redondo. “Tienes suerte Luchito. Paso por tu casa a las dos de la tarde y te llevo para que converses con don Teófilo, el propietario de Aguamarina, justo ellos van a tocar hoy domingo en un local de La Victoria en Chiclayo”, me dijo el famoso “faraón de la cumbia”.

Y así ocurrió. En su auto blanco modelo Elantra fuimos desde Monsefú a Chiclayo. Durante el viaje hablamos de su agrupación, de sus hermanos y el futuro de sus hijos, entre ellos Elmer Jr. y Andy. Me habló de sus sueños de consagración, del mundo de la cumbia en el norte del Perú. Realmente desconocía la fama regional de Aguamarina, las presentaciones de Armonía 10, el Sexteto Internacional, los Cantaritos de Oro y otros. Hacía años vivía en Lima y mi mundo musical lo llenaban la salsa y el rock.

Llegamos al lugar y observé a muchos jóvenes y adultos almorzar en un restaurante. Eran los integrantes de Aguamarina. Elmer se paró en la puerta y preguntó por el señor Quiroga. De repente salió un hombre maduro, de unos sesenta años, con la calva pronunciada, de tez morena y un tanto obeso. Risueño y de buena actitud extendió su mano a Elmer.

-¡Ay… que tal don Yaipén!

- ¿Cómo está señor Quiroga? aquí le presento a mi amigo Lucho Castro. Tiene interés por contratar a Aguamarina para Lima. Quiere hacer un mano a mano con nosotros y ya ustedes conversarán, pero se lo recomiendo, es periodista y conoce el mercado de Lima. Yo he aceptado y los dejo solos para que conversen.

Elmer se alejó. Me dijo que me esperaría en su carro. Acostumbrado a tomar la iniciativa, esta vez el señor Quiroga lo hizo y dijo que estaba listo para escucharme. Retomé el aplomo y expliqué mi interés, le hice saber que ya había celebrado fiestas con Grupo 5 con relativo éxito y que mi idea era hacer dos grandes eventos, muy bien promocionados y con la idea de abrir un mercado tan difícil como el limeño.

“Mira mano (hermano) usted ha venido con don Elmer y quiere decir que lo conoce. Yo quiero decirle que nosotros tenemos nuestro público acá por el norte y si usted hace un buen trabajo le puede ir bien. Si usted pone sus afiches, sus banderolas y hace su publicidad como me ha dicho, nos puede ir bien. A usted, a nosotros y a los amigos de Grupo 5. Todos salimos ganando. Vea, le voy a aceptar y vamos a ir a Lima con fe. Vaya tranquilo, haga bien sus cositas”, dijo el señor Quiroga mientras pidió volver a hablar con Elmer Yaipén. En la conversación, el representante de Aguamarina, un pescador curtido, de verbo simple pero contundente, fue claro en algunos requerimientos, manifestó el precio por las presentaciones del sábado y domingo y pidió algo más. Quería ir a Lima con un contrato de tres fechas. Acepté su deseo y quedó contento.

Elmer Yaipén tuvo unos minutos de diálogo y luego el señor Quiroga retomó la charla conmigo. “Vea, le voy a dar el contrato por las tres fechas, don Elmer ha hablado muy bien de usted y vaya tranquilo. Cualquier cosa me pide”, reiteró el viejo lobo de mar, ahora convertido en propietario de una agrupación musical. No pidió ningún dinero de adelanto y ofreció darme material discográfico al día siguiente durante una presentación que haría el lunes por la noche en Monsefú, mi ciudad de origen.

El arriesgado proyecto iba tomando cuerpo. Ya tenía el contrato de Aguamarina y durante el viaje de regreso, Elmer me hizo escuchar música del grupo piurano que propalaron por una emisora radial. En ese momento no noté ninguna diferencia entre los “grupos de chicha” (dicho sin ningún ánimo despectivo) que celebraban fiestas masivas en la Carpa “Grau” y la música de Aguamarina. Estaba confundido porque Grupo 5 también era un grupo de cumbia, pero sonaba diferente por su propuesta con instrumentos de viento. Poco a poco empecé a familiarizarme con las canciones de Aguamarina. Me encantó “Sirena del amor”, “Siete noches”, “Paloma del alma mía”.

