Escribe:
Luis A. Castro Gavelán
Si hay algo del que nos sentimos orgullosos los monsefuanos, es ese bendito don que Dios nos ha regalado para elaborar potajes culinarios que hasta los más formales comensales “se chupan los dedos”. Nuestros hombres y mujeres tienen esa envidiable virtud para que esos ceviches, el pepián de pavo, arroz con pato y otros platos, sean el deleite de los turistas. Y para redondear la faena gastronómica, también somos buenos con uno de los dulces “bandera” de la nación, los deliciosos “picarones”.
Todos los días, a las tres de la tarde, aparece bien peinada y con su impecable indumentaria blanca doña María Custodio Gamarra para ubicarse en la entrada del “Parque artesanal” de Monsefú. Los turistas y visitantes que a diario llegan para redimir la fama de nuestra artesanía y gastronomía, también andan enamorados de ese postre sacarino, de ese tradicional y empalagoso manjar que nuestro afamado escritor Ricardo Palma considera como “una especie de fruta de sartén que se asemeja al dulce que en España conocen como buñuelo”.
Doña María es nuestra representante. Lleva 32 años produciendo ese postre que resulta de la mezcla de puré de camote, zapallo, harina de trigo, levadura y algunos otros secretos personales. Toda esa masa un tanto amarillenta, que ella llena en un balde, le da forma de rosca con sus hábiles dedos. Moja sus manos con agua y con los cinco dedos juntos toma un poco de masa que suelta hacia la paila con aceite caliente. Antes que esa porción entre en contacto con el aceite, ella usó el pulgar en forma instintiva para hacer el hueco de la rosca, que en escasos minutos se fríe. La porción de cinco picarones se sirve acompañado de un jarabe preparado con antelación.
Ese sacarino acompañante tiene chancaca, azúcar, clavo de olor, canela, y es hervido en hojas de higo. Además tiene un misterioso perfume de anís. Dos soles vale la porción, y muchos repiten. El sabor, color y textura de los picarones son inigualables, por eso vale la pena repetir la porción, como mi esposa Sandra que por primera vez los probó y durante los quinces días de sus vacaciones por Monsefú asistió religiosamente todas las tardes al quiosco de doña María para degustar ese exquisito manjar.
Si bien es cierto que este postre procede de España, llegó al Perú durante la época del Virreinato, y en América, tuvo fama gracias a las “negritas limeñas picaroneras” que ofrecían ese dulce en calles del centro de Lima. En una pintura del inmortal Pancho Fierro, que data de 1850 se aprecia a las “picaroneras” haciendo gala de su arte. También don Ricardo Palma, en sus “Tradiciones Peruanas”, menciona en uno de sus pregones “a las dos de la tarde, la picaronera, el humitero, y el de la rica causa de Trujillo”.
Algunos trasnochados chilenos dicen que los “picarones” son de Chile, pero hay una novela, “La negra Rosalía” del cronista Justo Rosales, que refiere una historia de amor e involucra el origen de ese postre en Chile. Cuando los chilenos invadieron el Perú, los soldados quedaron impresionados por este dulce y uno de ellos, el chileno Pedro Olivos, se enamoró de la picaronera, la “negra Rosalía”, y se casó con ella. La llevó a vivir a Santiago de Chile donde ella empezó un pequeño y exitoso negocio: la venta de buñuelos. El local estaba ubicado entre las calles San Pablo y Correo Viejo.
Doña María es la “negra Rosalía” monsefuana que tiene enamorados a los lugareños y los turistas que diariamente nos visitan. Ella tiene su rincón del sabor entre la avenida Venezuela y la calle 28 de Julio. Ahí despacha al lado de sus hijas Manuela y Daysi. Durante horas hace el ritual de elaborar los picarones, con donaire y señorío. Vende todo y muchos regresan al día siguiente porque no tuvieron la suerte de conseguir su empalagoso manjar.
Con esta crónica nos despedimos, amigos lectores, hasta el próximo año. Feliz Navidad y mis mejores augurios para ustedes en el 2017. Y recuerden: no existan; vivan, busquen la felicidad, vivan intensamente porque la vida es una sola. Solo tengan voluntad, aquella al que Albert Einstein considera como la fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía.(LCG)
domingo, 4 de diciembre de 2016
lunes, 24 de octubre de 2016
“Estirpe monsefuana” al rescate de nuestras tradiciones
Escribe:
Luis A. Castro Gavelán
Nació como una alternativa ciudadana a la letanía de las autoridades para festejar la creación de Monsefú como distrito, y ahora se ha erigido y fortalecido como la reserva socio-cultural de los usos y costumbres de la “Ciudad de las Flores”.
Fue denominada “Estirpe monsefuana” gracias a los diálogos e intercambio de apreciaciones con la profesora Tania Angulo, pero el empuje y abolengo que ahora tirios y troyanos reconocen a este soporte de la tradición peruana, se debe a un incansable Felipe Vallejo, su creador.
Felipe es un gordito bonachón, que juega con las palabras y convence, dirige un programa radial con aceptable audiencia y poder de convocatoria. “Cuando me di cuenta que el entonces alcalde Lázaro Puicón no había planificado nada para festejar el aniversario de la ciudad, me propuse hacer una especie de corso, un desfile de carros alegóricos, que año a año goza de respaldo”, dijo Vallejo.
Y así, con voluntad y espoleado por voluntarios que fueron sumando día a día, Vallejo mostró agallas para llevar a cabo la primera edición de “Estirpe monsefuana” en octubre del 2009. El éxito fue rotundo. Sin dinero pero rico en entusiasmo, el proyecto fue real, una verdadera cachetada al trabajo laxo de las autoridades municipales.
El pueblo tuvo su fiesta, el pueblo gozó con esa expresión de identidad nacional donde las cholas y los cholos enseñorearon sus pañuelos al aire para confirmar que el individuo que no acepta su cultura ni sus tradiciones, es un individuo influenciado por la ignorancia. Representantes vecinales, campesinos, trabajadores artesanales y danzantes de peruanismos ritmos desfilaron entre aplausos y gestos afables.
Pasaron los años y “Estirpe monsefuana” fue creciendo, y sin quererlo, se ha convertido en una especie de sombra que no pretende opacar a la Fexticum, pero sí quiere demostrar cómo se pueden hacer grandes cosas cuando hay una sinergia de imaginación, amor por lo nuestro y toneladas de voluntad.
