domingo, 26 de enero de 2020

La matanza de Uchuraccay, el episodio que marcó mi vida


Escribe:
Luis A. Castro Gavelán

Un día como hoy, 26 de enero de 1983, marcó mi vida para siempre. En las agrestes alturas de Uchuraccay, a unos cuatro mil metros sobre el nivel del mar, murieron asesinados de forma cruenta ocho periodistas, su guía y un comunero. Una horda compuesta por un centenar de pobladores azuzados y confundidos actuó de manera inmisericorde y soterrada, vil y salvaje.
Cinco de los mártires de Uchuraccay. Con lentes, Jorge Sedano
Hoy, día de elecciones congresales, recordamos 37 años de ese funesto episodio. Todavía la prensa nacional espera explicaciones; y las familias de los desaparecidos, también. Está lejos y fuera de todo alcance aquella justicia que nunca ha llegado y que aún reclamamos, para que -en forma de bálsamo- pueda atenuar los aciagos días, la desdichada experiencia de muchas familias peruanas privadas hace 444 meses de sus seres queridos. Tan solo recordar la forma como fueron eliminados los periodistas, tres de ellos amigos de múltiples jornadas, se me hace un nudo en la garganta.

Después de casi 32 años he reiniciado contacto con Felícita de León y Ana del Castillo, dos colegas de aquellos tiempos, con las que rememoramos nuestro paso por el diario “La República”. Una de ellas está en California, y la otra, Anacé, es hija del mundo. También me reuní con Inés Flores, hoy jefe de redacción de “La República” y con el poeta Juan Carlos Lázaro.  Con ellos sostuvimos pláticas telefónicas y rememoramos vivencias de antaño, recuerdos de periodistas que ya nos han dejado: Guillermo Thorndike, Armando Campos Linares, César Terán, Víctor Robles, Oscar Cuya Ramos, Humberto “chivo” Castillo, Víctor Caycho, Alejandro Sakuda, Ernesto Chávez, etc. Pero también nos acordamos de personajes del periodismo -aún vivos- como Víctor Caycho que ahora labora en Washington DC.


Una reunión por el aniversario de “La República”. Aparece el director Guillermo Thorndike en primer plano. Luego aparecen Mirko Lauer, el extinto Gustavo Mohme, Jorge Lazares, Luis Castro, el ex director de la PIP Damián Salas, Lorenzo Villanueva, la Sra. Rosario de Thorndike, y otros.
Entre muchos sucesos, recordamos las viejas máquinas de escribir que usamos para llenar “decenas de carillas”, la diagramación en largos papeles, el “pegoteo” y el arte final para, finalmente, ver al día siguiente muy temprano la edición impresa en blanco y negro, que nos manchaba las manos, pero que nos sumergía y daba acceso a la realidad peruana.

Asimismo, recordamos hechos que durante los ochentas hizo palpitar a cien por hora los corazones de los peruanos, en medio de una violencia generalizada, entre noches de terror, asesinatos de autoridades y dirigentes sindicales, coches bomba, torres de alta tensión que caían al piso dinamitadas y nos dejaban a oscuras paralizando la producción nacional, y afectando -qué duda cabe- a los millones de compatriotas menos favorecidos.

Y en ese tren que corre evocando recuerdos, rememoro mi paso por “La República” y aquel episodio que nunca pasa desapercibido, mi relación profesional con Jorge Sedano Falcón, el entrañable gordito que siempre me acompañó en múltiples comisiones periodísticas. Siempre entusiasta y arriesgado, llevaba preparada su “Nikon” profesional en la búsqueda de la foto de portada que siempre pedían en la mesa de redacción. “Castrito y Sedano, no regresen sin la foto de portada”, decía el cordial Oscar Cuya.

Jorge Sedano fue una de las desventuradas víctimas que en las alturas de Huanta, Uchuraccay, se inmoló el 26 de enero de 1983, hace 37 años junto a otros colegas como Jorge Mendívil y Willy Retto de “El Observador” ; Eduardo de la Piniella, Pedro Sánchez y Félix Gavilán de “El Diario de Marka”; Amador García de la revista Oiga; Octavio Infante del diario “Noticias” de Ayacucho. También el guía Juan Argumedo y el comunero uchuraccaíno Severino Huáscar.

Todos murieron trágicamente a manos de azuzados comuneros de Uchuraccay cuando buscaban información sobre la eliminación de varios senderistas en el poblado de Huaychao. Las últimas fotos tomadas por Willy Retto son evidencias que el ataque ocurrió mientras ellos trataban de convencer a sus atacantes que eran periodistas, que sus únicas armas eran cámaras fotográficas y lapiceros.
Pero los comuneros estaban demasiado confundidos o bien entrenados para eliminar a extraños que llegaban caminando a Uchuraccay. El testimonio de Primitiva Huaylla, tal vez la única testigo presencial viva de los hechos, es elocuente. Ella declaró a las colegas Kelly Vallejos y Yesenia Vilcapoma que recibieron la consigna de matar a todo extraño que llegara a pie. “En una asamblea los militares nos dijeron que matemos y nos defendamos de quienes llegaran a pie. Todo extraño era una amenaza. Ellos (los militares) son los únicos que llegarían por helicóptero", reveló en quechua, su idioma nativo, Primitiva Huaylla. Los periodistas llegaron a pie.