                     La delegación de Aguamarina. Músicos, asistentes. Noviembre de 1996

El lunes, alrededor de las cinco de la tarde fui a ver a los chicos de Aguamarina. Iban a tocar en el mercado de Monsefú. Hice una entrevista a Manuel “mañuco” Quiroga, primera guitarra y director musical. Tenía facilidad de palabra, con su pelo alborotado se parecía al legendario promotor de box Don King.  Con mi cámara fotográfica hice algunas tomas y se me ocurrió la idea de fotografiar a Elmer Yaipén y Manuel  Quiroga en posición de guardia, como lo hacen los boxeadores listos para el combate. Ya tenía la fórmula para promocionar el evento: “La pelea del año: Aguamarina vs. Grupo 5”.

Terminada la sesión de fotos, Elmer me llevó a su casa, me dio material discográfico, grabó algunos saludos para confirmar las presentaciones de Grupo 5 y se desprendió de algunos discos grandes, los denominados Long Play, LP, que tenía guardados celosamente como parte de su colección. “Este es un regalo de tu amigo Elmer, todo queda en tus manos, te deseo éxitos Luchito y que Dios te bendiga”. El faraón de la cumbia autografió los discos de su puño y letra, y con un fuerte abrazo nos despedimos.

                   Grupo 5 en 1996. Nuevos uniformes, nuevos proyectos...rumbo a la fama

Con los contratos bajo el brazo retorné a Lima, mi lugar de residencia. Tenía algo más de dos meses y medio para promocionar el evento. Pero antes debía conseguir los locales bailables, conseguir las autorizaciones y permisos pertinentes. Toda una gangrena de trámites, engorrosos y hasta cierto punto ridículos. Los sobornos bajo la mesa empezaron a funcionar. No había otra alternativa, algunas personas que colaboraban conmigo pusieron las cosas en claro: sin “matrícula” las gestiones se hacen lentas e incluso terminan siendo denegadas.

Grupo 5 había incursionado en Lima sólo para eventos con sus coterráneos. Por igual Aguamarina, incursionó en Ciudad del Pescador, Callao, un par de veces durante la fiesta de los pescadores, en el mes de junio. Eso era el historial de ambos grupos. Recuerdo que Fernán Salazar, cronista de espectáculos de la época me decía. “Luchito, una cosa es con guitarra y otra es con cajón. Acá no se conoce nada de “Grupo 5” ni de Aguamarina, vas a fracasar. Estás a tiempo de pensarlo bien”. Y pensé en Fernán aquella madrugada del 3 de diciembre de 1993 luego de la primera presentación de Aguamarina. No menos de 300 personas asistieron al evento, fue un fracaso total, tenía ganas de abrir un hoyo y enterrarme, toda la noche viví una pesadilla, analizaba mi caótica situación y ya pensaba en vender una ferretería que tenía en La Victoria para sufragar los gastos.

“Universal Textil” y “El Huaralino”

 La organización de las actividades bailables demandaba un gasto excesivo. Aguamarina, contratado por tres fechas no me pidió dinero de adelanto. Pero a “Grupo 5” entregué dos mil soles de la época. Era normal pactar con el 50 % del monto, pero Elmer Yaipén también hizo lo suyo y solicitó apenas para la movilidad. Con mis paisanos de Monsefú hice un trato por dos presentaciones.

El presupuesto entre publicidad, pago de permisos municipales, dinero adelantado a la Asociación de Autores y Compositores, Apdayc, entre otros, ascendía a unos quince mil soles. No había suficiente dinero y busqué una sociedad, hablé con mi primo José Guevara, que por esos tiempos laboraba en la Conferencia Episcopal. Las actividades bailables eran incompatibles con los objetivos de la Conferencia Episcopal y por eso mi familiar aparecía para algunas coordinaciones, me movilizaba en su auto y por las noches, junto a otros primos, pegábamos afiches y distribuíamos volantes.