“Estirpe monsefuana” se ha ganado a puro pulso el prestigio de ser una reserva cultural de las tradiciones y costumbres de los monsefuanos, forma parte de la identidad de los cholos de apellido Flores, González, Capuňay, Llontop, Chafloque, Custodio, los Torres, los Cuyate y tantos otros apellidos que orgullosamente llevamos por la gracia de nuestros ancestros.
Y para corroborar el éxito de esta gesta reivindicativa este sábado 29 de octubre Vallejo y sus voluntarios de lujo han programado “Estirpe monsefuana” para conmemorar los 128 años de Monsefú, de elevada a la categoría de ciudad. Este año la celebración será a lo grande. El poder de convocatoria de esta actividad cultural es tal que han confirmado su asistencia delegaciones de casi todo el país, personas que nunca olvidan de donde vienen ni a dónde van, personas que reconocen el valor de lo nuestro.
Se presume la participación de unas tres mil personas que acudirán con sus indumentarias tradicionales. Ahí estarán desfilando estudiantes, universitarios, campesinos, representantes de caseríos como Pómape, Cúsupe, Vallehermoso, del poblado menor de Callanca, de Larán; vecinos de Ciudad Eten, Reque, Santa Rosa, Pimentel. También monsefuanos que viven en todo el país y que agrupados en instituciones y comités, vienen para confirmar que son dignos de pisar el suelo donde nacieron.
También han garantizado su presencia bandas típicas, bandas de músicos escolares y profesionales, incluso de la Fuerza Aérea del Perú, que con sus coloridos uniformes y esa pegajosa música divertirán a los participantes y el numeroso público que colmará las calles Mariscal Castilla, 28 de Julio, la plaza de armas, la avenida Venezuela y el estadio municipal.
Cuando una fiesta nace del pueblo, todo trascurre en olor a algarabía, todos contribuyen, todos se contagian y todos hacen eco a la riqueza y peruanidad de este país que quiere seguir creciendo sin negar sus raíces. Por eso las ex señoritas Fexticum ya preparan sus vestidos para decir presente, los negocios ayudan con comestibles y bebidas para los participantes, muchas autoridades del circuito mochica ya confirmaron su presencia. Y ahí estará una dama campesina, de esas que los concurrentes no dejarán de aplaudir. Ella, doña Eusebia Torrez del caserío Vallehermoso, irá con su indumentaria de chola monsefuana regalando choclos que está cosechando en su pequeña chacra. “Ya no voy a desfilar por la ciudad para ser usada políticamente por los candidatos. Voy a desfilar con orgullo de ser chola monsefuana”, dijo doña Eusebia.
Monsefú se prepara con entusiasmo. “Estirpe monsefuana” es la fiesta del pueblo y para el pueblo, es el gozo de los orgullosos cholos que atesoran lo suyo. La riqueza costumbrista que heredamos se conquista con eventos como “Estirpe monsefuana” que revindica lo nuestro y nos hace reflexionar que ese costumbrismo, esas tradiciones que heredamos, huelen a eternidad. (LCG)
Luis A. Castro Gavelán
Nació como una alternativa ciudadana a la letanía de las autoridades para festejar la creación de Monsefú como distrito, y ahora se ha erigido y fortalecido como la reserva socio-cultural de los usos y costumbres de la “Ciudad de las Flores”.
Fue denominada “Estirpe monsefuana” gracias a los diálogos e intercambio de apreciaciones con la profesora Tania Angulo, pero el empuje y abolengo que ahora tirios y troyanos reconocen a este soporte de la tradición peruana, se debe a un incansable Felipe Vallejo, su creador.
Felipe es un gordito bonachón, que juega con las palabras y convence, dirige un programa radial con aceptable audiencia y poder de convocatoria. “Cuando me di cuenta que el entonces alcalde Lázaro Puicón no había planificado nada para festejar el aniversario de la ciudad, me propuse hacer una especie de corso, un desfile de carros alegóricos, que año a año goza de respaldo”, dijo Vallejo.
Y así, con voluntad y espoleado por voluntarios que fueron sumando día a día, Vallejo mostró agallas para llevar a cabo la primera edición de “Estirpe monsefuana” en octubre del 2009. El éxito fue rotundo. Sin dinero pero rico en entusiasmo, el proyecto fue real, una verdadera cachetada al trabajo laxo de las autoridades municipales.
El pueblo tuvo su fiesta, el pueblo gozó con esa expresión de identidad nacional donde las cholas y los cholos enseñorearon sus pañuelos al aire para confirmar que el individuo que no acepta su cultura ni sus tradiciones, es un individuo influenciado por la ignorancia. Representantes vecinales, campesinos, trabajadores artesanales y danzantes de peruanismos ritmos desfilaron entre aplausos y gestos afables.
Pasaron los años y “Estirpe monsefuana” fue creciendo, y sin quererlo, se ha convertido en una especie de sombra que no pretende opacar a la Fexticum, pero sí quiere demostrar cómo se pueden hacer grandes cosas cuando hay una sinergia de imaginación, amor por lo nuestro y toneladas de voluntad.
“Estirpe monsefuana” se ha ganado a puro pulso el prestigio de ser una reserva cultural de las tradiciones y costumbres de los monsefuanos, forma parte de la identidad de los cholos de apellido Flores, González, Capuňay, Llontop, Chafloque, Custodio, los Torres, los Cuyate y tantos otros apellidos que orgullosamente llevamos por la gracia de nuestros ancestros.
Y para corroborar el éxito de esta gesta reivindicativa este sábado 29 de octubre Vallejo y sus voluntarios de lujo han programado “Estirpe monsefuana” para conmemorar los 128 años de Monsefú, de elevada a la categoría de ciudad. Este año la celebración será a lo grande. El poder de convocatoria de esta actividad cultural es tal que han confirmado su asistencia delegaciones de casi todo el país, personas que nunca olvidan de donde vienen ni a dónde van, personas que reconocen el valor de lo nuestro.
Se presume la participación de unas tres mil personas que acudirán con sus indumentarias tradicionales. Ahí estarán desfilando estudiantes, universitarios, campesinos, representantes de caseríos como Pómape, Cúsupe, Vallehermoso, del poblado menor de Callanca, de Larán; vecinos de Ciudad Eten, Reque, Santa Rosa, Pimentel. También monsefuanos que viven en todo el país y que agrupados en instituciones y comités, vienen para confirmar que son dignos de pisar el suelo donde nacieron.
