martes, 7 de septiembre de 2010

Las parteras de ayer, las comadres de siempre



Por: Luis A. Castro Gavelán
Son todos unos personajes. De sus manos y esa bendita habilidad aún respiramos, seguimos vivitos y coleando. Les decían parteras; a otras comadronas, no interesa como quiera llamarlas, pero ellas tienen un lugar asegurado en el corazón de miles de monsefuanos.
Era la época en que los ginecólogos y las obstetricias escaseaban, y el doctor Manuel Senmache apenas tenía tiempo para atender casos ginecológicos de rutina y asistir algunos partos. Entonces cuando los gemidos y gestos de una mujer embarazada indicaban que estaba a punto de parir, la confusión reinaba entre los familiares y se escuchan clásicos gritos como: que venga la comadre Giles….. por favor, busquen a las hermanas Santa Cruz…dónde está doña Rosita Saldaña…?
Y ahí estaban nuestras tradicionales comadronas, acudiendo a las viviendas de sus pacientes, disponibles las 24 horas del día y dispuestas a jugar un papel importante en la atención y cuidados de las mujeres en los momentos del parto; idóneas para preservar la vida humana y aunque usted no lo crea, preparadas para recibir simplemente las gracias, llevar a sus casas algunas frutas, verduras o animalitos del corral, o tal vez con mayor suerte alguna compensación económica.
Casi el 80 por ciento de los hombres y mujeres monsefuanos que ahora tienen entre 35 y 60 años llegaron a este mundo de la mano de una partera como consecuencia de la inaccesibilidad a los servicios de salud y por otro lado porque nuestras madres confiaban en su labor; también por razones estructurales propias y porqué no, por cuestiones culturales.
Pero el caso de nuestras parteras no son hechos aislados, existen en todo el mundo y aparecieron para acompañar a otra mujer a punto de parir, en los albores de la humanidad. Existen referencias en la Biblia de la presencia de estas mujeres entre los griegos, romanos, hebreos, egipcios e indios. Son mujeres respetadas por su oficio, autodidactas, sin ninguna educación especial y que tuvieron un proceso de aprendizaje informal, que adquirieron sus conocimientos a raíz de alguna experiencia propia o de algún hecho fortuito que las forzó a atender un parto. Finalmente los años de práctica empírica las graduaron para asumir retos obstétricos.
Monsefú recuerda con cariño a las hermanas Augusta y María Santa Cruz Barturén. Ellas vivían en la calle Manuel María Izaga y tenían una característica que muchas madres recuerdan, provocaban un parto al natural, sin anestesia. Eran muy interiorizadas, algo urañas y nunca llegaron a casarse.
También existieron comadronas como Rosa Saldaña y otra a la que llamaban doña Rosenda. Ellas eran más comunicativas, tan igual como la carismática Victoria Giles, aquella menuda mujer escasa de tamaño, pero grande de corazón. Todas ellas eran muy queridas, formaban parte de la comunidad y presumían cierta familiaridad, pues finalmente se convertían en madrinas de los recién nacidos y por ende, comadres.
Y pude comprobar esa distinción especial a ellas cuando acompañé a doña Victoria Giles, a quien decía madrina. Fui en su busca a solicitud de mi madre que estaba a punto de alumbrar al “conchito” de la familia, mi hermana Rosa. Desde su vivienda en Mariscal Castilla hasta la mía en Federico Castro hay escasamente tres cuadras y alrededor de 25 personas la saludaron con afecto: ¡Buenos días comadrita!.
Y respecto al pago por sus servicios, ella lo confirmó: “A veces nos pagan y en otras no. Algunas veces recibimos lo que por su condición económica pueden dar y no me hago problemas. Me gusta este oficio y lo hago de corazón”, me refirió alguna vez la extinta madrina.
Y dentro de estos personajes en mención, vamos a referirnos a algunas que las llamaban “sobanderas”, y que forzadas por las circunstancias también atendieron partos cuando las arriba mencionadas estaban demasiado ocupadas. No me consta si doña María Quesquén Chiscul lo hizo, pero de lo que no tengo dudas es que ganó fama para predecir el sexo del bebé. Tenía la particularidad de sobar la barriga de la mujer y sostener sin duda alguna: ¡va a ser una cocinerita!…ó ¡será un peoncito!.Tanta fama tuvo que llegó a los oídos de un profesor, quien ávido por saber el sexo de su segundo hijo apostó una caja de cerveza y perdió. Ella acertó el vaticinio y varón salió el cronista. (Luis A. Castro)