Por su cercanía a Ciudad del Pescador, donde era muy conocido, se decidió que el primer mano a mano entre las dos agrupaciones norteñas sería en el entonces local de los trabajadores de Universal Textil, muy amplio para albergar a unas cinco mil personas. Estaba estratégicamente ubicado para permitir la movilización de gente que vivía en Lima y el Callao. Su ubicación exacta era la avenida Venezuela 2505. Se escogió para el concierto dominical el hoy conocido “El Huaralino”, ubicado en el ovalo de Los Olivos, en plena carretera Panamericana Norte. Tras la elección de los locales se iniciaron las gestiones para recibir los permisos de las municipalidades de Lima y Los Olivos. Algunos dolores de cabeza para acelerar los trámites, especialmente en el municipio limeño, pero salimos adelante arreglando de manera “amical” a cada funcionario edil que salía al frente. Eran los avatares de la inexperiencia en estos trámites. El administrador de “El Huaralino”, Héctor Farroñay, fue importante para la autorización del municipio de Los Olivos. Era uno de los nuestros, un paisano de cuerpo enjuto, pero efectivo. Tenía contactos y solucionó muchos imponderables.

Luego vino el permiso de la Apdayc, de la organización de los Autores y Compositores. Ellos pedían un dinero adelantado y además controlaban en la puerta de ingreso con una maquinita. Abusivamente, es mi opinión, cobran un porcentaje cercano al 20% por el costo de cada boleto. A continuación, se planificó todo el andamiaje publicitario. Notas de prensa, afiches, banderolas, avisos publicitarios en Radio Inca, volantes, el famoso “boca a boca”. Con algunos amigos me involucré en el mundo de la cumbia denominada “chicha”.  En opinión del poeta Juan Carlos Lázaro, “Chicha” es la denominación peyorativa impuesta a un ritmo de música popular peruana generada por la fusión de la cumbia caribeña colombiana con ritmos andinos como el huayno.  

 Juan Carlos Lázaro

Fui a fiestas con Los Shapis, Vico y su grupo Karicia, el grupo Guinda. Observé cómo se organizaban. Supe que uno de los “bravos” de los afiches coloridos era Rodolfo Aquino, mi gran amigo, con quien aún mantengo una buena amistad. También me informé de la rivalidad entre Pilsen Callao y Cervecería Cristal y que ambas empresas auspiciaban eventos bailables. Un señor de apellido Flores, ya desaparecido, era popular con sus banderolas.

De alguna manera quería distanciarme del mundo de la “chicha”, no por animadversión, sino porque deseaba generar un nuevo estilo. Además, empecé a entender las diferencias. Por ejemplo, la música chicha o música tropical andina nace de la fusión del huayno con la guaracha y la cumbia costeña, con un matiz destacado de la guitarra electrónica, con letras que hacen eco a los problemas sociales, a los pesares de gente provinciana que sufrió las consecuencias del terrorismo y que para escapar de la barbarie emigró a Lima, pobló cerros y arenales alrededor de la capital y fundó los denominados pueblos jóvenes a través de sendas invasiones. Con afán de sobrevivir económicamente invadieron las calles para comercializar productos de manera informal.  El poeta Juan Carlos Lázaro tiene un punto de vista sobre el tema, sostiene que la “cumbia chicha” es un ritmo mestizo, originario del Perú, creado a mediados de los años 60, y que fusiona a la cumbia caribeña con ritmos andinos, costeños y selváticos del Perú, consiguiendo tres corrientes poderosas. O sea que hay una chicha andina, una chicha costeña y una chicha amazónica.

Personalmente creo que la cumbia costeña tiene un estilo propio, tal vez influenciado por la cumbia colombiana y los pasillos ecuatorianos. Aguamarina tiene un estilo elegante gracias a sus sintetizadores, a la fusión de instrumentos que ha hecho el tecladista “Tioco” Quiroga; a los sonidos rocanroleros que magistralmente le imprime a su primera guitarra Manuel Quiroga. Los Quiroga Querevalú leen música, le cantan al amor en sus diferentes formas. Grupo 5 tiene sintetizadores, piano, instrumentos de viento y mucha variedad en las voces de sus cantantes. La cumbia orquestada de los paisanos monsefuanos tiene mucha influencia de la cumbia colombiana. Inicialmente le hacían arreglos musicales a la lírica de los pasillos ecuatorianos, hasta que apareció el compositor de moda, el piurano Stalin Mogollón.