También han garantizado su presencia bandas típicas, bandas de músicos escolares y profesionales, incluso de la Fuerza Aérea del Perú, que con sus coloridos uniformes y esa pegajosa música divertirán a los participantes y el numeroso público que colmará las calles Mariscal Castilla, 28 de Julio, la plaza de armas, la avenida Venezuela y el estadio municipal.
Cuando una fiesta nace del pueblo, todo trascurre en olor a algarabía, todos contribuyen, todos se contagian y todos hacen eco a la riqueza y peruanidad de este país que quiere seguir creciendo sin negar sus raíces. Por eso las ex señoritas Fexticum ya preparan sus vestidos para decir presente, los negocios ayudan con comestibles y bebidas para los participantes, muchas autoridades del circuito mochica ya confirmaron su presencia. Y ahí estará una dama campesina, de esas que los concurrentes no dejarán de aplaudir. Ella, doña Eusebia Torrez del caserío Vallehermoso, irá con su indumentaria de chola monsefuana regalando choclos que está cosechando en su pequeña chacra. “Ya no voy a desfilar por la ciudad para ser usada políticamente por los candidatos. Voy a desfilar con orgullo de ser chola monsefuana”, dijo doña Eusebia.
Monsefú se prepara con entusiasmo. “Estirpe monsefuana” es la fiesta del pueblo y para el pueblo, es el gozo de los orgullosos cholos que atesoran lo suyo. La riqueza costumbrista que heredamos se conquista con eventos como “Estirpe monsefuana” que revindica lo nuestro y nos hace reflexionar que ese costumbrismo, esas tradiciones que heredamos, huelen a eternidad. (LCG)
sábado, 6 de agosto de 2016
Con sentido empresarial, organicemos el Fexticum 2017
Escribe:
Luis A. Castro Gavelán
Un relativo éxito tuvo la edición 44 de la Feria de Exposiciones Típico Culturales de Monsefú, FEXTICUM. Si bien la afluencia de visitantes fue masiva y hubo una ligera mejoría, hay quienes concurren casi todos los años y comentan que muchas de esas actividades son decimonónicas, que nuestra feria está aletargada, que aún no da el salto anhelado, y que hay una asimetría entre la expectativa de los turistas y lo poco que ofrecen los organizadores.
Monsefú tiene mucho que mostrar, Monsefú aporta mucho a la gastronomía y el costumbrismo nacional, y nuestra FEXTICUM fue una especie de musa inspiradora para quienes crearon MISTURA, la prestigiosa feria gastronómica nacional. Aquí no hay misterio, varios de los hoy famosos chefs reconocieron que en su proyecto emularon la feria monsefuana.
Quién duda que la gastronomía peruana, al igual que Machupicchu son los principales imanes de atracción del turista internacional. Y hay quienes han revelado que los visitantes de nuestro país gastan un 10% de su presupuesto en nuestra cocina, en nuestra variada gastronomía, y que significa ingresos anuales superiores a los 350 millones de soles.
Según el Ministerio de comercio exterior y turismo, Mincetur, hay unos 67 mil restaurantes en el Perú y ese número se incrementa anualmente en un 10%. Por nuestra comida hay ingresos a nivel nacional e internacional del orden de los 1,500 millones de soles. En EE.UU. existen ya más de 450 restaurantes peruanos, un 30% más que hace tres años. En Monsefú hay entre restaurantes y “huariques”, unos 150. Las cifras saltan a la vista, también los números hablan de un crecimiento sostenido del sector gastronómico y la pregunta es ¿Por qué no estamos aprovechando esa “minita de oro” si somos una tierra bendecida?
La interrogante se la trasladamos alcalde Bartra. Usted prometió aupar el nivel de la feria y es hora que hagamos un replanteo para celebrar a lo grande nuestra FEXTICUM 2017. Estamos a casi un año de festejar su edición 45 y debemos apuntalar a una feria vigorosa, resolutiva, y no disoluta. Tenemos que darle un sentido empresarial a esta estructura gastronómica-costumbrista.
Dr. Bartra, es hora de “tomar el toro por las astas”. El próximo año nuestra feria debe tener su propio local. Es el primer paso. Amplio, limpio y pulcro, con baños y una playa de estacionamiento. Toda persona pagará por el ingreso, pero tendrá derecho a participar de los gratuitos espectáculos y las novedades que brinden los organizadores. Otras sugerencias, a continuación:
1-Convocar a miembros de instituciones importantes para coorganizar la feria. El ejemplo dado por los panificadores monsefuanos es digno de elogio. Las actividades que ellos cumplieron dejaron aires de satisfacción, hicieron una exhibición que tuvo simetría con la forma como ellos se conducen. Por igual invitar a representantes de las escuelas de Monsefú, los artesanos, los grupos musicales, la hermandad de Jesús Nazareno Cautivo, los promotores del “festival del pato” de Callanca. A su vez, instituciones como el “Centro Social Progresista”, y el Club Social Monsefú, de los monsefuanos residentes en Lima. Un punto aparte es el trabajo que el alcalde debe cumplir para incentivar la creación de una entidad que reúna a los dueños de restaurantes.
Cada asociación o institución tendrá a su cargo una actividad o incluso un día completo de actividades, de acuerdo a la envergadura de su organización. Ellos asumirán los gastos de su labor, pero la compensación económica será con el dinero que se recaude en la puerta de ingreso. La entidad que organizó el evento compartirá con la municipalidad los beneficios económicos.
Para compensar los gastos de preparación del campo ferial, la municipalidad podrá cobrar dinero por el ingreso de los diversos negocios: restaurantes, tiendas de artesanía, negocios varios. De esta manera el municipio organiza y patrocina la feria, y tiene la oportunidad de ganar para sus arcas un dinero que destinará a obras públicas de la ciudad. Por igual las instituciones coorganizadoras pueden tener una vía que ayude a sus intereses institucionales.
2-Un buen proyecto de factibilidad será sinónimo de atracción para los auspiciadores. La municipalidad cuenta con datos estadísticos sobre la cifra de asistentes en años anteriores y eso ayuda para convencer a los patrocinadores. Las cervecerías, compañías de aviación, empresas que industrializan alimentos y productos de uso doméstico, empresas de transporte terrestre, compañías de pintura, etc.
