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Luis A. Castro Gavelán
Cuando residía en Lima acepté una invitación para asistir a una fiesta en Pueblo Libre. Por teléfono hablé con un paisano monsefuano que por coincidencia me ofrecía una reunión para ese mismo día. Disculpa – le dije a mi interlocutor- ya estoy comprometido para el sábado en casa de los Salazar García.
-¿Quiénes son ellos? Me interrogó, no los conozco.
-Por favor – le dije- ellos son muy conocidos, es la familia que vive en María Izaga al costado de la imprenta “El horizonte”, ¿conoces a Walter, a Pedro, los médicos veterinarios; a Azucena, que fue señorita Fexticum?
- Ah… empieza por ahí, son los “huesos”, y comenzó a sonreír.
Yo también sonreí por la ocurrencia de mi amigo, pero también confirmé que en Monsefú, la “Ciudad de las flores”, es muy frecuente conocer a una persona o una familia por su apodo, apelativo o sobrenombre, que por los apellidos.
Según varios monsefuanos, es mucho más popular acepciones como “chapa”, “gracia” o “mote”. Como quiera que sea, la reputación de los paisanos es motivo de esta pintoresca crónica, que según DRAE (diccionario de la Real Academia de la Lengua) corresponde al nombre que se acostumbra dar a una persona tomando en cuenta sus defectos corporales, o también reconociendo sus características o virtudes como una manera simbólica de aceptación; o en su defecto despreciar o ridiculizarlo.
El vocablo apodo proviene del latín “apputare” que significa evaluar o comparar. Sin embargo, otros investigadores afirman que resulta del griego “apodos” que quiere decir repetición o giro. De cualquier modo, quienes tienen mayores argumentos son los lingüistas “mollete”, y “agüitas”. Así conocen a los profesores Max Túllume y Santiago Salazar, respectivamente.
Desconozco si esta afirmación ofenderá a los mencionados docentes, pero mejor voy a contratar a los abogados “chaconil”, Manuel Flores Llontop y “teny” Cigüeñas Olano para que me asesoren legalmente. O tal vez al doctor Pedro Pisfil, “baltico”. Y si como consecuencia de este inconveniente sufro de algún mal, trataré de ubicar al doctor “Jacinto “chito” Custodio.
Como se puede percibir, todos los profesionales mencionados tienen su “chapa” o “mote”, pero no sabemos si les agrada o no. Por ello afirmamos que los apodos son códigos verbales que pueden ser positivos o negativos; puestos con estilo peyorativo, con un humor negro que genera rechazos, ofensas o mal humor; o relevantes, empáticos y con un sentido afectivo.
Y adicionamos que los sobrenombres también pueden ser códigos comunicacionales porque promueven el diálogo, el acercamiento. Actualmente en las ciudades grandes, en las urbes modernas, se conjugan sociedades cada vez más frías. En cambio en pueblos chicos como el nuestro, los apodos forman parte del patrimonio etnógrafo de los monsefuanos; y además nos permiten una relación mucho más jovial, una relación hasta cierto punto amical, generacional e idiosincrática.
Nuestro terruño tampoco escapa de este estilo de fomentar relaciones al más largo plazo. Por ejemplo, Monsefú es llamada la ‘Ciudad de las Flores”; y también “pueblo líder”, como le decía mi padre Luis Castro Capuñay. Y quien firmó la ley de elevación a la categoría de ciudad de nuestro Monsefú, el presidente Andrés Avelino Cáceres, fue conocido con el apelativo de “brujo de los andes” por sus grandes actuaciones militares durante la guerra del Pacífico. Ofreció resistencia a los chilenos en las montañas ubicadas antes de llegar a Lima.
