Escribe:
Luis Castro Gavelán
El otro día un miembro de nuestra familia visitó Lima y con una sola palabra reflejó lo que acontece en la capital del país convertida ahora en la capital de políticos y jueces protagonistas de una corrupción sinérgica. Lima está hecha “una mierda”, me dijo. Luego él fue a Monsefú para ver a mi madre y del mismo modo encontró a la ciudad que miles de ciudadanos añoramos, hecha una ciénaga, “una mierda”.
Muchas veces analizo por horas, sufro de insomnio como muchos peruanos y me pregunto ¿desde cuándo nos jodimos?, recapitulo hacia atrás y concluyo que, desde siempre, desde la fundación de nuestra República seguimos arrastrando cadenas, aunque Alan García haya intentado anestesiar nuestras mentes y eliminar “las cadenas” del himno patrio.
Todo lo que escuchamos a través de los audios que difunde Gustavo Gorriti asquean, nos hacen mirar frente al espejo y concluir esa penosa realidad que experimentamos cada día, la del “hermanito” que corrompe, la del peruano “pendejo” que jode al más humilde, al peruano de a pie que por culpa de su infortunio se codea con el desamparo.
Pareciera que la corrupción forma parte de nuestro ADN, hemos institucionalizado el crimen, el soborno, el aprovecharnos del menos favorecido, el asumir una posición no por méritos propios sino gracias al padrino o al “hermanito”. Por eso estamos así, seguimos siendo un país del tercer mundo, no alcanzamos la industrialización a pesar que poseemos riquezas naturales que envidian otras naciones. Seguimos siendo “el mendigo sentado en un banco de oro”, como lo dijo el italiano Antonio Raimondi. Su mensaje sigue vigente a pesar que lo vaticinó en el siglo XIX.
Faltan poco menos de dos meses y vamos a celebrar elecciones regionales y municipales. Pero nada va a cambiar, vamos a seguir viendo a nuevas autoridades protagonizando hechos de escándalo y corrupción, de gente con gran egoísmo dispuesta a prevalecer sus intereses personales e institucionales. Nada va a cambiar, nuestra institucionalidad democrática y jurídica está desgarrada, fracturada.
En Monsefú, las emisoras radiales propalan avisos políticos grotescos. Cada candidato a alcalde se las ingenia para convencer con mensajes llenos de esperpento. Salvo honrosas excepciones, tenemos candidatos legos, proteicos, como los partidos políticos de donde emergen. Todos los partidos políticos están manchados de corrupción, viven en el oscurantismo y quienes se involucran con ellos están condenados a sufrir una inviable metástasis.
Hay muchos profesionales monsefuanos pero muchos de ellos rechazan participar de estas justas electorales porque no desean relacionarse con la podredumbre. Miguel Angel Bartra está terminando su gestión sin pena ni gloria. Nunca se dio cuenta que podía reinventarse e impulsar su carrera política tomando como trampolín la alcaldía de Monsefú. Ahora se ha quedado sin soga ni cabra, no fue autorizado a ser candidato por Chiclayo.
Parte del problema es que muchos ciudadanos monsefuanos y de todo el país carecen de conciencia cívica, se involucran con la cultura del oprobio y son parte de los experimentos que han convertido al país en una especie de tubo de ensayo. “Que venga el alcalde a recoger la basura”, dijo alguna vez una energúmena compatriota monsefuana cansada que Bartra y sus funcionarios no cumplan sus promesas. No mi querida paisana, las formas jamás se deben perder. Hay que respetar, ser tolerantes, el respeto debe ser recíproco.
Me sigo preguntando…¿desde cuándo nos jodimos? ¿en qué momento perdimos los peruanos esa tenacidad por el bien? Estamos muy cerca del bicentenario de nuestra independencia y vivimos en medio de una impunidad absoluta. Sigo interrogándome, ¿es posible una reconciliación en el país? Sí es posible, pero necesitamos reformular el Perú, darle un poco de oxígeno con gestos de grandeza, de desprendimiento de los actores de este enrarecido ambiente. Estamos tocando fondo y urge sacar a flote los últimos valores éticos y morales que nos quedan.
Nos despedimos con una frase alentadora de Paulo Coelho: cuando amamos, siempre luchamos por ser mejor de lo que somos. Cuando luchamos por ser mejor de lo que somos, todo a nuestro alrededor se convierte en algo mejor. El Perú y nuestro Monsefú aún esperan que como ciudadanos hagamos un mejor papel (LCG).