3- Entre otras actividades a desarrollar sugerimos:
a) La escenificación de la aparición de nuestro Jesús Nazareno, desde su hallazgo en las playas de Santa Rosa, hasta su entronización en la iglesia de Monsefú. Este es un aporte del ciudadano Pedro Sánchez, ex directivo del Club Social Monsefú.
b) Un concurso de dibujo y pintura con la participación del reconocido pintor monsefuano Félix Eliseo Flores Chafloque. Incluso él podría hacer una exposición de sus cuadros pictóricos.
c) Que los agricultores y ganaderos monsefuanos tengan un espacio para exponer y vender sus productos sin intermediarios y a precios competitivos. Esta es una idea del profesor Miguel Gonzales Delgado, uno de los fundadores del Fexticum.
d) Que el Club Social Monsefú, de los residentes en Lima, organice el concurso Srta. Fexticum. Pilar Puémape, su presidenta, ha dado muestras de dinamismo, participación y cariño por Monsefú.
e) Congregar la presencia y colaboración del arqueólogo Walter Alva, director del museo Tumbas Reales de Lambayeque. Se puede exponer durante el Fexticum reliquias que permitan una afluencia inusitada de turistas nacionales e internacionales. Una persona que ayudaría en la gestión es nuestro arqueólogo Victorino Túllume.
f) Con prestigio internacional, nuestros joyeros artesanos Feliciano Salazar Liza y Orlando Garay Farro tienen mucho que aportar con su joyería fina, el arte de la filigrana.
e) Promover el loche como un producto bandera de los monsefuanos. Es nutritivo y alimenticio, y se puede ofrecer un catálogo con recetas de cocina para dar a conocer sus bondades.
f) Reactivar el aporte de “Los negritos” y “Los Panchitos”. El doctor Jesús “Chito” Custodio puede apoyar esta actividad.
g) Organizar la exhibición de sus joyas y vestimentas de Jesús Nazareno Cautivo.
4- Tomar conciencia del uso del internet y las redes sociales. El trabajo publicitario y de mercadeo es esencial para dar a conocer todo lo programado. Es inadmisible que el portal de la municipalidad de Monsefú, en plena celebración del Fexticum 2016, estuviera desactualizada con noticias del mes de marzo. Aprovecho para sugerir que, de una vez por todas, se patente el logotipo de la feria, no podemos estar variándolo todos los años.
Con trabajo, mentalidad positiva, responsabilidad y mucha honestidad, haremos una Fexticum mucho mejor. Si hacemos las cosas con tiempo, los resultados se verán compensados con logros y objetivos cumplidos.
Decía el filósofo francés René Descartes, que “la primera máxima de todo ciudadano ha de ser la de obedecer las leyes y costumbres de su ciudad”. Hasta la próxima. (LCG)
domingo, 10 de julio de 2016
De cosechador de fresas y uvas, a “cosechador de estrellas”
Escribe:
Luis A. Castro Gavelán
Monsefú es tierra de campesinos. Sus fértiles terrenos permiten que la mayoría de sus ciudadanos se dediquen a labrar y cultivar la tierra para transformar las semillas en frondosos árboles frutales y tantos vegetales cuyos frutos abastecen la demanda local e incluso vendemos a Chiclayo, Santa Rosa, Ciudad Eten, Pimentel y Reque.
Pero así como honramos la tierra, Monsefú también ha evolucionado gracias a que nuestros campesinos han permitido y alentado para que sus hijos se profesionalicen, vayan a una universidad y se impregnen de sabiduría y nuevos conocimientos.
Esta fusión ha promovido sueños en muchos niños. En la radio e internet hemos sido informados de la aparición de talentos, de niños monsefuanos con condiciones excelentes para estudiar, pero también que tantas veces esas intenciones se han frustrado por no ser constantes, no tener apoyo profesional o porque la economía de los padres impide que aquellas ideas pergeñadas cuando infantes, se consoliden.
Estamos a punto de festejar los 195 años de Independencia nacional, de consolidar nuestra democracia con un nuevo presidente, Pedro Pablo Kuczynski, de seguir creyendo que cada día que pasa es posible retar a la vida, porque el umbral de los sueños nunca termina.
Entonces me viene a la memoria la vida de José Hernández, un mexicano- americano que fue campesino durante su niñez y que sin dudas tiene un mensaje para todos los niños monsefuanos, y todos aquellos niños soñadores peruanos que anhelan un hálito de aliento.
La historia de José está llena de paradigmas. Y también nos dice que los padres nunca debemos ser un obstáculo cuando los niños abrigan proyectos que tienen destellos de utopía, de aparente quimera; y que tan solo requieren que alguien los entienda y apoye a hacer realidad esas “fantasías”.
Con sus bigotes al estilo mexicano, el astronauta José Hernández, un personaje digno de ejemplo para nuestros niños y jóvenes.
Salvador y Julia Hernández son padres de 4 hijos. José es el último. Todos los años, Salvador y su esposa se movieron desde Michoacán, México, hasta los predios agrícolas de California, Estados Unidos, para cosechar fresas, pepino, uvas, duraznos. Nueve meses de trabajo en tierras americanas y tres meses en su natal Michoacán, así era la vida de los Hernández. Inmigraron por razones laborales, vivieron de un lugar a otro, y así llegaron los hijos, unos nacidos en México y otros en Estados Unidos.
José nació en Estados Unidos y hasta los 12 años, bajo el intenso sol californiano, ayudó a su padre en la cosecha de frutas para ganar 35 centavos de dólar por cada balde lleno de uvas o fresas. Pero su vida cambió cuando a la edad de 10 años vio en la televisión a Ronald Evans, Harrison Schmitt y Eugene Cernan caminar por la luna, el único satélite natural del planeta Tierra, premunidos de su vestimenta de astronautas. La proeza del Apolo 17, que repercutió a nivel mundial, ocurrió el 7 de diciembre de 1972.
El niño José compartió sus deseos de ir al espacio con su profesora, la teacher Jean, y ella le dijo que para alcanzar ese sueño debía estudiar mucho y aprender inglés. El infante entendió el consejo y se puso a estudiar con empeño. Luego habló con su profesora para que intercediera con su padre y le permitiera establecerse en California para estudiar todo el año, como sus otros compañeros de clases.
“Cuando tenía 12 años tomé una decisión con el apoyo de mi maestra americana. El moverme de un lugar a otro por decisión de mi padre hacía que no hablara bien el español, ni tampoco el idioma inglés. Por mi ambiente bicultural y por la forma de expresarme sufrí la burla de los niños de México y de los Estados Unidos. La Sra. Jean llamó a mi padre y le dijo que quería hablar con él”, recordó José Hernández.
A la edad de 12 años, José Hernández, con un sombrero en la cabeza.
