viernes, 11 de octubre de 2019

Los bordados monsefuanos exhiben vida y color


Escribe:
Luis A. Castro Gavelán
Bellas representantes monsefuanas, portadoras de vestimentas que elaboran nuestras artesanas-bordadoras.

     El arte de la filigrana y los bordados hechos a mano demanda arte, garbo, precisión y mucha creatividad. Hay que ser ducho y hábil para darle vida a los diseños a través de los hilos y la aguja. Monsefú, que duda cabe, mantiene una tradición que ha traspasado nuestras fronteras gracias a fácticos artesanos que han consolidado un elevado prestigio.
     Las túnicas, tapetes, blusas, servilletas, delantales y manteles adquieren vida y color con el arte que tienen nuestros artesanos. Hay, además, otros trabajos ornamentales que requieren de mayor precisión como las banderas y los vestidos de baile, y porqué no, los bordados de imaginería (técnica para pintar o bordar prendas para imágenes religiosas). Todos estos productos y en gran nivel se elaboran en Monsefú, gracias a esas manos hábiles de artesanas como las hermanas Lila Angélica y Luzmila Llontop Relúz, Jacqueline Ayasta Caicedo, Rosa Muga Llontop, Elena Chavesta Gonzales, entre otras.

   Históricamente, uno de los precursores de este arte es Eusebio Gonzales Bernabé, quien a la edad de 18 años empezó a bordar estandartes, banderas, mantos y capas de imágenes religiosas. Su arte es tan comparable como el de Lila Angélica Llontop, una mujer multifacética que además de bordar, es creativa y elabora chicha de 60 sabores (de frutas y otros vegetales).
    El arte del bordado es una práctica que tiene cientos de años de existencia. Se sabe que los romanos decoraron sus prendas y ciertos artículos utilizando las hebras textiles sobre una superficie que generalmente era la tela de algodón, seda o lana. Los romanos llamaban a esta ornamentación plumarium opus por las semejanzas que tienen algunas de estas labores con la pluma del ave.  
       En la Biblia, específicamente en el libro de Ezequiel del Antiguo Testamento, se menciona que los fenicios se dedicaron al comercio activo de sedas y bordados orientales. Algunos historiadores hablan también de comerciantes de Egipto, Grecia y Roma, pero inciden que, desde Mesopotamia, los babilonios tenían fama de ser grandes bordadores. 
Jacqueline Ayasta es una artesana que
ha paseado su arte a nivel internacional.


   En cuanto a nuestras representantes, valoramos el trabajo de Jacqueline Ayasta, a quien incluso entrevisté en Washington DC. cuando vino a representar al Perú junto a dos de sus colegas, Margarita Mechán Lluén y Margarita Guzmán Cornejo, durante el Smithsonian Folklife Festival, un evento organizado para que los países de América exhiban lo mejor de su artesanía y arte culinario.

     Del mismo modo, reconocemos el trabajo de filigrana de doña Lila Angélica Llontop Relúz, quien tiene más de 50 años de experiencia y ha vendido en todo el Perú y el extranjero docenas de vestidos que usan los danzantes de marinera, huayno y otros ritmos típicos. 
   Lila vende entre 1,800 y 2,200 soles los referidos vestidos que constan de 13 piezas, con diseños llenos de colorido (animales como el pavo real, rosas, olivos, etc.) “Me siento orgullosa que se reconozca el trabajo de las artesanas monsefuanas. Muchas de las vestimentas que usa nuestro patrón Jesús Nazareno Cautivo y muchos santos de la región han sido elaborados por mi persona. Eso me hace feliz, me siento una mujer bendecida”, sostiene Lila Angélica, que siempre cuenta con el apoyo de sus hermanas.
Lila Angélica Llontop tiene mucha creatividad
El poeta francés Jean de La Fontaine decía “por su obra se conoce al artesano”. Y es verdad, nuestras artesanas bordadoras son reconocidas por su arte, su trabajo lleno de ingenio, cultivado con manos sensibles. (LCG) 
Luzmila Llontop R. y su arte