Desafortunadamente, en aquellos tiempos, la música tropical andina tenía una mala imagen por la presencia reiterada de gente de mal vivir que muchas veces fomentaba escándalos, se embriagaba y ofrecía indecorosas acciones que terminaban en peleas. Adicionalmente, muchos de los seguidores de ese estilo musical evidenciaban una forma de vida llena de sufrimientos, de incomprensión y hasta cierto punto conflictividad con el fenómeno de transculturización que vivían, lejos de sus pueblos de origen y por eso intentaban “ahogar sus penas” libando excesiva cerveza. Y cuando el licor hace efecto, las reacciones son variopintas. Juan Carlos Lázaro, que escribió un artículo para la agencia Xinhua, dice que “la cumbia costeña, más conocida como tecnocumbia, en cambio, es la fusión de la cumbia caribeña o colombiana con la balada. Se inició con Los Destellos. Su cumbia emblemática es “Elsa”. Y actualmente tiene como mejores expresiones al Grupo 5 y a Aguamarina”.

Mientras que los grupos de cumbia “chicha” exhiben atuendos multicolores, las orquestas norteñas son más formales, usan camisas y muchas veces ternos. Esa es otra diferencia. La disciplina y reglas de conducta en las actuaciones que ofrecen los músicos norteños también son distintas.

Para evitar la presencia de gente de mal vivir y los bochornosos espectáculos que había presenciado en los eventos dominicales de los grupos de “chicha”, se tomó la decisión de contratar muchos policías. Uniformados y con una buena presencia física serían una garantía para llevar adelante espectáculos donde se alentaba la presencia de las familias, dentro de un ambiente de tranquilidad y sana diversión.

Muy escasamente la prensa nacional de esos tiempos daba algún espacio a las actividades bailables. Tal vez algún columnista ofrecía escuetas líneas y nada más, pero mi intención era diferente. Con fotos y notas de prensa acudí personalmente a las redacciones de diarios como La Crónica, Expreso, Extra, El chino, La República, El Popular, Ojo, Correo, El Bocón, etc. Y mis amigos no me fallaron. A pesar que los grupos musicales norteños eran desconocidos y en el argot periodístico “no venden”, se publicaron diversos artículos que me dejaron satisfecho. Mis colegas de la sección espectáculos y leídas columnas deportivas dieron cuenta que los mejores: Aguamarina y Grupo 5, venían a Lima a dirimir qué grupo era el mejor.

      En 1995, Aguamarina ya ofrecía conferencia de prensa en Lima. Había llegado la fama

A la par que aparecían notas periodísticas; con mis primos y algunos colaboradores iniciamos durante horas de la madrugada el pegado de grandes afiches en los distritos populosos de Lima. También en el Callao. Pero ese esfuerzo fue denostado por enemigos gratuitos, por gente mal intencionada que desaparecía nuestra publicidad. Las banderolas también se “desvanecían” por arte de magia. Entramos en desesperación. Alguien estaba llevando adelante un vil sabotaje con intenciones imaginables.

Entramos en desesperación, la devastadora forma de destruir nuestra publicidad estaba haciendo mella de nuestros ánimos. Entonces se tomó la decisión de contratar policías para estratégicamente cuidar nuestros afiches. Y esa intención trajo resultados. Se arrestaron a tres individuos que confesaron haber recibido dinero, prebendas para arrasar con nuestra publicidad. La mafia estaba despierta. Los policías hicieron su trabajo y las confesiones de los capturados permitieron saber quiénes “eran nuestros enemigos”. Faltando una semana y media, todo se normalizó, pero los gastos resultaron excesivos para mantener en las paredes los afiches y banderolas.

En otro ámbito de la publicidad se contemplaron avisos radiales en algunas emisoras. Nuestros ojos se fijaron en Radio Inca, donde la cumbia era promocionada a todo dar. Tenía mucho arraigo y había que invertir avisos de publicidad. Pero ese círculo estaba cerrado para nosotros. Sólo podían contratar avisos los promotores de espectáculos que regentaban horas, los llamados concesionarios. Entonces algunos locutores de esa casa radial que cobraban cierto dinero para grabar los anuncios hicieron su parte. En las horas de los programas de Guinda, Los Shapis, Grupo Alegría y otros, se escuchaban las tandas publicitarias.