La sorpresiva comunicación de la maestra llamó la atención de don Salvador, que entre desconcertado y ofuscado, sacó la correa y llevó a José hasta la cocina para exigir una explicación. “A ver, qué has hecho muchacho”, le dijo en tono amenazante. Pero la llegada de la profesora a su casa interrumpió la escena.
La teacher Jean abogó porque José se estableciera en California. También felicitó a don Salvador por las buenas calificaciones del menor. El agricultor inmigrante, con apenas tercer año de educación primaria entendió el pedido de la maestra y llevó otra vez a la cocina a su niño.
“En la cocina pasaban tres cosas: comer, hacer las tareas o nuestro padre aplicaba la “justicia” con la correa. Pero mi padre con voz amical me interrogó: ¿Y por qué deseas ser astronauta? Le dije que quería ser alguien en la vida”, recordó José.
Con su escasa educación el agricultor mexicano no se opuso a las intenciones de su hijo, pero le explicó que para ser alguien en la vida se debía considerar cinco puntos de una receta especial:
- Definir lo que se quiere ser en la vida
- Crear un mapa. Así sabrás dónde estás y la ruta que debes seguir para alcanzar tus metas.
- Trabajar y estudiar. Así sabremos el significado de sacrificio y ética de trabajo. Hay que prepararse para conseguir los objetivos.
- Crecer y tener corazón. Hacer las cosas no porque los padres lo piden, sino porque personalmente reconocemos que es lo mejor.
- Perseverancia. Es la cereza del pastel, no todo es fácil, la vida está llena de alegrías y sinsabores, pero hay que perseverar para triunfar.
Y José llevó adelante la receta. Terminó la secundaria, se graduó de ingeniero electrónico, hizo una maestría en ingeniería y luego de 5 años de experiencia postuló a la NASA donde fue aceptado. Como empleado de la Administración Nacional de Aeronáutica de los Estados Unidos postuló 11 veces para ser astronauta, pero fue rechazado una y otra vez.
“Me acordé de la receta de mi padre y perseveré. Para mejorar mi hoja de vida, me hice piloto durante un año. Utilicé otro año para ser el mejor buceador. Acepté participar en Rusia en una estación espacial internacional, aprendí ruso. Después de 5 años de seguir terco en mi propósito, fui aceptado en la intención número 12”, rememora José.
Fue admitido como pre candidato a astronauta. Y tras dos años de intensos estudios y mucha práctica profesional terminó por convencer a los funcionarios de la NASA que finalmente lo programaron como tripulante del transbordador Atlantis STS-128. El 29 de agosto del 2009 el agricultor José Hernández Moreno honró a su familia, a su profesora Jean, a su país, Estados Unidos, y a su nación de herencia, México.
Hasta los 12 años José Hernández trabajó cosechando frutas y verduras
A la 1.36 minutos de la madrugada despegó el transbordador con José como parte del equipo de 5 astronautas desde Cabo Cañaveral, Florida, y teniendo como testigos de lujo a su padre, esposa, hijos, y su orgullosísima teacher Jean.
Con una estampita de la virgencita de Guadalupe dentro de su uniforme, José se persignó mientras el STS-128 alcanzaba una velocidad de 28 mil kilómetros por hora. Durante 13 días José y sus compañeros de aventura dieron vueltas alrededor del planeta, coronaron con éxito su misión y retornaron sanos y a salvo al centro espacial de Florida.
El inmigrante, el campesino cosechador de fresas y uvas, cuyos mocos blandían cuando niño, se convirtió en un cosechador de estrellas. Muchas veces nuestros padres nos piden sonreírle al éxito, llegar arriba, pero José llegó más arriba, vio nuestro planeta desde el espacio sideral como un boato espectador.
La tripulación del transbordador STS-128. Encerrado en un círculo, nuestro personaje.
José tocó la gloria, pero jamás cambió. Nunca fue arrogante ni mucho menos petulante. Siempre sonrió, siguió siendo sencillo y honesto. Cuando llegó a su casa en California, tras su experiencia espacial, visitó a su esposa Adela en el restaurante “Tierra luna grill” que ambos administran y como la máquina de lavar platos se malogró, José se puso a lavar decenas de platos mientras conversaba a su pareja su experiencia como tripulante del STS-128.
Felices Fiestas Patrias para todos mis compatriotas, Dios bendiga a cada uno de sus hogares y mi esperanza es que los jóvenes sepan que nada es fácil, pero en un mundo donde todo cambia rápido, quien no arriesga, no saborea el éxito. Nos despedimos con un consejo de James Allen: “Para obtener el verdadero éxito hay que hacerse cuatro preguntas: ¿Por qué?, ¿Por qué no? ¿Por qué yo no? ¿Por qué no ahora? ( LCG)
Luis A. Castro Gavelán
Monsefú es tierra de campesinos. Sus fértiles terrenos permiten que la mayoría de sus ciudadanos se dediquen a labrar y cultivar la tierra para transformar las semillas en frondosos árboles frutales y tantos vegetales cuyos frutos abastecen la demanda local e incluso vendemos a Chiclayo, Santa Rosa, Ciudad Eten, Pimentel y Reque.
Pero así como honramos la tierra, Monsefú también ha evolucionado gracias a que nuestros campesinos han permitido y alentado para que sus hijos se profesionalicen, vayan a una universidad y se impregnen de sabiduría y nuevos conocimientos.
Esta fusión ha promovido sueños en muchos niños. En la radio e internet hemos sido informados de la aparición de talentos, de niños monsefuanos con condiciones excelentes para estudiar, pero también que tantas veces esas intenciones se han frustrado por no ser constantes, no tener apoyo profesional o porque la economía de los padres impide que aquellas ideas pergeñadas cuando infantes, se consoliden.
Estamos a punto de festejar los 195 años de Independencia nacional, de consolidar nuestra democracia con un nuevo presidente, Pedro Pablo Kuczynski, de seguir creyendo que cada día que pasa es posible retar a la vida, porque el umbral de los sueños nunca termina.
Entonces me viene a la memoria la vida de José Hernández, un mexicano- americano que fue campesino durante su niñez y que sin dudas tiene un mensaje para todos los niños monsefuanos, y todos aquellos niños soñadores peruanos que anhelan un hálito de aliento.
La historia de José está llena de paradigmas. Y también nos dice que los padres nunca debemos ser un obstáculo cuando los niños abrigan proyectos que tienen destellos de utopía, de aparente quimera; y que tan solo requieren que alguien los entienda y apoye a hacer realidad esas “fantasías”.