En la época de oro del baloncesto monsefuano, a jugadores del White Star como Eduardo Raffo le decían “cachema”; y “pato” al habilidoso Miguel Chereque. Otros deportistas, principalmente futbolistas, eran muy conocidos por sus apelativos. Por ejemplo, el arquero “cuco” Beltrán, Augusto “oso” Gonzales, los hermanos Pablo y Sebastián “guaba” Gonzales, José “chiva” Vallejos, Manuel “panga” Salazar, “gene” Yaipén, “kerosene Gonzales, Carlos “cailotitas” Silva, Pedro “pibe” Beltrán, Arturo “pájaro” Boggio. También Héctor “la coja” Uceda, Gilberto “manco” Chanduví, Manuel “ojitos” Niquén Cumpa. El ‘cholo” Salazar.
En el mundo de la música fueron muy conocidos los apodos también. El grupo Fantasía era de propiedad de los hermanos “cagarraya” Reyes. A la familia Espinoza Fenco les decían los “corcho”. El fundador del Grupo 5 tenía el sobrenombre de “el faraón de la cumbia”, y ahora su hijo Elmer tiene el apodo de “chico”. También Víctor “chino” Yaipén del grupo Candela, Walter “pochorolo” Yaipén, Lázaro “bolón” Puicón, Idelfonso “foncho” Neciosup.
Los hermanos "guaba" Gonzales.
En esta relación de apodos hay también muchos personajes pintorescos. Recordamos a José del Carmen Muro “caminini”; a “mamuche”, un hombre que se dedicaba en las fiestas patronales a encender los cohetes como señal del inicio de la actividad religiosa. También un individuo cuyo apellido, Azabache, no dice nada, pero por su “chapa” muchos van a recordar. Nos referimos a “pichana”, un hombre que cuando tomaba licor se enfrentaba a la policía y al ser arrestado gritaba “ya me llevan mis mujeres”.
Como consecuencia de alguna característica física, los apelativos también están a la orden del día. Por su tamaño y corpulencia, Eugenio Gamarra Lluén era conocido como “burro grande”. Por sus ojos rasgados conocemos a nuestra campeona de marinera Angélica “china” Miura. Por el tamaño de su cabeza, a los Cumpa Valencia denominaron “cabezacas”. Por el pelo que tenían, los hermanos Enrique y Guillermo Uceda eran los popularmente “zambones”. Por su estatura y color de su piel,” ñaro” le decían a Pedro Silva Villacorta. Por su talla y delgadez de su cuerpo a los Custodio Díaz llamaban “colambos”. Por sus ojos, recordamos a Juan “chino” Joo. Por la forma de su rostro, a nuestro destacado joyero Félix Salazar Liza lo conocen como “bomba”. Por su baja estatura los Cornejo Mechán son conocidos como “los chatilcos”. Además Héctor “flaco” Boggio del cine Trianón.
Tomando en cuenta algún parecido físico, alguna característica de su personalidad o como una especie de burla, las “chapas” también toman el nombre de animales. “Los ratas” a la familia Reque Senmache. La familia Bravo Arévalo “mosca”. La familia de Vicente Custodio, “los gatos”. Jorge “pichón” Urdiales. Román “ gato seco” Llontop. Manuel “cabrita” Lores, Fidel Cornejo Mechán, “gallo”. El señor Gonzales que tenía una panadería frente a la posta médica, “mono”. Con ese mismo apodo es conocido uno de los hermanos Chanamé, del grupo Continental. Al ex-policía Carlos Raffo Diez le dicen "conejo". A la rezadora Gonzales le dicen “la gallinita”. Pedro Llontop Casas “burro con sueño”, Juan Francisco Yaipén y familia, “los yegüitas”. “Los palomos” a la familia Espinoza Tello. “Los perros” a la familia Morales.
También existen los apodos utilizando frutas, verduras o vegetales. La familia Chanamé, “los loches”. “Higo” al profesor Farro Baldera. A los Llontop Lluén los conocen como “los cayguas”. A la ingeniera Gladys Fenco le dicen “agua de manzana”.
Por una condición personal que llamaba la atención. Al multifacético agricultor José Ramos Gonzales le decían “chistoso”. “Tía candela” a Esther Raffo. “Boquita de caramelo” a nuestra recordada Evelina Huertas. Por su seriedad, “cachaco” al extinto César Yeckle Vargas. “Hacha brava” al profesor de educación física Carlos Raffo.