A  37 años de este luctuoso suceso que forma parte de las cruentas páginas de oprobio y terror que firmaron con letras de sangre “Sendero Luminoso” y el MRTA, el Perú sigue mancillado por actos injustos. ¿Quiénes incitaron la muerte de los periodistas para evitar que excesos militares sean descubiertos? ¿Por qué está indultado Alberto Fujimori mientras el general EP Juan Rivera Lazo tiene 17 años preso sin haber cometido delito alguno? ¿Por qué terroristas convictos y confesos están libres luego que les redujeron su carcelería, mientras muchos patriotas siguen perseguidos por la injusticia, perdón, la Justicia peruana? ¿Por qué la Corte Interamericana de Derechos Humanos es muy benevolente con los casos de terroristas y es implacable con nuestros policías y militares que pusieron el pecho para pacificar el país?

Hay muchos casos que me gustaría decir en voz alta, pero la crónica de este monsefuano es en memoria de los mártires de Uchuraccay, de rememorar a mi amigo Jorge Sedano. Y de cierta forma estoy relacionado a esa tragedia, porque hace 37 años pudieron ser nueve y no 8 los periodistas muertos. Durante mucho tiempo guardé en secreto algo que desafió por muchos años mi capacidad de resiliencia y que paso a narrar para ustedes, amigos lectores.
Jorge Sedano


22 de enero de 1983.-
Cuatro días antes del 26 de enero 1983, Guillermo Thorndike, el entonces director de “La República” quiso conocerme en persona. Mi jefe de sección, Armando Campos, me transmitió el mensaje y juntos fuimos a la oficina del director.
Al fondo de la oficina, detrás de un negro escritorio, vi la enorme figura de mi director, quien extendió su mano y yo, tembloroso, hice lo mismo, mientras saludé nervioso a su bella esposa, doña “Charito”, la misma que trataba de acomodar la camisa de su pequeño Augusto, ahora un consagrado presentador de televisión en “Cuarto Poder” de América Tv.

Thorndike me quedó mirando de pies a cabeza y luego expresó. “Que Armando haya confiado en ti es bueno, pero te necesito para otras comisiones”. Aparentemente doña “Charito” (Rosario del Campo León) me vio el cuerpo esmirriado y el rostro de joven inocente; y con su candor de madre, habría influenciado para que el “gringo” Thorndike ordene mi cambio de comisión. Dicen que las mujeres tienen un sexto sentido...y bien desarrollado.

Armando Campos tenía dos boletos de pasajes aéreos vía Faucett, uno a mi nombre y el otro de mi inseparable fotógrafo Jorge Sedano. Nuestro destino era Ayacucho. Entonces Guillermo Thorndike le pidió los boletos a Armando Campos y llamó a Luz Lévano, su eficiente secretaria. “Castro y Sedano van para Tumbes, cambia estos boletos por favor, ellos no van a Ayacucho", dijo el director. En esos momentos ingresó Jorge Sedano y al escuchar que estaban cambiándolo de comisión replicó a manera de ruego.

“director, por favor, quiero ir a Ayacucho. Quiero confirmar si es verdad eso que andan diciendo de los terroristas, usted sabe cómo yo trabajo, por favor, permítame ir a Ayacucho…” El resto de la conversación no pude terminar de escucharla, salí de la oficina del director acompañado de Armando, quien me explicó que al día siguiente debía viajar a Tumbes donde constantes lluvias torrenciales estaban provocando daños materiales y humanos.

Sedano logró convencer al director y ahí nos separamos. “Castrito, perdóname hermano, cuando tengas más experiencia comprenderás que no puedo perder la oportunidad de confirmar la noticia sobre esos terroristas que han aparecido en Ayacucho”, me dijo palmoteando mi hombro, mientras yo trataba de guardar algunas cosas en mi escritorio. Le dí la mano, nos dimos el último abrazo y ese gesto se convirtió en una despedida para siempre. Jorge Sedano tenía ganas de confirmar los inicios de esa lacra de malos peruanos que tanto daño hicieron al Perú.

Fui a Tumbes acompañado del fotógrafo César Aquije; y el “gordo” Sedano fue a Ayacucho acompañado del redactor Ernesto Salas. Pocos días después, a través de un enlace telefónico, mi jefe Armando Campos me dijo llorando “Golpéate el pecho Castrito. Ha muerto Sedano …, todavía no ha sido tu turno”

Quedé descorazonado, trémulo, las lágrimas invadieron mi rostro, confundidas entre las gotas de lluvia que caían con mayor frecuencia en el castigado territorio de Tumbes. El cielo estaba gris, miré el horizonte y puede reaccionar después de breves minutos, consolado por César Aquije. Aún seguía vivo, todavía podía contar algunas estrellas en el firmamento, ese día de enero de 1983. Cuando regresé a Lima, todo era distinto, muchos rostros contritos, ya se nos había adelantado Jorge Sedano y mis colegas de la redacción me abrazaron, miraban mi rostro y algunos de ellos decían: "Chinito, de la que te salvaste...".

Dios había decidido que mis días de existencia aún debían prolongarse.  Gracias al sexto sentido de la esposa del "gringo" Thorndike, sigo vivo, entre viajes a Maryland, Virginia, Madrid y Puerto Rico, amando por siempre a mi Monsefú, mi pedacito de cielo, pergeñando mis crónicas periodísticas, celebrando mis logros sin olvidar mis fracasos, asumiendo retos, consciente que, al superarlos, estaré más cerca de la gloria; trabajando como docente con la idea de no solo aprender de mis maestros, sino también de mis discípulos. Sigo el pensamiento del afable Kalu Ndukwe … “lo que haces por ti se desvanece, pero lo que haces por el resto conforma tu legado”. (LCG)


Una foto tomada por Jorge Sedano. Las mujeres de pie son Inés Flores, Felícita de León y Martha Núñez. En cuclillas llevo la cinta de capitán. Ocurrió durante el primer aniversario de “La República”