En los taxis; mercados locales, los centros comerciales populares se escuchaba Radio Inca y los vendedores y sus clientes empezaron a escuchar la llegada a Lima de Grupo 5 y Aguamarina para la “pelea del siglo”.  Algunas gestiones se hicieron y también propalaron alguna música de los grupos norteños en Radio Unión, Radio Moderna. Lo hacían durante la madrugada, porque el escepticismo sobre el éxito de los eventos y la “desconocida” música de los grupos norteños “no generaba rédito alguno y por el contrario podían perder audiencia”.

Quien jugó un papel de reconocimiento fue “El pequeño Willy”, que durante las madrugadas propalaba música variada, principalmente cumbias colombianas y salsa. Pese a que su programador “pauteaba las canciones”, él tomaba riesgos y como buen tumbesino hacía escuchar a su público algunas canciones de Aguamarina y Grupo 5. La emisora era nada menos que Radio Mar, la más importante de ese entonces, que en esos tiempos mantenía altos niveles de audiencia. Para muchos, Radio Mar era la “emisora número uno del dial”. En segundo lugar, se ubicaba Radio Panamericana, que luego de algunos meses se contagió con la cumbia norteña. Sabía que los espectáculos ofrecidos por nuestros grupos eran masivos, en olor a multitud.

       El pequeño Willy y los hermanos Quiroga Querevalú. También el animador Gamboa.

También acudimos a algunos mercados de distritos populosos de Los Olivos, San Juan de Lurigancho, Villa El Salvador, Breña, Ciudad del Pescador, Zárate. Ahí había un sistema de perifoneo y propalaban música radial. Dejamos nuestros avisos y por cómodos precios también aseguramos publicidad para la “pelea del siglo”. El volanteo también se hizo con frecuencia y empezó a funcionar el “boca a boca”. Uno que otro norteño ya sabía que llegaban a Lima los “grandes de Lambayeque y Piura”.

Todo quedó listo. Hicimos un trabajo diferente con lo había solicitado don Teófilo Quiroga y una noche antes, el jueves 2 de diciembre, nos amanecimos “pegando afiches” para asegurar que las calles y avenidas donde circulaban los vehículos públicos tuvieran publicidad multicolor de la “pelea del siglo”. A propósito, algunos de mis primos subían a los autobuses para recorrer las grandes avenidas y confirmar que nuestros afiches exhibían esos eventos de ensueño.

Durante la mañana del viernes 3 de diciembre tuvimos información que Aguamarina ya estaba llegando a Lima. La delegación se acercaba a Puente Piedra y don Teófilo Quiroga manifestó que ellos irían directo a Ciudad del Pescador, donde residían muchos piuranos. En esos momentos tuvimos un mal presagio, algunos policías me comunicaron que había que tomar precauciones, que la primera presentación de Aguamarina coincidía con el cumpleaños del siniestro Abimael Guzmán, el líder senderista que estaba en prisión, pero que sus huestes seguían en actividad y que podrían volar algunas torres de alta tensión y generar “apagones” en Lima.

                    Teófilo Quiroga y el autor de la nota, en 1995, durante un viaje a Huancayo.

Y ese mal presagio se cumplió. No hubo atentados terroristas, pero la primera presentación resultó un fiasco. No más de trescientas personas llegaron al evento que empezó a las nueve de la noche y terminó cinco horas después. La recaudación fue paupérrima. De las 500 cajas de cerveza que se distribuyeron en los quioscos de venta solo hubo un consumo de 39 docenas de cerveza. Aquella madrugada del sábado, culminada la primera presentación del grupo sechurano, nos miramos las caras totalmente llenas de desilusión. Algunos promotores de espectáculos de los “grupos de chicha” que merodearon el local de “Universal Textil “mostraban complacencia en sus rostros, estaban felices de nuestro fracaso. Dos de mis hermanos y otros dos chicos que trabajaron “recogiendo botellas de cerveza” se quedaron a dormir en el local para cuidar las cajas de licor. No había ni para pagar policías, todo era un ambiente de pesadumbre. Mi primo y socio Pepe Guevara mostraba su desazón. Casi sin dormir abrí la ferretería que tenía en La Victoria mientras mi exesposa buscaba cómo darme ánimos. Esa mañana se vendió mucha pintura, accesorios eléctricos y pensé que eso serviría para pagar las deudas que, imaginé, serían interminables.