Con sus bigotes al estilo mexicano, el astronauta José Hernández, un personaje digno de ejemplo para nuestros niños y jóvenes.
Salvador y Julia Hernández son padres de 4 hijos. José es el último. Todos los años, Salvador y su esposa se movieron desde Michoacán, México, hasta los predios agrícolas de California, Estados Unidos, para cosechar fresas, pepino, uvas, duraznos. Nueve meses de trabajo en tierras americanas y tres meses en su natal Michoacán, así era la vida de los Hernández. Inmigraron por razones laborales, vivieron de un lugar a otro, y así llegaron los hijos, unos nacidos en México y otros en Estados Unidos.
José nació en Estados Unidos y hasta los 12 años, bajo el intenso sol californiano, ayudó a su padre en la cosecha de frutas para ganar 35 centavos de dólar por cada balde lleno de uvas o fresas. Pero su vida cambió cuando a la edad de 10 años vio en la televisión a Ronald Evans, Harrison Schmitt y Eugene Cernan caminar por la luna, el único satélite natural del planeta Tierra, premunidos de su vestimenta de astronautas. La proeza del Apolo 17, que repercutió a nivel mundial, ocurrió el 7 de diciembre de 1972.
El niño José compartió sus deseos de ir al espacio con su profesora, la teacher Jean, y ella le dijo que para alcanzar ese sueño debía estudiar mucho y aprender inglés. El infante entendió el consejo y se puso a estudiar con empeño. Luego habló con su profesora para que intercediera con su padre y le permitiera establecerse en California para estudiar todo el año, como sus otros compañeros de clases.
“Cuando tenía 12 años tomé una decisión con el apoyo de mi maestra americana. El moverme de un lugar a otro por decisión de mi padre hacía que no hablara bien el español, ni tampoco el idioma inglés. Por mi ambiente bicultural y por la forma de expresarme sufrí la burla de los niños de México y de los Estados Unidos. La Sra. Jean llamó a mi padre y le dijo que quería hablar con él”, recordó José Hernández.
A la edad de 12 años, José Hernández, con un sombrero en la cabeza.
La sorpresiva comunicación de la maestra llamó la atención de don Salvador, que entre desconcertado y ofuscado, sacó la correa y llevó a José hasta la cocina para exigir una explicación. “A ver, qué has hecho muchacho”, le dijo en tono amenazante. Pero la llegada de la profesora a su casa interrumpió la escena.
La teacher Jean abogó porque José se estableciera en California. También felicitó a don Salvador por las buenas calificaciones del menor. El agricultor inmigrante, con apenas tercer año de educación primaria entendió el pedido de la maestra y llevó otra vez a la cocina a su niño.
“En la cocina pasaban tres cosas: comer, hacer las tareas o nuestro padre aplicaba la “justicia” con la correa. Pero mi padre con voz amical me interrogó: ¿Y por qué deseas ser astronauta? Le dije que quería ser alguien en la vida”, recordó José.
Con su escasa educación el agricultor mexicano no se opuso a las intenciones de su hijo, pero le explicó que para ser alguien en la vida se debía considerar cinco puntos de una receta especial:
- Definir lo que se quiere ser en la vida
- Crear un mapa. Así sabrás dónde estás y la ruta que debes seguir para alcanzar tus metas.
- Trabajar y estudiar. Así sabremos el significado de sacrificio y ética de trabajo. Hay que prepararse para conseguir los objetivos.
- Crecer y tener corazón. Hacer las cosas no porque los padres lo piden, sino porque personalmente reconocemos que es lo mejor.
- Perseverancia. Es la cereza del pastel, no todo es fácil, la vida está llena de alegrías y sinsabores, pero hay que perseverar para triunfar.
Y José llevó adelante la receta. Terminó la secundaria, se graduó de ingeniero electrónico, hizo una maestría en ingeniería y luego de 5 años de experiencia postuló a la NASA donde fue aceptado. Como empleado de la Administración Nacional de Aeronáutica de los Estados Unidos postuló 11 veces para ser astronauta, pero fue rechazado una y otra vez.
“Me acordé de la receta de mi padre y perseveré. Para mejorar mi hoja de vida, me hice piloto durante un año. Utilicé otro año para ser el mejor buceador. Acepté participar en Rusia en una estación espacial internacional, aprendí ruso. Después de 5 años de seguir terco en mi propósito, fui aceptado en la intención número 12”, rememora José.
Fue admitido como pre candidato a astronauta. Y tras dos años de intensos estudios y mucha práctica profesional terminó por convencer a los funcionarios de la NASA que finalmente lo programaron como tripulante del transbordador Atlantis STS-128. El 29 de agosto del 2009 el agricultor José Hernández Moreno honró a su familia, a su profesora Jean, a su país, Estados Unidos, y a su nación de herencia, México.
Hasta los 12 años José Hernández trabajó cosechando frutas y verduras
A la 1.36 minutos de la madrugada despegó el transbordador con José como parte del equipo de 5 astronautas desde Cabo Cañaveral, Florida, y teniendo como testigos de lujo a su padre, esposa, hijos, y su orgullosísima teacher Jean.
Con una estampita de la virgencita de Guadalupe dentro de su uniforme, José se persignó mientras el STS-128 alcanzaba una velocidad de 28 mil kilómetros por hora. Durante 13 días José y sus compañeros de aventura dieron vueltas alrededor del planeta, coronaron con éxito su misión y retornaron sanos y a salvo al centro espacial de Florida.
El inmigrante, el campesino cosechador de fresas y uvas, cuyos mocos blandían cuando niño, se convirtió en un cosechador de estrellas. Muchas veces nuestros padres nos piden sonreírle al éxito, llegar arriba, pero José llegó más arriba, vio nuestro planeta desde el espacio sideral como un boato espectador.
La tripulación del transbordador STS-128. Encerrado en un círculo, nuestro personaje.
José tocó la gloria, pero jamás cambió. Nunca fue arrogante ni mucho menos petulante. Siempre sonrió, siguió siendo sencillo y honesto. Cuando llegó a su casa en California, tras su experiencia espacial, visitó a su esposa Adela en el restaurante “Tierra luna grill” que ambos administran y como la máquina de lavar platos se malogró, José se puso a lavar decenas de platos mientras conversaba a su pareja su experiencia como tripulante del STS-128.