Otros apelativos variopintos que desconocemos su origen, pero que son muy populares en Monsefú son los siguientes: Federico Torres, “brocha gorda”; la familia Custodio que tenía un molino para caña de azúcar, “los cachuplín”; la señora Nicolasa que vende chicha”, la tolú”. La familia Lluén Campos, “Los chingos”. La familia Flores Ballena de radio “La Norteña", “los parlante”. El taxista Manuel González, “manguero”. La familia Lluén Gamarra, “los chautos”. La señora María Laynez, “doña muerta”. Jorge Curo “chaqueta”. El señor Beltrán, ”jama jama”. La familia del periodista Lucho Gonzales, “los muñecos”. “Chava” a Eduardo Llontop Araujo. "Fruna" a su hermano Huguito Llontop.
El profesor Gregorio Chanamé es conocido como “maytetu”. El doctor Juan Salazar Huertas “joya”. Guillermo Guevara es conocido como “huevito”. La familia Eneque es conocida como “los peroles”. “Los corrozos” son los integrantes de la familia Izique. “Los sorongos” les dicen a los miembros de la familia Custodio. Oscar Kant, “canchín”. Rafael Escajadillo “medicina fresca”. “Los mochos” denominan a los paisanos de la familia Chafloque Gonzales. “La camisola” es el apodo de doña Yolanda Mechán. “Los echale pa’ dentro” a los carpinteros de apellido Farro. “Cárguenme a mi vieja” le dicen a Mario Salazar Chafloque.
Los miembros de la familia Pisfil Lluén son conocidos como “los champús”. Al finado periodista Augusto Llontop Relúz le decían “tuto”. “Si hay, si hay si hay”, al desaparecido vendedor de pan, el señor Angeles. “Chin chin” es la “chapa” de los Lluén Chavesta. “Los bronquioles” a la familia Gonzales. La familia Seclén, “los muertos”. “Los quemaos” a la familia González. A los Llontop Sáenz conocían como “prosas”. La familia de César Llontop, “los macanos”. Armando Llontop, quien actualmente ha perdido el sentido de la vista lo conocen como “malaca”.
“Los mercaditos” son los miembros de la familia Espinoza Ballena. “Los pichilingo”, la familia Salazar. El extinto José Capuñay Senmache” clarito”. “La casita” a Héctor Puicón. “Cholón” a la familia Uceda de la avenida Grau. “El avión “a Rafael Puyén. “Jota” al desaparecido Miguel Llontop Relúz. “Diablo” al profesor Bernardino Sánchez. “Los sancochos” a la familia Yaipén.
Esta lista continúa, pero hay datos por confirmar. Existen apelativos como “párate duro”, “los zorros”, “pechente”, “chambico”, “la tetona”, “copito”, “los chalaos”, “los cuyes”, “la pailera”, que anhelamos completar, y para eso esperamos la colaboración de nuestros lectores.
Los apelativos que estamos publicando son una pincelada del ingenio de los paisanos, que de forma positiva o negativa muestran la idiosincrasia de nuestro querido Monsefú. Las “chapas” nacieron, se difundieron y se transmiten de generación en generación. Esta muestra debe crecer y también nos gustaría tener la información del motivo que generó su origen.
Hay personas que aceptan de buena gana el “mote” que tienen, pero existen otros que por alguna razón detestan su sobrenombre. Uno de ellos fue muy explícito. “Carajo, todo el esfuerzo que hicieron mis padres para ponerme nombre y apellidos para que un hijo de p…venga a ponerme una “chapa”.
Monsefú es tierra de pintorescos apelativos. Vamos a perennizarlos como una forma de seguir escribiendo la historia de “La ciudad de las flores”, pues como decía alguien que también tenía una “chapa”, Gabriel ‘gabo” García Márquez, “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”. (LCG)