Aquella aciaga madrugada Don Teófilo Quiroga se acercó un tanto serio, pero dijo resuelto que no nos preocupáramos. Estaba junto a mi primo Pepe Guevara y nos desconcertó su tranquilidad. “Nos vamos a descansar, mañana arreglamos Luchito, ustedes han hecho bien las cosas y mañana sábado será diferente”, aseguró.

Y no le faltó razón a don Teófilo Quiroga. El sábado 4 de diciembre fue totalmente disímil. No sé si el señor Quiroga fue la versión masculina de “La Pitonisa”, aquella sacerdotisa griega que pronunciaba el oráculo. Lo cierto es que sus palabras fueron una premonición auspiciosa y que él mismo se encargó de confirmar cuando me mandó llamar con uno de sus asistentes, dos horas después de iniciado el espectáculo. Con el dedo pulgar levantado en señal de victoria felicitó nuestro trabajo. “Muy bien Luchito. La fiesta está muy bonita, ha venido su gentecita y mañana domingo será igual”, me dijo con el rostro feliz. Eran casi las once y media de la noche del 4 de diciembre de 1993. Cerca de cinco mil personas llenaron el local de Universal Textil. Había empezado el boom de la cumbia norteña, había despertado el poder musical de Los Quiroga y Los Yaipén. Lima, la norteña en la capital en la República: La quinta ciudad más grande de América Latina le abría sus puertas de par en par a la cumbia norteña que hoy en día luce enseñoreada.  

Las cajas de cerveza se agotaron. Todo fue un jolgorio generalizado. Al ritmo de la “parranda monsefuana”, el “humo del cigarrillo”, “parranda la negrita”; “pasitos para bailar”, “sirena del amor”, “madre soltera”, “siete noches”, “paloma del alma mía” y tantos celebrados temas, la gente se embriagó musicalmente. Miles de norteños presumían a sus invitados “limeños” la música elegante de Aguamarina y Grupo 5, la organización del evento con mucha seguridad, el ambiente ameno que los transportaba a las fiestas patronales que ellos solían participar en sus ciudades de origen. Grupo 5 dio cátedra, la voz incomparable de Elmer Yaipén hizo vibrar los corazones de sus fanáticos. Pepe Quiroga, primera voz de Aguamarina, hizo lo mismo, cantó con mucho romanticismo, arrancó aplausos.   

                                     Aguamarina en 1995. El éxito era constante

Muchos lloraron, muchos se emocionaron entre tragos de licor y la ilusión de bailar en Lima con sus grupos favoritos del norte del país. Tremendo concierto, imperdible, apoteósico, eran los comentarios que se escuchaban entre los paisanos norteños que disfrutaron casi siete horas de espectáculo ininterrumpido. “Nos vemos mañana, no vamos a perdernos la otra fiesta”, decían llenos de dicha y felicidad muchos participantes que habían acudido con sus mejores galas, incluso con terno, acompañados de sus familiares. Fue un sábado revitalizador, un bálsamo que alivió las heridas del viernes. Con la fiesta del sábado había para pagar todas las deudas, el dinero invertido, quedar bien con nuestros proveedores. El futuro era halagüeño.

El concierto final fue cerrado con broche de oro. El local “El Huaralino” albergó a casi seis mil hombres y mujeres que se divirtieron hasta altas horas de la noche. Antes de las cuatro de la tarde, hora fijada para el evento final, largas colas de personas presagiaban un lleno total. Incluso hubo reventa. Los mismos individuos denominados “beticos” que pululaban alrededor del Estadio Nacional en los espectáculos deportivos eran los encargados de la reventa. Todo salió de acuerdo a lo planificado. Todos ganamos: los promotores del espectáculo, la cervecería que auspició las fiestas y que observaron sorprendidos más de seiscientas cajas vacías de cerveza. También ganaron los revendedores de boletos y discos compactos, así como un grupito de humildes personas, especialmente mujeres, que expendían golosinas, cigarros. “El público es diferente y te compra de todo, nos respetan y hemos vendido mucho”, agradecían las humildes vendedoras de golosinas que me ofrecía regalos a manera de compensación. 