Felices Fiestas Patrias para todos mis compatriotas, Dios bendiga a cada uno de sus hogares y mi esperanza es que los jóvenes sepan que nada es fácil, pero en un mundo donde todo cambia rápido, quien no arriesga, no saborea el éxito. Nos despedimos con un consejo de James Allen: “Para obtener el verdadero éxito hay que hacerse cuatro preguntas: ¿Por qué?, ¿Por qué no? ¿Por qué yo no? ¿Por qué no ahora? ( LCG)
martes, 3 de mayo de 2016
Los policías también son héroes
Escribe :
Luis A. Castro Gavelán
Foto: Juan Pablo Casas
Cuando niño y sin que la televisión hubiera contaminado mi existencia, empecé a sentir admiración por los policías. Fueron mis primeros héroes. Su uniforme verde olivo, su porte militar, su sólida presencia en las calles para disuadir la criminalidad los hacía seres admirables, seres de carne y hueso, íntegros y capaces de honrar su vida para hacer prevalecer los derechos humanos y las libertades individuales.
Y cuando ejercí la profesión de periodista en Lima, por casi 12 años, tuve la oportunidad de convivir con policías abnegados que lo daban todo para cumplir con su misión, dueños de una conducta razonada, severos custodios de la ley.
De mi infancia recuerdo a un policía que sin ser monsefuano, dejó huella como efectivo del orden. No solo hizo su trabajo de proteger a los ciudadanos, sino que su labor altruista alcanzó tamaña proyección social que se le vio metiendo palana para pavimentar calles, promover encomiables trabajos comunitarios secundado por agricultores y obreros.
El policía Angel Montenegro, al lado de su familia, en una foto tomada en 1,966.
Natural de Chachapoyas, don Angel Montenegro Santillán se casó con una dama monsefuana, Blandina Castro, y hoy luce las secuelas de una azarosa vida, agravada por aquellas enfermedades que se presentan como un gris atardecer, durante el ocaso de los humanos.
Aquella ejemplar acción en favor de Monsefú de don Angel Montenegro, quien se retiró 32 años después de patriótica tarea, es emulada hoy por otro foráneo, que ostenta el grado de suboficial superior y se ha ganado a pulso el afecto, el reconocimiento y respeto de la población monsefuana en general. Luis Ninaquispe Ríos es una especie de trabajador social, de policía duro y curtido, de caballero andante y de un atezado soldado del orden que con 27 años de experiencia batalla entre la diplomacia, la tozudez de arrestar a los malos, y su indesmayable faena cívica.
Al igual que el policía Montenegro, el suboficial Ninaquispe está dejando huella en Monsefú, como digno representante de la Policía Nacional, gracias a esa bendita costumbre de hacer de su profesión un apostolado en defensa de nuestra sociedad. Y la labor de Ninaquispe se torna aún más interesante debido a que hoy por hoy existe una avalancha de cuestionamientos a los policías, cuyo prestigio se debate entre la desconfianza y el descrédito.
Las críticas arrecian por doquier, la Policía Nacional tiene un enjuto prestigio porque está impregnada de muchos integrantes que visten el uniforme como una forma de ganar dinero bien o mal habido. Muchos de esos miembros no son conscientes de su función y denigran el uniforme. Pero en medio de esa maraña de reproches y cuestionamientos hay cosas rescatables, como este emergente policía, obstinado por hacer cumplir la ley y grácil para llevar adelante acciones benéficas, actividades cívicas, culturales y deportivas.
“Ser policía es nacer con vocación, ser escrupuloso en todos sus actos para así ganarse la confianza de la población. Es un trabajo digno que nos tiene que gustar. El servir a una comunidad es un privilegio, yo lo considero así, todo un privilegio”, así se expresa Ninaquispe a través del hilo telefónico.
El suboficial Ninaquispe junto a un grupo de voluntarios que vigilan las calles de Monsefú. En la otra foto, al lado de los pequeňos, durante un acto cívico.
Es un tipo preparado, formado por la mano implacable de su padre Félix, y los consejos de su madre Georgina. Es un ser diligente con 21 años de casado, un padre de dos jóvenes que surcan los buenos caminos. Lesly está a punto de convertirse en odontóloga y Cristiam estudia arquitectura. Son indicios de una bendecida vida, de un hogar estable, como lo confirma su esposa Hermelinda.
Hizo estudios superiores a la par que trabajó luciendo orgulloso el uniforme de los policías. Por eso tiene un discurso convincente. Y eso creo yo, es la receta para mejorar el prestigio de la Policía Nacional del Perú. En Estados Unidos es un requisito importante egresar de la universidad con algún título para enrolarse en la Escuela de Policía.
Así el policía está más instruido y tendrá mayores argumentos para no dar su brazo a torcer ante las tentaciones cotidianas, será un ser que no vivirá una inextricable vida, sino que actuará de manera irreprochable conforme a su juramento de honor, como un arduo defensor de la justicia y la legalidad.
Hace tres años empecé a escuchar de Ninaquispe. Autoridades, dirigentes institucionales y un sinnúmero de vecinos dan cuenta de su honestidad, de su entrega sacrificada, muchas veces fuera de horario, dirigiendo operativos policiales, coordinando con las juntas vecinales, dando charlas a los jóvenes, buscando actividades recreativas para los niños, dignificando el cuerpo policial.
Formado en la base de Mazamari, donde egresan los corajudos sinchis, este chepenano de nacimiento ejecutó valientes acciones defendiendo a la nación de acciones subversivas. Por eso fue ascendido dos veces en un mismo año, un récord que pocos policías tienen.
Desde que llegó a Monsefú siempre hizo bien las cosas y por eso recuerda con orgullo un memorial que suscribió la alcaldesa Rita Ayasta, otras autoridades y muchos monsefuanos, pidiendo su reincorporación tras una destitución que manchó su hoja de servicios. “Todo el personal de la comisaría de Monsefú fue removido por decisión del comando superior, debido al descontento de los ciudadanos monsefuanos con nuestra labor. Yo fui incluido en ese grupo y me sentí humillado, porque nunca me ocurrió algo igual. Pero luego hubo una reivindicación a mi persona. Fui el único policía que regresó a trabajar a Monsefú, donde me siento feliz, identificado con este pueblo al que he aprendido a querer y valorar”.
Ninaquispe, en medio de otros dos colegas, durante su entrenamiento antisubversivo en la base de Mazamari, Junín.