             El afiche original del evento, gracias al archivo personal de mi amigo Rodolfo Aquino

Aguamarina y sus sintetizadores con sonidos fusionados (gracias al talento de “Tico” Quiroga”) había embrujado a muchos músicos “chicheros” y algunos promotores que estuvieron dentro de la fiesta observando todo. Ellos reconocieron que los grupos norteños estaban “en otro lote”, como lo dijo un promotor de “Pintura Roja” que se acercó para felicitar y anunciar que estaba listo para conversar en caso requeríamos un “mano a mano” con su agrupación.

Los únicos que no ganaron fueron Aguamarina y Grupo 5, porque no hubo trofeo al triunfador absoluto. Por aclamación del público que acudió al concierto dominical, hubo empate en la “pelea del siglo”. Elmer Yaipén y Manuel Quiroga recibieron placas recordatorias. La algarabía reinó en el local, casi a medianoche del domingo, músicos de Aguamarina y Grupo 5 compartían amenas conversaciones, había mucho tema de conversación y grandes razones para festejar.

La página de la historia de los grupos musicales norteños en Lima y su consolidación a nivel nacional empezó a escribirse. Los exitosos conciertos continuaron cada dos meses y las puertas de muchas emisoras reconocidas se abrieron empujadas por la sólida fama de la música del norte del país. Incluso algunos programas televisivos de entretenimiento extendieron invitaciones. Las barreras estaban rotas. La producción de Raúl Romero y su programa “De dos a cuatro” nos convocó al set de televisión. Aguamarina avanzaba, Grupo 5 hacía lo mismo. Ya se escuchaba la música de los Quiroga Querevalú en la radio, en la pantalla chica, los periódicos publicaban entrevistas con los artistas del momento.

                                      Foto del recuerdo. Raúl Romero y Aguamarina en ATV. 

Luego había que internacionalizar a los grupos musicales. Esa era la meta. Por eso hicimos eventos en olor a multitud con Oscar De León en el Rímac. Fue una apoteósica actividad. Empezamos a ganar público no solo del mundo de la “chicha”. También muchos “salseros” disfrutaban de la buena cumbia norteña.

                                         El salsero Oscar De León y el autor de la nota. 

Hoy por hoy Aguamarina y Grupo 5 son los grupos peruanos de mayor arraigo en el mundo. Han paseado su arte por el viejo continente, en Estados Unidos, incluso el Japón. Dame un punto de apoyo y moveré el mundo, decía el griego Arquímedes. Eso es lo que necesitaron los Quiroga y los Yaipén. La idea de Elmer Yaipén Uypan se empezó a esparcir, sus hijos enarbolan ese augurio, teniendo al benjamín Christian como primera voz y secundado con creces por Elmer Jr. y Andy. Actualmente Aguamarina es una empresa musical dueña de un extraordinario prestigio. Es grato conocer su notoriedad. Los hijos de José y la segunda generación de los Quiroga han asumido el liderazgo en la parte administrativa y mercadeo. El afamado político y exmilitar norteamericano Colin Powell afirma que “no hay secretos para el éxito. Estos se alcanzan preparándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso”. Mucho de esa frase célebre vivieron Aguamarina de Sechura, Piura; y Grupo 5 de Monsefú, Lambayeque. La constancia y la perseverancia combinados con sacrificio y ganas de luchar tienen sus frutos. De eso no hay duda. (Luis Castro G.)

OTROS GRÁFICOS

Una foto homenaje a una gran mujer, a doña Paulina, la madre de los Quiroga. Qué personaje, disfruté de sus consejos, de su arte culinario, de su trato noble y solidario.

En 1995, Aguamarina tuvo un paseo por distintas partes de Lima. En el gráfico, en el Parque del Amor de Miraflores.

        Solicitado a nivel nacional, Aguamarina hizo una presentación en Iquitos. Un lleno total.

                                     Los hermanos Quiroga durante la celebración por sus 24 años