Los héroes de mi infancia aún existen, hay que encontrarlos porque escasean. Nuestra entrevista termina porque una llamada telefónica reclama la presencia de Ninaquispe. Una rápida coordinación con su jefe, el mayor PNP Uriel Távara y ambos van a la calle, tratando de lavarle la cara a la comisaría de Monsefú, dignificando a la Policía Nacional, como tiempo atrás lo hicieron héroes de la talla de Alipio Ponce o el cusqueño Mariano Santos. (LACG)
Luis A. Castro Gavelán
Foto: Juan Pablo Casas
Cuando niño y sin que la televisión hubiera contaminado mi existencia, empecé a sentir admiración por los policías. Fueron mis primeros héroes. Su uniforme verde olivo, su porte militar, su sólida presencia en las calles para disuadir la criminalidad los hacía seres admirables, seres de carne y hueso, íntegros y capaces de honrar su vida para hacer prevalecer los derechos humanos y las libertades individuales.
Y cuando ejercí la profesión de periodista en Lima, por casi 12 años, tuve la oportunidad de convivir con policías abnegados que lo daban todo para cumplir con su misión, dueños de una conducta razonada, severos custodios de la ley.
De mi infancia recuerdo a un policía que sin ser monsefuano, dejó huella como efectivo del orden. No solo hizo su trabajo de proteger a los ciudadanos, sino que su labor altruista alcanzó tamaña proyección social que se le vio metiendo palana para pavimentar calles, promover encomiables trabajos comunitarios secundado por agricultores y obreros.
El policía Angel Montenegro, al lado de su familia, en una foto tomada en 1,966.
Natural de Chachapoyas, don Angel Montenegro Santillán se casó con una dama monsefuana, Blandina Castro, y hoy luce las secuelas de una azarosa vida, agravada por aquellas enfermedades que se presentan como un gris atardecer, durante el ocaso de los humanos.
Aquella ejemplar acción en favor de Monsefú de don Angel Montenegro, quien se retiró 32 años después de patriótica tarea, es emulada hoy por otro foráneo, que ostenta el grado de suboficial superior y se ha ganado a pulso el afecto, el reconocimiento y respeto de la población monsefuana en general. Luis Ninaquispe Ríos es una especie de trabajador social, de policía duro y curtido, de caballero andante y de un atezado soldado del orden que con 27 años de experiencia batalla entre la diplomacia, la tozudez de arrestar a los malos, y su indesmayable faena cívica.
Al igual que el policía Montenegro, el suboficial Ninaquispe está dejando huella en Monsefú, como digno representante de la Policía Nacional, gracias a esa bendita costumbre de hacer de su profesión un apostolado en defensa de nuestra sociedad. Y la labor de Ninaquispe se torna aún más interesante debido a que hoy por hoy existe una avalancha de cuestionamientos a los policías, cuyo prestigio se debate entre la desconfianza y el descrédito.
Las críticas arrecian por doquier, la Policía Nacional tiene un enjuto prestigio porque está impregnada de muchos integrantes que visten el uniforme como una forma de ganar dinero bien o mal habido. Muchos de esos miembros no son conscientes de su función y denigran el uniforme. Pero en medio de esa maraña de reproches y cuestionamientos hay cosas rescatables, como este emergente policía, obstinado por hacer cumplir la ley y grácil para llevar adelante acciones benéficas, actividades cívicas, culturales y deportivas.
“Ser policía es nacer con vocación, ser escrupuloso en todos sus actos para así ganarse la confianza de la población. Es un trabajo digno que nos tiene que gustar. El servir a una comunidad es un privilegio, yo lo considero así, todo un privilegio”, así se expresa Ninaquispe a través del hilo telefónico.
El suboficial Ninaquispe junto a un grupo de voluntarios que vigilan las calles de Monsefú. En la otra foto, al lado de los pequeňos, durante un acto cívico.
Es un tipo preparado, formado por la mano implacable de su padre Félix, y los consejos de su madre Georgina. Es un ser diligente con 21 años de casado, un padre de dos jóvenes que surcan los buenos caminos. Lesly está a punto de convertirse en odontóloga y Cristiam estudia arquitectura. Son indicios de una bendecida vida, de un hogar estable, como lo confirma su esposa Hermelinda.
Hizo estudios superiores a la par que trabajó luciendo orgulloso el uniforme de los policías. Por eso tiene un discurso convincente. Y eso creo yo, es la receta para mejorar el prestigio de la Policía Nacional del Perú. En Estados Unidos es un requisito importante egresar de la universidad con algún título para enrolarse en la Escuela de Policía.
Así el policía está más instruido y tendrá mayores argumentos para no dar su brazo a torcer ante las tentaciones cotidianas, será un ser que no vivirá una inextricable vida, sino que actuará de manera irreprochable conforme a su juramento de honor, como un arduo defensor de la justicia y la legalidad.
Hace tres años empecé a escuchar de Ninaquispe. Autoridades, dirigentes institucionales y un sinnúmero de vecinos dan cuenta de su honestidad, de su entrega sacrificada, muchas veces fuera de horario, dirigiendo operativos policiales, coordinando con las juntas vecinales, dando charlas a los jóvenes, buscando actividades recreativas para los niños, dignificando el cuerpo policial.
Formado en la base de Mazamari, donde egresan los corajudos sinchis, este chepenano de nacimiento ejecutó valientes acciones defendiendo a la nación de acciones subversivas. Por eso fue ascendido dos veces en un mismo año, un récord que pocos policías tienen.
Desde que llegó a Monsefú siempre hizo bien las cosas y por eso recuerda con orgullo un memorial que suscribió la alcaldesa Rita Ayasta, otras autoridades y muchos monsefuanos, pidiendo su reincorporación tras una destitución que manchó su hoja de servicios. “Todo el personal de la comisaría de Monsefú fue removido por decisión del comando superior, debido al descontento de los ciudadanos monsefuanos con nuestra labor. Yo fui incluido en ese grupo y me sentí humillado, porque nunca me ocurrió algo igual. Pero luego hubo una reivindicación a mi persona. Fui el único policía que regresó a trabajar a Monsefú, donde me siento feliz, identificado con este pueblo al que he aprendido a querer y valorar”.
Ninaquispe, en medio de otros dos colegas, durante su entrenamiento antisubversivo en la base de Mazamari, Junín.
Los héroes de mi infancia aún existen, hay que encontrarlos porque escasean. Nuestra entrevista termina porque una llamada telefónica reclama la presencia de Ninaquispe. Una rápida coordinación con su jefe, el mayor PNP Uriel Távara y ambos van a la calle, tratando de lavarle la cara a la comisaría de Monsefú, dignificando a la Policía Nacional, como tiempo atrás lo hicieron héroes de la talla de Alipio Ponce o el cusqueño Mariano Santos. (LACG)
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